🍭🍬
El otoño vestía la ciudad con sus tonos ocres y dorados mientras el viento arrastraba hojas secas por las calles. Era la víspera de Halloween, la noche favorita de los niños, cuando las puertas se abrían y el dulce perfume de los caramelos envolvía los vecindarios. Jorge y Claudio miraban a sus mellizos, María y Tomás, con una mezcla de orgullo y nostalgia. Cada año que pasaba, parecían crecer más rápido, y ahora, vestidos de vampiros, sus rostros estaban iluminados por una energía tan vibrante que era casi contagiosa.
Claudio, siendo Omega, siempre había tenido un instinto protector, pero después de la llegada de los mellizos, ese instinto se había multiplicado por mil. Había noches en las que los miraba dormir, preguntándose cómo había sido posible que dos pequeñas vidas surgieran de él, tan perfectas y tan llenas de promesas.
Jorge, un Alfa en toda su esencia, era un pilar de fuerza para su familia, pero con Claudio y los mellizos, su dureza se suavizaba. Los observaba ahora mientras correteaban por la casa, emocionados por salir a pedir dulces. El sonido de sus risas llenaba el hogar, y aunque Jorge era el Alfa, en ese espacio, era Claudio quien dominaba el corazón de todos.
—Creo que están listos para arrasar con el vecindario —comentó Jorge con una sonrisa mientras ayudaba a Tomás a ajustar su capa de vampiro.
Claudio, con una paciencia infinita, le puso un último toque al disfraz de María, asegurándose de que la pequeña no se tropezara con la larga túnica que llevaba. Ambos niños eran reflejos de sus padres, con la fortaleza de Jorge y la sensibilidad de Claudio, pero también con sus propios rasgos únicos que los hacían tan especiales.
—No puedo creer lo rápido que crecen —dijo Claudio, mirando a los mellizos con ojos llenos de ternura.
Jorge se acercó a su pareja y le rodeó los hombros con un brazo fuerte y protector. Su aroma, una mezcla de seguridad y afecto, siempre había tenido un efecto calmante en Claudio.
—Es cierto, pero cada año trae algo nuevo —respondió Jorge con suavidad. Luego besó la frente de Claudio antes de soltar una risa—. No te pongas demasiado sentimental antes de que empiece la noche.
Claudio sonrió, siempre agradecido por la forma en que Jorge lograba equilibrar la vida familiar con su naturaleza protectora de Alfa. Sabía que esa noche no se trataba solo de pedir dulces; era una noche en la que su pequeña familia brillaba con luz propia, sin importar lo que sucediera en el mundo exterior.
Los cuatro salieron de la casa, y las luces tenues del atardecer se mezclaron con la decoración de Halloween que adornaba las casas. Faroles de calabaza con caras sonrientes y terroríficas iluminaban el camino, y los niños corrían por las calles con sus disfraces de monstruos, brujas y fantasmas. Las risas resonaban en el aire mientras los pequeños gritaban "¡dulce o truco!" en cada puerta.
Tomás y María corrían de puerta en puerta, llenando sus bolsas con golosinas, mientras Jorge y Claudio caminaban un poco más atrás, tomados de la mano. A lo largo de los años, su relación había crecido y evolucionado, no sin desafíos, pero siempre con un profundo respeto y amor mutuo. Los mellizos, aunque a veces agotadores, habían sido una bendición inesperada que los había unido aún más.
—¿Recuerdas nuestro primer Halloween juntos? —preguntó Jorge, rompiendo el silencio cómodo entre ellos.
Claudio sonrió, recordando ese momento. Habían sido mucho más jóvenes, sin hijos, y apenas empezando a explorar su vida juntos como Alfa y Omega. Aquel primer Halloween había sido caótico, lleno de risas y errores en la cocina, intentando hacer dulces caseros que terminaron siendo un desastre. Pero se habían divertido, y ese era el punto.
—Sí, claro. No sabíamos nada sobre cómo hacer dulces, pero lo intentamos —respondió Claudio con una risa suave—. Creo que al final fue más sobre estar juntos que sobre lo que hacíamos.
Jorge apretó su mano un poco más fuerte. Había una comodidad entre ellos, una sensación de hogar que no podía ser explicada con palabras. Los mellizos, María y Tomás, eran una manifestación de ese amor, pero también lo era la forma en que, con cada desafío, habían encontrado una manera de mantenerse unidos.
—Siempre hemos sido un buen equipo —dijo Jorge con orgullo—. Y ahora, mira lo que hemos logrado juntos.
Los mellizos regresaron corriendo hacia ellos, las bolsas de golosinas ya pesadas y sus ojos brillando de emoción.
—¡Mira, mamá! ¡Tenemos muchísimos dulces! —exclamó María, mostrando su bolsa casi llena hasta el borde.
Tomás, no queriendo quedarse atrás, agregó: —Y aún no hemos terminado.
Claudio rió ante el entusiasmo de los niños. La noche recién comenzaba, y aunque sabían que al final estarían exhaustos, esos momentos de felicidad valían todo el esfuerzo.
A medida que la noche avanzaba, las calles se llenaron de más niños y familias, todos disfrutando de la magia de Halloween. Jorge y Claudio, siempre atentos, se aseguraban de que los mellizos estuvieran seguros mientras continuaban su aventura por el vecindario. Las luces de las calabazas parpadeaban como si fueran estrellas caídas, iluminando brevemente las caras felices de los niños.
Finalmente, después de varias horas y muchas puertas tocadas, decidieron que era hora de regresar a casa. Tomás y María caminaban cansados pero satisfechos, sus bolsas llenas de dulces y sus corazones llenos de recuerdos.
Cuando llegaron a casa, Jorge ayudó a los mellizos a quitarse los disfraces, mientras Claudio preparaba chocolate caliente para todos. La casa estaba cálida y acogedora, un refugio del frío otoñal que comenzaba a asentarse afuera.
—Fue una gran noche —comentó Jorge, acercándose a Claudio con una taza de chocolate en la mano—. ¿Sabes? Me alegra que tengamos esto.
Claudio asintió, mirando a sus hijos, que ya medio dormidos, estaban acurrucados en el sofá. Luego miró a Jorge, su Alfa, su compañero, el hombre con quien había construido todo esto.
—Yo también —susurró Claudio—. No cambiaría esto por nada en el mundo.
Jorge le sonrió, y en ese momento, mientras el aroma del chocolate caliente llenaba la sala y el suave susurro del viento se escuchaba afuera, Claudio supo que, a pesar de todo, siempre tendrían noches como esta. Noches en las que el amor y la felicidad de su pequeña familia eran todo lo que importaba.
Y así, mientras los mellizos se quedaban dormidos, y el mundo seguía girando más allá de las ventanas, Claudio y Jorge se dieron cuenta de que estaban exactamente donde siempre habían querido estar: juntos.
🍬🍭
(💮🪱🪼) La familia como Dios la creo 🗣️🗣️🗣️