04. De nada

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04. De nada

Pandora Harper

La pregunta resuena por la asquerosa habitación de tortura como el sonido de un filoso cuchillo. Observo a los dos hombres frente a mí, hombres que reconozco a la perfección.

Mi tía me ocultó todo lo posible de la mafia, pero siempre fui un poco más lista que ella.

Ellos comparten una mirada cómplice antes de volver a enfocarse en mí.

—Te crees muy valiente, ¿eh?

Alzo una ceja en dirección a Hernández. Mis manos están atadas tras el respaldo de la silla con bridas y mis dedos hormiguean ante la falta de sangre en ellas, mi cabeza palpita dolorosamente y me siento un tanto mareada. Aún así, le aguanto la mirada con suficiente valor.

—Supongo.

—Bueno, pues si eres tan valiente vamos a dejarte otro rato más aquí dentro —me sonríe con burla. La rabia hierve en mi interior y deseo con toda mi alma poder quitarle esa sonrisa petulante de un puñetazo—. Ten cuidado con las ratas.

Antes de que pueda mandarlo al infierno, ellos dos salen de la celda y la puerta se cierra con un sonido seco que resuena en mi mente como un eco de película de terror. Toda mi piel se pone de gallina con el frío y la humedad y quiero llorar del pánico que siento al estar tan expuesta. Sin embargo, me obligo a relajarme y a tratar de pensar con la mente fría.

Doy un vistazo a mi alrededor, intentando ver si localizo alguna cámara. La hay, en la esquina derecha, apuntando directamente hacia mí. Miro el punto rojo con rabia antes de bajar la mirada a mis piernas y pensar en alguna forma de salida.

Vamos, Pandora, huir es lo que siempre has hecho. Puedes con esto.

No sé cuánto tiempo paso allí sentada, con mi mente planeando mil formas diferentes de escapar de la situación. La puerta se abre y cada músculo de mi cuerpo se tensa a la defensiva. Reconozco al hombre, es el mismo del que me descubrió en el motel. Carlos, me recuerdo a mí misma.

No me habla, se acerca a mí de forma perezosa y se pone a mi espalda. Mis ojos se clavan en la puerta entreabierta mientras el mexicano corta las bridas que sujetan mis muñecas. No soy buena peleando y, aunque lo fuera, nunca podría ganarle a un hombre el doble de alto y fuerte que yo, pero sí soy buena corriendo.

Soy la mejor corriendo.

Así que, en cuanto mis muñecas están libres, mi cuerpo salta como un resorte a pesar del cansancio y la falta de alimento y corro. No puedo decir que corro más rápido de lo normal, porque siempre corro como si mi vida dependiera de ello.

—¡Hija de puta!

No paro, ni siquiera cuando escucho sus fuertes y ruidosos pasos perseguirme. Subo unas escaleras de dos en dos, encontrándome de lleno con luces fucsias y música muy alta. ¿Esto es una discoteca?

Una sonrisa tira de mis labios cuando la gente me rodea, haciéndome casi invisible entre la multitud. Busco con la mirada el cartel de la salida de emergencias y, cuando localizo al muñeco verde, mi mueca de alegría aumenta.

—¡Aparta! —escucho al hombre cerca mío.

—Mierda —murmuro entre dientes, antes de avanzar. Mi cuerpo diminuto se disimula bien entre la gente bailando y bebiendo.

Por suerte, llego pronto a la salida de emergencia y me recibe un frío callejón únicamente iluminado por una vieja farola. Ni siquiera necesito recuperar el aliento cuando me encamino a la esquina para huir de ahí lo antes posible.

—¡Oye! ¡Intento dormir! Deja de hacer ruido.

Me sobresalto, girándome con rapidez para ver a un hombre acostado encima de dos cartones y con una fina manta cubriéndolo. Hago una mueca y mis ojos se abren con pánico cuando la puerta por la que he salido del antro se abre.

—Joder —gruño cuando veo salir a tres hombres y empezar a correr detrás mío.

Retomo mi marcha, mientras escucho de fondo al vagabundo quejarse de forma dramática. Localizo un coche aparcado cerca y me subo sin dudarlo a pesar de la posibilidad de que el dueño me saque fuera de una patada.

—Acelere, por favor. Ahora le explico.

Sorprendentemente, el vehículo empieza a moverse. Me permito relajarme unos segundos, recostándome sobre el caro asiento de cuero.

—Muchas gracias, en serio —murmuro con alivio.

—De nada.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda, mierda.

Me giro muy lentamente, permitiéndome ver el perfil de Bruno Hernández concentrado en la elevada velocidad de su conducción.

Y, de nuevo, estoy metida en la jodida boca del lobo. Joder, Pandora.

Miro por la ventana, notando que dejamos las calles demasiado deprisa. Si abriera la puerta y saltara podría morir en el intento. Le echo un vistazo al velocímetro, notando que vamos casi a ciento diez kilómetros por hora.

—Había escuchado que eras más astuta —me dice, aparentemente tranquilo.

—Es complicado cuando estoy rodeada.

—No obstante, has conseguido escapar. A medias —añade luego con un deje de burla. Yo me encojo de hombros.

—Es complicado, no imposible.

Él ríe entre dientes, pareciendo entre divertido y complacido por mi respuesta. Entrecierro los ojos en su dirección, intentando averiguar qué pasa por su cabeza. Observo atentamente su aspecto, su cabello negro pulcramente peinado y sus ojos del mismo color fijos en la carretera. Es fuerte, como muy fuerte, y tiene un aura de peligro rodeándolo.

—Supongo que tienes razón.

—No respondiste cuándo te pregunté qué querías de mí.

—No es muy difícil averiguar qué quiero de ti. Eres Pandora Harper, la zorra, muchos matarían por ponerte una mano encima. Aunque sea solo por vengarse de tu padre.

—¿Crees que tengo que pagar por los pecados de mi padre?

Eso lo mantiene en silencio durante unos segundos, pero se recupera con agilidad y sigue hablando de forma tranquila.

—Por supuesto, la sangre de monstruo corre por tus venas. Serás igual que tu padre.

—Ni siquiera conocí a mi padre —resoplo—. No merezco pagar por lo que él hizo.

Vuelvo a fijarme en el velocímetro, que ha bajado consideradamente a medida que hablamos y Hernández se relaja contra el asiento.

—Nadie merece nada en nuestro mundo —se burla.

—Eso suena triste.

Entonces, cuando el velocímetro roza los setenta kilómetros por hora, abro la puerta y salto. Como... literalmente salto. Escucho al coche dar un frenazo y yo ruedo por un barranco que hay junto a la carretera de forma violenta. Las ramas y las piedras golpean mi cuerpo y me hacen sangrar pero eso no me resulta un impedimento cuando, al frenar la caída chocando bruscamente contra un árbol, me levanto y echo a correr.

ZORRA (Mafia Mexicana 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora