Capítulo 3. LA NOCHE DE HALLOWEEN.

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Los tres chicos habían quedado en encontrarse en la casa de Martin. John llegó primero, disfrazado de hombre lobo. Minutos más tarde apareció Ben con un disfraz de zombi. Martin iba de vampiro. El tiempo acompañaba aquella noche pues una tormenta se aproximaba a la ciudad. Por el momento solo se veían los relámpagos en la lejanía, pero le daban la atmósfera perfecta para pasar una aterradora velada.

Los chicos empezaron su recorrido por el vecindario pidiendo caramelos entre el alboroto de todos los demás niños que se habían disfrazado. Se podían ver disfraces de momia, vampiros, muertos vivientes... pero allí nadie osaba a disfrazarse de fantasma después de lo que había sucedido años atrás.

Por fin llegó el momento para los tres amigos de afrontar el reto de aquella noche: presentarse en la casa del señor Edevane. Ben y John no las tenían consigo.

- ¿Qué tal si nos retiramos ya? Hemos recogido un montón de chuches y la tormenta está cada vez más cerca- sugirió John.

-Sí, yo creo que deberíamos hacer eso. Podemos dejar la visita a casa del Señor Edevane para otro Halloween. Nos va a pillar la tormenta- sostuvo también Ben.

- ¡No me lo puedo creer, chicos! Tenemos la oportunidad de hacer algo completamente diferente y a lo que nadie se ha atrevido desde que pasó aquello. Y ahora, en el último momento, os rajáis. ¡Es increíble! ¿Acaso tenéis miedo?

Ben y John se miraron, ninguno quería ser el responsable de arruinar el plan de Martin, aunque por otra parte no les apetecía lo más mínimo acercarse por aquella maldita casa.

-No, es solo que la tormenta se acerca. Y ya va quedando poca gente por el vecindario. A lo mejor es más prudente volver a casa. Pero si te vas a enfadar... -dijo John.

Ben se quedó callado, pero asintió con la cabeza como dándole la razón a John.

-La tormenta está lejos todavía y solo será un minuto. Es llamar a la puerta y ver qué pasa. Lo mismo nadie sale a recibirnos. Pero me da rabia que, en el último minuto, lo echéis todo a perder. Lo habíamos planeado, chicos- insistió Martin.

-Está bien, está bien. Iremos, pero si no abre nadie, nos vamos a casa y punto- accedió John.

-Eso, si nadie abre, nos largamos sin más. Nada de quedarnos a husmear ni nada por el estilo- subrayó Ben.

-Ok, chicos. Eso haremos. Veréis como no es para tanto. Vamos, deprisa- dijo Martin entusiasmado después de lograr convencer a sus amigos.

Martin tomó la delantera y a paso rápido se encaminó hacia la casa del Señor Edevane, que quedaba al final del vecindario. Más allá de la casa solo había un parque que, al encontrarse en un vecindario del extrarradio de la ciudad, estaba un poco abandonado y apenas era frecuentado, en especial por las noches. John y Ben siguieron a su amigo hasta que, por fin, se encontraron delante de la casa del Señor Edevane. Una verja rodeaba todo el jardín que la casa tenía, pero aquel estaba sin cuidar y había muchas plantas y arbustos secos y otros a punto de hacerlo. La casa también estaba bastante abandonada. Desde fuera se veían algunas ventanas cuyas hojas de madera estaban algo rotas. El aspecto general era el de una casa bastante vieja, aunque había sido construida al mismo tiempo que el resto de las del vecindario.

La puerta de la verja estaba abierta. El camino que conducía hasta la entrada principal de la casa, cubierto de hojas secas. Las luces de la casa estaban apagadas, excepto las de una ventana de la planta baja.

Los chicos se plantaron delante de la verja.

- ¡Vamos, no pensaréis quedaros aquí parados! Yo iré primero- dijo Martin a sus amigos, que, al ver la casa y el jardín, se habían quedado reticentes a dar un paso adelante.

Anduvieron por el sendero que se abría paso entre el jardín hasta llegar a la puerta principal de la casa. Martin se puso justo enfrente de la ella y los dos amigos, tras él.

-Ha llegado el momento- anunció Martin. Y dio un par de toques en la puerta, ya que no había ningún timbre para avisar.

Pasaron unos segundos y nadie abría la puerta, ni siquiera se oían pasos de alguien aproximándose a la misma.

-Vámonos, Martín- sugirió John- Aquí no hay nadie o si lo hay, no está por abrirnos.

-Esperemos un poco más. A lo mejor no nos han oído. Volveré a llamar y si en esta ocasión no viene nadie a abrirnos, nos iremos.

Y Martín volvió a dar otros dos golpes en la puerta, esta vez un poco más fuertes. No quería irse de allí sin que alguien al menos se dignara a abrirles la puerta. De lo contrario, aquel Halloween quedaría en el olvido y no era lo que él había planeado.

Pasaron unos eternos segundos y la puerta seguía cerrada.

-Lo hemos intentado- dijo Ben. - Pero aquí no hay nadie. Lo siento, Martin, el año que viene volveremos a intentarlo.

Con resignación, Martin se giró y Ben y John comenzaron a caminar para salir de aquella casa. Dieron unos pasos, y entonces, cuando todo estaba ya perdido, oyeron como la puerta se abría.

De inmediato, Martin se dio la vuelta y tras él sus dos amigos. Allí, en mitad de la puerta que estaba abierta de par en par, estaba la figura fantasmal que habían ido a buscar. Alguien cubierto con una sábana blanca estaba plantado allí sin decir nada.

Martin dio unos pasos hacia delante y se colocó delante de aquella figura fantasmal. Levantó el cesto con forma de calabaza repleto de golosinas y chuches que habían recolectado a lo largo de la noche y esperó a ver qué sucedía.

Entonces, el fantasma, levantó uno de sus brazos y dejó caer sobre el cesto un montón de caramelos. Después volvió a agachar el brazo y se quedó allí parado de nuevo, sin decir nada.

-Muchas gracias- dijo Martin. Pero nadie contestó. Así que él, se dio medio vuelta y comenzó a salir de allí, precedido de sus dos amigos.

-No era un fantasma- sentenció Ben en voz baja para no ser oído. - Le he visto los zapatos al levantar el brazo para darte los caramelos.

-Yo también- confirmó John-. Puede que después de todo, el Señor Edevane, solo sea un tipo raro, pero de ahí a ser un fantasma...

Martin, algo decepcionado, aunque feliz al menos por haber demostrado el suficiente valor como para atreverse a ir allí a pedir caramelos, siguió su paso lento para abandonar aquel lugar.

- ¿Decepcionados?- preguntó el fantasma.

Los tres chicos se giraron rápidamente.

-Perdone usted, ¿cómo dice? – dijo Martin sorprendido.

- ¿Acaso creéis que no sé a qué habéis venido esta noche aquí? ¿Queríais ver un fantasma, verdad? Pues pasad y os mostraré un auténtico fantasma. –les contestó el hombre bajo el disfraz.

John y Ben miraron a Martin y este pudo comprobar solo con ver sus ojos que los chicos querían irse de allí. A unos metros de la puerta de la casa como estaban, empezaron a discutir sobre qué hacer.

- ¡Eh! No seáis tontos, los fantasmas no existen. Pero puede ser divertido ver qué nos tiene preparado. Entrar a la casa del Señor Edevane es mucho más de lo que jamás podríamos haber soñado. ¿Lo acompañamos?

-No creo que sea buena idea- dijo John.

-Yo tampoco. Vámonos, Martin. Me da mala espina todo esto- le apoyó Ben.

Pero Martin no estaba dispuesto a rechazar aquella proposición. Quería entrar en aquella casa tan misteriosa, quería saber qué era lo que el Señor Edevane quería enseñarles.

-No existen los fantasmas, lo sabéis. Yo voy a entrar. Si alguien quiere acompañarme bien, si no, lo haré yo solo. – replicó Martin, que era un testarudo de cuidado.

-Está bien, iré contigo- accedió John no muy conforme.

-Y yo, ¡qué remedio! - se sumó el pequeño Ben, todavía menos convencido que John.

Y uno tras otro fueron pasando al interior de la casa mientras aquella persona bajo el disfraz de fantasma esperaba a un lado de la puerta mientras lo hacían. Una vez dentro los tres, pasó quien llevaba el disfraz y cerró la puerta.

EL MEJOR HALLOWEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora