Esta es la noche más triste porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en su bicicleta, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré discretamente de casa, esperando que nadie me vea, y tomaré el metro para ir al departamento de Víctor.
Me llamo Alberto Giacomini, tengo 34 años y soy ingeniero en la fábrica de Ford, ubicada en Tigre. Trabajo allí desde hace más de diez años, empezando como aprendiz y ascendiendo a jefe de línea en la planta de ensamblaje. Siempre he sido metódico, organizado y silencioso en mi forma de vivir. Los autos y las máquinas han sido mi mundo desde que tengo memoria; de niño, pasaba horas desarmando juguetes y luego volviéndolos a armar, fascinado por la funcionalidad de cada una de las piezas. Eso me definió en la adultez: la necesidad de orden, de que todo encajara como debía. No era un hombre de grandes pasiones o gestos dramáticos. Simplemente me concentraba en mi trabajo y en la rutina que habíamos construido junto a Laura, mi esposa.
Vivimos en Olivos, cerca del puerto, en un pequeño departamento de dos habitaciones. Es un lugar tranquilo, con una vista hacia el río que ambos solíamos disfrutar en nuestros primeros años de casados. Laura es docente en la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde enseña historia del arte, pero su verdadera pasión es la música. Da clases de piano en casa, algo que le da una paz que nunca terminé de comprender del todo. Nuestras tardes están llenas de melodías suaves, de Chopin o Beethoven, que se filtran por las paredes mientras yo reviso planos o trabajo en alguna propuesta para la fábrica.
Laura y yo nos conocimos en una conferencia de la universidad, un encuentro casual en el que compartimos una breve conversación sobre la ingeniería y el arte; y terminó siendo esa chispa inicial la que nos unió rápidamente, y al poco tiempo dió el paso para que nos casáramos. Durante años, creí que éramos felices, que compartíamos una vida tranquila y sin complicaciones, basada en el respeto mutuo y en las pequeñas rutinas cotidianas, y atenciones que nos dábamos el uno al otro.
Pero ahora, mientras observo la ciudad nocturna desde la ventana, sé que eso ya no es cierto. No me marcho por capricho ni porque la vida me haya empujado a algo distinto... Me marcho porque ya no puedo soportar el peso de lo que descubrí.
Recuerdo claramente el día en que todo cambió, era un jueves cualquiera, y había salido temprano de la fábrica, debido a un apagón inesperado en la planta, lo cual era algo que parecía volverse rutinario gracias a las olas del calor de verano. Decidí volver a casa antes de lo previsto, pensando que sorprendería a Laura con el almuerzo que había comprado en el camino. Me esforcé por no hacer ruido al entrar, para poder sorprenderla, pero me extrañó no escuchar el piano ni su voz. Laura debería estar dando clases de piano, o eso es lo que me comentó en la mañana antes de que me retirara. Caminé hacia nuestra habitación para dejar mi saco, pero la puerta estaba entreabierta, y ahí, en la penumbra por las cortinas, los vi.
Laura, con su cabello desparramado sobre la almohada, estaba con otro hombre. Era alguien mucho más joven, pero ya no importaba quién fuera, lo que quedó grabado en mi mente fueron los gemidos, las risas, el sudor en sus cuerpos. Quedé paralizado, como si fuese un extraño observando una escena ajena a mi vida.
No hice ruido, ni dije nada, simplemente di media vuelta y salí del departamento..
Recuerdo haber caminado sin rumbo por las calles de Olivos, con las manos en los bolsillos y el estómago revuelto, de repente se me había pasado el hambre para almorzar. Entré en un café cualquiera y me senté en una mesa junto a la ventana. Pedí un cortado y lo bebí lentamente, intentando procesar lo que había visto. Pasaron alrededor de unas cuatro horas antes de que decidiera volver a casa, justo a tiempo para que Laura pensara que mi regreso había sido a la hora habitual. Cuando entré, no dije nada, y ella tampoco pareció sospechar.
Desde entonces, todo fue diferente. Cada vez que la miraba, veía la traición en sus ojos. Intenté fingir que nada había pasado, y que realmente podía seguir adelante, pero la imagen de ella con otro hombre me quemaba por dentro.
Las melodías del piano que tanto solía disfrutar, ahora me resultaban insoportables; cada nota que tocaba, me recordaban a los sonidos que habían llenado nuestra habitación aquel día. Mi mundo, antes ordenado y predecible, se estaba desmoronando silenciosamente..
Y ahora, mientras empaco mis cosas, sé que no hay marcha atrás. Mañana, cuando Laura se haya ido en su bicicleta, tomaré la maleta y me iré. No me molestará dejar el departamento, las tardes junto al río, o incluso los recuerdos felices que construimos juntos. Lo único que siento es un enorme alivio por dejar atrás la mentira en la que se ha convertido nuestra vida, dejar atrás la traición.
Víctor, mi mejor amigo de la universidad, me ha ofrecido su departamento por el tiempo que lo necesite. No le he contado la verdad, sólo le dije que necesitaba un tiempo para mí. Él no me bombardeó con ni una sola pregunta, y simplemente me permitió quedarme allí hasta que pueda encontrar un nuevo lugar, lejos de Laura, del puerto y de Olivos.
Mañana me marcharé. Sé que dejar atrás todos estos seis años compartidos no será nada fácil, pero es mejor que vivir en una mentira. Al fin y al cabo, sé que solo me queda seguir adelante.
YOU ARE READING
𝐇𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚𝐬 𝐲 𝐑𝐞𝐥𝐚𝐭𝐨𝐬
Short Story100% originales. Todos estos son trabajos que he tenido que preparar y presentar en la Universidad.