03. La zorra

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03. La zorra

Bruno Hernández

Cuando la noticia de que Pandora Harper, la bastarda de Italia, está en mi territorio llega a mis oídos, reacciono como lo haría cualquier Don y doy la orden de búsqueda inmediata.

Nunca entendí bien el afán de conseguir a la bastarda, más allá de un poco de ventaja sobre los italianos, pero mi padre siempre deseó ponerle las manos encima. Así que, por mucho que lo odie, actúo como lo habría hecho mi padre cuando me entero.

No tardan mucho en informarme de que tenemos a la chica en una de nuestras celdas, situadas en el sótano de Deseo Prohibido, un club que pertenece a la mafia.

—¿Qué pasa? —mis amigos no tardan en reunirse conmigo con muecas agotadas que disimulan casi a la perfección.

Desde que nos hicimos con el control de México matando a nuestros padres, hace ya casi tres años, relajarse, dormir ocho horas o salir de fiesta son cosas que antes disfrutábamos diariamente y que ahora solo suceden una vez al mes. Eso era uno de los principales motivos por los que no queríamos gobernar El Cartel, pero tuvimos que hacerlo cuando nuestros padres intentaron asesinarnos.

—Pandora Harper, eso pasa —respondo, bajándome de mi coche y entrando a Deseo Prohibido con paso seguro.

Mis amigos, (hermanos no biológicos, en realidad), me siguen de inmediato.

—¿La bastarda de Italia? —Dante alza dos cejas, aunque su expresión es igual de fría que siempre.

—Ten cuidado, dicen que es una zorra —comenta Rafael.

Una pequeña sonrisa pervertida tira de los labios de Lucas.

—¿Zorra en qué sentido?

—Solo piensas en sexo, hermano.

—¿Y tú no?

Mis amigos son complicados, solemos discutir mucho entre nosotros, pero siempre nos hemos compenetrado bien.

Dante Gómez, mi actual Consejero, y el mayor de todos nosotros. Con casi veinticuatro años, es un tanque de hielo. No muestra emociones más allá del aburrimiento. A veces, dejo de ver esa mueca fría, pero solo cuando mata. O cuando folla, también.

Lucas García tiene veinte, igual que yo, y es el Comandante. Maneja a los soldados y es capaz de nombrar todas las armas que puedas llegar a imaginar. Siempre va demasiado armado y no se molesta en ocultarlo.

Por último, Rafael Santos. Es el menor, teniendo diecinueve, pero es el más sádico de todos nosotros. Disfruta la sangre, la tortura y el dolor. Hay algo demasiado... oscuro en él. Aunque supongo que siendo el Ejecutor es parte de su trabajo.

Y luego estoy yo. Bruno Hernández. El Capo. No hay mucho que decir sobre mí, supongo, a parte de que estoy completamente aburrido de la vida que llevo. Solía ser muy fiestero de joven, me gustaban las emociones fuertes y acostarme con chicas que estaban prohibidas, como vírgenes o mujeres casadas, pero ahora debía limitarme a liderar México y controlar que los rusos o los italianos no nos atacaran.

—Don —el dueño de Deseo Prohibido, Matías, camina hasta nosotros y nos dedica un saludo en forma de asentimiento—. La zorra está abajo.

—¿Está despierta? —pregunto, me han informado de que la habían noqueado para traerla.

—No estoy seguro, tengo a Carlos vigilándola.

Asiento y nos dirigimos con tranquilidad a los sótanos. Logro ver de reojo a Verónica, la hija preadolescente de Matías, observarnos con curiosidad desde una de las mesas dónde parece estar estudiando.

Cuando llegamos a las sucias y frías celdas, Matías nos dirige a dónde se encuentra la bastarda. Carlos está delante de la puerta, con una mueca aburrida mientras hace algo en su teléfono. Cuando nos ve, el soldado se recompone.

—Don —me dedica un asentimiento, antes de saludar a los demás con el mismo respeto, aunque un poco menos de tensión.

Mis amigos, al no estar en un rango tan alto como el mío, han podido permitirse relajarse un poco más con nuestros soldados (que antes de nuestra subida al poder solían ser compañeros de fiesta), pero yo he tenido que mantener mis distancias. Por supuesto, tengo a los chicos que son toda la amistad que necesito, pero estoy bastante cansado del terror y cautela que todos tienen a mi alrededor.

Carlos nos abre la celda cuando yo lo ordeno y entramos Dante y yo. Él como Consejero y yo como Don.

No sé qué esperaba de la bastarda italiana, pero no esto. La chica es más mayor que en la foto que tenemos. Su cabello chocolate cae en hondas alrededor de su cara pecosa y olivácea. Su cuerpo está mucho más definido que en la foto, más cercana a una mujer que a una niña de catorce años (la edad que tiene en la imagen), y su cintura diminuta parece tan delicada que podría romperla con una mano.

No obstante, lo que me sorprende no es su cuerpo, sino su mirada. Sus ojos son de un azul muy claro y se enfocan en mí en cuanto entramos. Me mira. No baja la mirada, ni tiembla, y sus ojos se enfocan en mí con rabia.

Ella no parece alguien digno de estar en esta celda oscura, que tan solo tiene una silla vieja, un colchón sucio en el suelo y demasiadas manchas de orina, sangre y semen por el suelo y las paredes.

No, no es digna de esto. Aunque, me recuerdo a mí mismo, es una bastarda. Una bastarda en nuestro mundo es el rango más bajo posible, casi a la par que los traidores, así que debe haber vivido cosas peores que una celda de tortura.

Antes de que pueda hablar para presentarme o alguna cosa así, ella alza la voz con firmeza.

—Bruno Hernández, Don de El Cartel —su voz ni siquiera tiembla—. Soy Pandora Harper, aunque eso ya debes saberlo, sino no estaría aquí. Terminemos con esto rápido, ¿qué es lo que quieres de mí?

Buena pregunta, Pandora, ¿qué es lo que quiero de ti?

ZORRA (Mafia Mexicana 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora