Capítulo 7 Reencuentros.

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La luz del amanecer se extendía lentamente sobre las llanuras de Carrera Blanca, iluminando la ciudad y sus alrededores en tonos cálidos y suaves. En el silencio del Hogar de la Brisa, Gwayne fue el primero en despertar. Se volvió hacia Rhaenyra, que aún dormía tranquila, y se inclinó para besarle la frente. Ella sonrió en sueños, y Gwayne no pudo evitar sentir una punzada de ternura.

Con cuidado, se levantó de la cama y dirigió la mirada a los aposentos de su hijo Jacaerys. Hoy emprenderían el viaje hacia Alto Hrothgar, según las indicaciones de la doncella Brelas. Mientras observaba los muebles simples y la decoración discreta de la habitación, notó una mesa en un rincón. Sobre ella, un diario de tapa desgastada captó su atención.

Movido por la curiosidad y una necesidad de entender el tiempo que sus hijos habían pasado en esta tierra desconocida, Gwayne se acercó y recogió el diario, abriéndolo con cautela. Las primeras líneas estaban escritas con la pulcritud y el estilo de su hijo mayor:

“Hoy es el tercer día en esta tierra llamada Tamriel. Es un lugar diferente a todo lo que conocíamos, habitado por seres que solo había escuchado en historias: Khajiitas, Argonianos, elfos de varios tipos y humanos, viviendo en relativa armonía bajo el mismo imperio.”

Gwayne sonrió levemente al leer esas palabras. Era difícil imaginar a sus hijos enfrentando esta mezcla de maravilla y desafío en un lugar tan lejano. Pero a medida que avanzaba en la lectura, su sonrisa se desvaneció.

“No hemos tenido opción más que unirnos al gremio de ladrones en Riften para conseguir algo de comida. El hambre nos acosa, y ni Luke, ni Joffrey, ni yo pudimos soportarlo más. Un hombre llamado Brynjolf nos ofreció trabajo; con eso, al menos, pudimos llevar algo de pan a la boca.”

El rostro de Gwayne se oscureció al leer esa confesión. La imagen de sus hijos, descendientes de una familia noble, viéndose obligados a robar para sobrevivir le resultaba amarga y casi irreal. Cada palabra en el diario parecía expresar la fortaleza que Jacaerys había tenido que reunir para guiar a sus hermanos en tiempos tan difíciles. Era una carga que Gwayne no habría deseado para ellos, y sentía la punzada de culpa por no haber estado ahí para protegerlos.

Cerró el diario lentamente, tomando un momento para procesar lo que había leído. La determinación de Jacaerys, el sufrimiento de Lucerys y Joffrey… cada línea hablaba de sacrificios que habían soportado en silencio. Gwayne apretó el diario contra su pecho, prometiéndose que jamás permitiría que volvieran a enfrentar el hambre o la desesperación solos.

Con esa promesa en mente, Gwayne se giró hacia Rhaenyra, aún dormida, y una sensación de resolución llenó su pecho. Estaba decidido a enmendar todo lo que el exilio les había robado.

Gwayne dejó el diario en la mesa y se acercó con suavidad a Rhaenyra, quien aún dormía plácidamente en la cama. Se inclinó para darle un beso ligero en los labios, haciéndola sonreír mientras comenzaba a abrir los ojos.

-Buenos días, mi amor- susurró él, con un tono suave que parecía no querer romper el silencio de la mañana -Debemos prepararnos; hoy comenzamos un largo camino.

-¿Tan temprano?- respondió Rhaenyra con una sonrisa, aún adormilada, alzando una mano para acariciar su mejilla.

Gwayne tomó esa mano entre las suyas y, arrodillado junto a la cama, le dejó un beso en los dedos.

-Cuanto antes estemos en camino, antes podremos tener a nuestros hijos de vuelta con nosotros.

Ambos se levantaron, vistiéndose en silencio, compartiendo miradas llenas de complicidad mientras se preparaban. Al bajar al piso inferior, el aroma de un desayuno recién hecho los recibió. Brelas, la doncella, les dio una cálida bienvenida.

Dovahkiin: sangre de dragón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora