Capítulo 6

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Sobreviví a mi examen de estadísticas y, al salir, me encaminé hacia Aurora. Aunque había tomado un café antes de entrar, creí haberme ganado uno más después de superar semejante exigencia. Como si eso fuera poco, hacía dos noches que casi no dormía.

Desde el beso de San. Seonghwa afirmaba que lo ocurrido era una prueba de que me estaba convirtiendo en alguien irresistible. Con aquella conversación en la cabeza, puse los ojos en blanco, lo que hizo que una chica que pasaba junto a mí me viera de forma extraña.

Entré en la cafetería y me alegré de escapar del frío. Pronto tendría que ponerme el abrigo grueso y los guantes. Inhalé profundamente deleitándome en el aroma a expreso y a pan recién horneado que flotaba en el ambiente. Había muffins y hasta galletas glaseadas color naranja con forma de calabaza.

La fila era más corta que hacía dos horas, y me puse detrás de una chica que hablaba a gritos por teléfono. Intenté ignorarla al tiempo que me ponía de puntillas para ver mejor qué otras delicias había en exhibición. Opté por una galleta relleno con mermelada de arándanos y, mientras esperaba mi turno, dejé que mi mente regresara a la animada conversación que tuve con mis compañeros el día anterior.

Seonghwa decía que el hecho de que San me siguiera fuera del bar era el resultado de mis increíbles habilidades en el arte de la seducción. Eso decía él. Yo no estaba para nada de acuerdo. Sobre todo, teniendo en cuenta que él me había dejado sin decir una palabra después de besarme.

Me sentí de regreso en décimo grado. En cualquier momento empezaría a escuchar a todos susurrar a mi paso: besa mal, besa mal. Qué absurdo. Lo sé. Esto no era la secundaria. Tampoco teníamos quince años. Y no nos movíamos en los mismos grupos sociales.

Si quería decir que mi beso no le había provocado nada, adelante, que lo hiciera. ¿A quién se lo iba a contar? Seonghwa opinaba que debía ir al bar y ver qué pasaba. Partía de la base de que algo pasaría. Era esa posibilidad la que me provocaba sentir mariposas en el estómago. Estaba entre el temor de que me ignorara, y el pánico de que no lo hiciera.

– Realmente deberíamos dejar de encontrarnos así, la gente va a pensar que somos amantes – concentrado en mis pensamientos, me sobresalté al escuchar la voz tan cercana a mi oído.

– Perdón – se rio Sung, echándose atrás – no quise asustarte.

– No – dije con mi mano sobre mi corazón desbocado.

Sung me abrazó. Por unos segundos me recosté en él, y dejé que su calidez me rodeara. Al separarse, hizo un gesto indicando que la fila se movía. Nervioso, como siempre que estaba con él, me acomodé un mechón detrás de la oreja. Un ademán inútil pues volvía a escaparse. Realmente debería hacer algo con mi cabello.

– Un latte y una galleta con mermelada de arándanos – le dije a la sonriente señora que me atendió.

Sung se apresuró a hacer su pedido y a entregar su tarjeta de crédito antes de que yo pudiera encontrar mi dinero. Una vez más.

– No es necesario que pagues...

– Wooyoung, por favor – detuvo el brazo con el que yo revisaba dentro de mi mochila – guarda tu dinero. Trabajas duro para ganártelo.

Me sonrojé. El calor trepó hasta hacerme arder las orejas. Traté de disimular mi incomodidad. No me avergüenzo de trabajar. Tendré que hacerlo durante una eternidad para pagar el préstamo de la universidad, y estoy preparado para hacerlo. Lo sé. Lo que me alteró fue que sus palabras resaltaban lo distintos que éramos. Él se graduaría sin deudas y probablemente recibiría un convertible de regalo.

– ¿Tienes tiempo para quedarte y charlar? – preguntó al tiempo que señalaba la zona con sillones de aspecto confortable.

– Sí, me puedo quedar.

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