Capítulo I

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-¡Mamá¡ ¡Mamá!

Comencé a llorar al mismo tiempo que llamaba, pero ella no reaccionaba, había sido tan fuerte el golpe que estaba inconsciente en los brazos de papá.

Me tiré al suelo y le pedí al Cielo, a Dios, que trajera a mamá de vuelta porque sentía una opresión en el pecho de sólo pensar que había muerto. Que mi padre había causado esto.

Papá acostó a mamá en el sofá de la sala y vino hacia mí para consolarme y yo me aparté de un salto horrorizada.

-Emma, por favor.

-¡Aléjate de mí! ¡Tengo miedo! - Grité entre lágrimas, corriendo hacia mi madre que yacía en la cama con la cara llena de moretones. -Mami, quédate conmigo. No te vayas.

De pronto unas manos me alzaron en peso y me arrojaron al piso...

Despierto agitada, jadeando y con grandes gotas de sudor corriendo por mi frente pese a el frío que hace en Londres en estos días.

Veo el reloj en la mesilla de noche. 4:36. Aún me queda una hora para comenzar mi primer día en esta ciudad majestuosa.

Tengo 24 años y las pesadillas viven conmigo desde que tengo memoria. Tomo un sorbo de agua del vaso que siempre tengo cerca por si esto pasa, respiro profundo y vuelvo a la cama.

* * *

A las 6:30 salgo de casa camino a mi nuevo trabajo en una clínica, como psicóloga, mi objetivo es poder tener mi propio consultorio algún día.

Paso por Starbucks, pero no por un café, sino por sus croissants y un té helado. Me encantan.

Entro al sitio y tomo asiento mientras espero que traigan lo que he ordenado.Observo mi entorno, amo la tranquilidad de la mañana, la soledad y a la vez la energía de las primeras horas del día. Lo sé, es raro en la sociedad estrepitosa en la que vivimos, pero a mí me fascina tener estos momentos sólo para mí antes de comenzar mi rutina.

De repente escucho una carcajada que llama mi atención y veo a un hombre esbelto con buena musculatura. Está conversando alegremente con un hombre de mediana edad que parece el encargado de la cafetería. Por un momento me quedo fascinada por su sonrisa y los hoyuelos tan lindos que se forman en sus mejillas al sonreír. Y como si sintiera mi mirada sobre él, alza la vista y se enfoca en mí.

Aparto la mirada y siento mis mejillas arder, joder. Generalmente no observo a las hombres porque no me gusta alimentarles el ego, así que sólo los ignoro. Pero esto, qué vergüenza. Trago saliva y miro a través del cristal como comienza a fluir el pasar de las personas en la calle.

-Aquí tiene. Que lo disfrutes. -Me dice la mesera sacándome de mis pensamientos y pone ante mí lo que he pedido.

-Muchas gracias.

Procedo a desayunar con mi mirada fija en la gente de afuera en un intento de evitar al insistente chico que me está escrudiñando con sus ojos grises.

Una vez termino de comer, pago la cuenta, me dirijo a la salida y justo se acerca el hombre de los hoyuelos.

-Una pregunta, ¿puedo saber qué estabas mirándome hace un momento? - Me mira con curiosidad.

-¿Para qué están hechos los ojos? Son para ver, ¿no? Pues yo sólo estaba viendo mi entorno. -Respondo atropelladamente sorprendida por este acercamiento.

Sus ojos grises de cerca me hacen pensar en el cielo nublado antes de una tormenta. Así tal cual, esa tonalidad. Él sonríe y ahí están esos hoyuelos. Dios. Pongo lo ojos en blanco y lo miro con cara de pocos amigos.

-Vale, vale. Espero que tengas un buen día, observadora de entornos.

Me abre la puerta y antes de salir, me dice:

-Quizás te vuelva a ver.

-No lo creo, está ciudad es muy grande.-Respondo cortante y me marcho.

* * *

Después de atender tres pacientes en mi jornada laboral, me encuentro exhausta hasta la médula. Me despido de mis compañeros en la clínica y salgo como un rayo directo a casa de mi mejor amiga, Sara. Necesito una de esas charlas liberadoras que sólo las mamás pueden ofrecer, pero al no tenerla cerca, debo buscar otras opciones.

