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El hombre miraba a la joven pareja, con un vaso de whisky en la mano. Estaba satisfecho, su hijo iba a casarse con la hija de un político muy importante de el país.
El primer ministro iba a darle lo único que le faltaba: influencia política, o al menos eso era lo que esperaba.

—Señor, lo están esperando... —un joven le habló al oído, siendo discreto.

El señor no respondió, solo se levantó, se disculpo con las personas que estaban a su lado y se retiró. Caminó por los pasillos del lugar, hasta que dió con la terraza.
Allí, había otros hombres, vestidos de negro, con un aura muy oscura. De entre ellos, tiraron al suelo a otro tipo, éste estaba con la cabeza cubierta. El señor Jeon asintió y bruscamente lo descubrieron. El pobre estaba completamente lastimado, su ojo derecho estaba inflamado, con el labio partido cubierto de sangre.

—¡Por favor!¡No me maten! —lloraba desesperadamente.

Con el rostro duro y sin expresión, lo miró. Su mirada era como un cuchillo afilado, capaz de cortar cualquier esperanza.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? — preguntó, sin inflexión. Su voz era fría como el hielo.

El hombre lloraba y suplicaba, pero el Señor Jeon no mostró ninguna emoción. Su rostro permaneció inmutable, como una estatua de piedra.

—Has traicionado mi confianza. —dijo, sacando un cigarro de su bolsillo y encendiéndolo con un movimiento preciso.

La llama del encendedor iluminó su rostro por un instante, revelando una red de arrugas y líneas que contaban la historia de un hombre que había visto y hecho cosas terribles.

—Por favor, Señor. —suplicó.

Jeon Junhyeok se acercó a él y le dio una patada en el estómago con precisión y fuerza. El sonido del golpe resonó en la habitación. Lo tomó bruscamente del cabello e hizo que lo mirara a los ojos.

—No hay perdón para los traidores.

Los hombres de negro observaban la escena sin reaccionar, acostumbrados a la violencia de su jefe. Su presencia era como una sombra, oscura y silenciosa.

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó uno de ellos.

—Matenlo —y comenzó a gritar, intentaba librarse de esos matones, pero era imposible—. Y desahganse de su cuerpo. —dijo, sin mirar al hombre.

Su voz era como una sentencia de muerte.
El Señor Jeon se volvió hacia la puerta, listo para regresar a la celebración.

—Nadie debe saber lo que ha pasado aquí. — dijo, su voz firme.

La orden era clara.

Los hombres de negro se pusieron a trabajar, mientras el jefe regresaba a la fiesta, sonriendo y saludando a los invitados, como si nada hubiera pasado.

El salón estaba en pleno apogeo. La música sonaba fuerte y los invitados reían y bailaban. Jungkook, vestido con un traje elegante, sonreía y saludaba a los invitados, pero su mente estaba en otro lugar.

De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Miró la pantalla y vio que era Taehyung. Contestó la llamada y se alejó de la multitud.

—¿Qué pasa? —preguntó el castaño.

—Tenemos un nuevo testigo —dijo Taehyung al otro lado de la línea—. Alguien que dice haber visto algo sospechoso relacionado con el Señor Jeon.

—¿Quién es? —volvió a preguntar. Estaba muy tenso.

—No lo sé —respondió inmediatamente—. El Señor Park no lo encuentra. Lo buscó en su departamento y no lo encuentra, su esposa tampoco sabe, no responde ninguna llamada. Me conmovió verla tan desesperada.

forzados | j.jungkook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora