El Lago Encantado

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Morgie estaba caminando lentamente por un sendero oscuro, usaba su ropa habitual, pantalones negros, su larga bufanda y su camisa favorita de mangas sueltas, pero no llevaba zapatos ni calcetas. Estaba caminando descalzo por un camino lleno de tierra, lodo y hojas secas.

Era curioso, todo el lugar era un enorme anochecer con una iluminación entre morada y negra, con muy pocas nubes y una enorme Luna llena en el cielo, sin nada de viento.

Estaba en un sueño, no es la primera vez que Morgie pasa por un sueño vívido, ha tenido otros así, pero era la primera vez que estaba caminando por ese lugar.

—¿Estás aquí mamá? —Morgie preguntó en voz alta, mirando a su alrededor. Tampoco sería la primera vez que Morgana usaba los sueños para comunicarse con él de manera más directa, pero no había señales de su madre aquí.

—Okay, no es un sueño de mamá —Se dijo a sí mismo, recordando las clases privadas con su madre sobre los sueños—. ¿Hay alguien más aquí qué quiera comunicarse conmigo?

Pero no obtuvo respuesta así que suspiró y empezó a caminar en línea recta, siguiendo el sendero entre los árboles secos sin hojas en sus ramas. Por muy desolado que parecía ese lugar, Morgie no estaba alterado, estaba en paz con su localización.

—Down, down, down the road… —Morgie susurró hasta que miró al frente y vio que a varios metros el sendero era interrumpido por una casa vieja de fachada mugrienta y desgastada con una puerta café mohosa por la humedad.

Morgie caminó hasta la puerta y antes de poder anunciar su presencia, la puerta se abrió por sí sola. Empujó un poco más la puerta y entró por completo tras la puerta.

Dentro el sitio era diferente, todo lleno de madera vieja, húmeda, rota. El lugar era oscuro, frío y húmedo, se giró a un lado, viendo que estaba en un espacio muy reducido, a sus espaldas estaba la puerta ahora cerrada y al frente unas cuantas escaleras hacia abajo.

Desde ahí pudo escuchar breves risas qué se encontraban abajo.

Morgie decidió ignorar el curioso movimiento de la superficie donde estaba y lentamente empezó a bajar cada escalón qué crujía ante su peso. Adiós al factor sorpresa.

Mientras Morgie más bajaba, más identificaba los sonidos. Eran voces jóvenes, hablando en un volumen alto.

Cuando llegó al final de las escaleras vio un comedor y cocina muy pequeños, con una mesa tan vieja como el resto de la… ¿casa? Increíblemente las sillas lucían bastante bien, algo sucias, pero en mejor condición qué el resto de los muebles.

Aunque lo que le llamó la atención fue ver a los tres adolescentes sentados a la mesa, discutiendo entre ellos.

—Pasaste todo el día allí y solo pudiste traer almejas —Una de las dos chicas se quejó. Morgie la vio bien, era una chica de cabello largo y lacio negro, tan negro como la noche, ojos de un café claro muy similares a los de Morgie de hecho. Además en su cabeza tenía una pañoleta roja qué le servía de diadema.

—Cierra la boca, al menos yo me preocupo por traer comida a la mesa, no como tú, señorita perfecta —Se quejó el único muchacho de la mesa, su cabello era idéntico al de la primer chica, pero tenía unos curiosos ojos azules claros qué a Morgie le recordaron a los ojos de su madre. Además llevaba una excesiva cantidad de delineador y usaba un chaleco de cuero rojo, pero sin duda lo que más le llamó la atención fue como jugueteaba con un viejo garfio plateado.

—¿Se quieren callar? Me molesta como se ponen a cacarear —Habló la otra chica, que a diferencia de los otros dos tenía un cabello claro, entre rubio y castaño, decorado con una diadema morada y joyas, falsas cabe aclarar, de colores y ojos como la miel.

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⏰ Última actualización: Oct 30 ⏰

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