Ser psicóloga es una responsabilidad enorme y como profesionales de la salud mental podemos caer fácilmente en el descuido y abandono de nosotros mismos, si sólo dedicamos nuestra energía en atender las necesidades emocionales de los pacientes. Por eso antes de comenzar el día, tengo mi momento a solas para recargar energías. Después de terminar mi jornada busco la forma de liberarme ya sea tocando el piano, visitando a mi madre (cosa que podía hacer cuando vivía en Boston) o salir a pasear con mis amigas. Así mantengo el equilibrio entre mi trabajo y mi mundo interno.

Estaciono mi coche frente a la casa de Sara. Ella es mi mejor amiga desde hace 8 años, nos conocimos en secundaria y es una de las pocas amistades que conservo. Es una arquitecta increíble, especializada en paisajismo, según ella encontró inspiración en mi mamá (también es arquitecta paisajista) para su vocación. Así que ahora dedica su vida a ello.

-¡Hola! ¡Hola! -Me abraza con entusiasmo al recibirme. -¡Bienvenida a mi humilde morada!

Veo el espacio que no tiene nada de humilde. Todo luce impecable.

-Debo admitir que haces honor a tu profesión con una casa así. - Sonrió.

-Ven, charlemos mientras miramos las estrellas. -Me coge del brazo y me guía por la sala de estar, pasamos por un pasillo que nos lleva a la alcoba desde donde se tiene una vista espectacular del río Támesis y del cielo azul lleno de estrellas.

-Antes había viajado a Londres, pero se siente muy diferente cuando vives aquí. - Observo fascinada.

-Te dije que te sentaría bien cambiar de país, de ciudad, de lugar. Comenzar de nuevo. Necesitas centrarte, Emma. Vas escalando en la vida profesional, pero tu vida amorosa...

-Sara, por favor, no lo arruines. No quiero hablar de eso.

-Emma, no es normal que en los últimos cuatro años hayas conocido a dos hombres maravillosos y que a ambos los hayas abandonado sin razón ni motivo. -Asevera y la preocupación es notable en su voz.

Suspiro y miro al cielo por un momento. No me gusta negar lo evidente pero es difícil cuando de mí se trata.

-Tienes razón. Tú y mi madre me tienen harta con todo esto, pero están en lo cierto.-Bebo un sorbo de chocolate caliente, todos mis conocidos saben que no me gusta el café. Otra rareza, lo sé, pero bueno. -No es fácil hablar de eso para mí, aunque por dos años estuve en terapia, hay algo en mí que no se termina de desbloquear. No sé cómo explicarlo.

-Emma, eres una persona increíble. Una psicóloga maravillosa, tus pacientes son la prueba de ello. Pero, ¿cómo podrás ayudar a otros que estén en la misma situación que tú?,si tú no has trabajado en tus heridas. No sé mucho de esas cosas, pero de algo estoy segura: hasta que no sanes todo eso que llevas dentro, no podrás avanzar más allá y vas a pasar toda tu vida huyendo y quizás perdiendo a personas estupendas por miedo a ser lastimada.

Bajo la mirada a la taza de chocolate en mis manos y pienso en las palabras que acabo de escuchar. Siento un dolor en el pecho.

-Da igual.-Digo fingiendo una sonrisa.- El amor no lo es todo en la vida, hay otras cosas con las cuales puedo vivir tranquila, no estoy obligada a casarme y tener hijos.

-Si tú lo dices. -Me tiende un sobre. Lo cojo.-Es una invitación para un evento mañana en la noche, van a inaugurar un hotel y adivina quién diseñó el jardín de sus alrededores e interiores.

-¿En serio? No me lo creo ¡Qué emocionante! -Abro el sobre. - ¿Acaso no tienes un novio a quien invitar? Me acusas de mi soltería y mírate. -Suelto riéndome.

Ella se ríe conmigo y luego me mira con los ojos entrecerrados:

-A diferencia de ti, a mí sí me ha ido muy mal en el amor y tengo razones para estar sola. Pero tú, sólo rompes corazones de buenos hombres y eso no se hace, Emma Butterfield. Así que vendrás conmigo al evento.

ColisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora