Capítulo 11

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Me dejé caer en el asiento del conductor y me senté a esperarlo, contemplando cómo su imponente figura se alejaba en mi espejo retrovisor.

Golpeteé el volante ansiosamente. Sacudí la cabeza y solté un grito liberador dentro de la seguridad de mi auto, para aflojar la tensión. Con las manos me cubrí la cara sonrojado. Bajé el espejo retrovisor y descubrí que mis ojos brillaban más intenso de lo habitual.

– Está bien – hable a mi imagen – compórtate, ya estás grande, Wooyoung. Tú lo pediste y no estás haciendo nada que cientos de miles de personas no estén haciendo en este preciso instante – era probable que lo mío fuera menos, incluso, considerando que no iríamos hasta el fondo.

– No es gran cosa – y mientras me lo repetía, seguía temblando en mi asiento.

Las luces del Jeep de San pronto brillaron detrás de mí. Encendí el motor y me puse en marcha.

Salimos del estacionamiento a la calle. Corté camino a través del campus y conduje entre los conocidos edificios de ladrillo; pasamos el cuadrángulo de césped y bancas que a esta hora estaba desierto. Milagrosamente conseguí llegar sano y salvo, lo cual parecía imposible, considerando que no podía dejar de mirar por el espejo retrovisor la sombra oscura de San en su vehículo.

Encontramos dos lugares libres, cerca uno del otro, para estacionar. Tomé una bocanada de aire, rescaté mi mochila del asiento trasero y descendí, agradecido de haber aprovechado para estudiar en casa de los Song.

San ya me estaba esperando. Se veía relajado y cómodo, con una mano metida hasta la mitad en su bolsillo.

– ¿No hay problema con que dejes el bar? – se me ocurrió preguntar.

– Llamé a mi hermano para que se encargue de cerrar.

– Esta bien – caminó a mi lado mientras nos dirigíamos a la residencia.

Miré sus brazos desnudos.

– ¿No tienes frío?

– Estoy bien.

– Es aquí – comenté innecesariamente – dejamos los autos casi en la puerta – al parecer, la situación me hacía decir cosas muy obvias.

Abrí la entrada con la tarjeta. Al llegar al elevador, presioné el botón para llamarlo y le dirigí una pequeña sonrisa mientras esperábamos en un silencio incómodo. Intenté parecer más seguro de lo que me sentía. Como si pudiera.

Él sabía lo que yo era o, mejor dicho, lo que no era.

Fijé la vista en los números iluminados a medida que descendían.

Siete, seis, sabía qué era lo que yo ignoraba.

Cinco, lo que necesitaba aprender.

Cuatro, tres, todo.

Dos, abandoné mi concentrado estudio de los números cuando dos chicas entraron al edificio hablando fuerte. Era evidente que, a juzgar por cómo se sostenían mutuamente, habían bebido de más. No las reconocí en ese momento, pero sus caras me resultaron familiares. Aunque, claro, eso era lo normal con todos los que vivían en la residencia.

Estaba seguro de que nos habíamos cruzado en el corredor o compartido el elevador en alguna ocasión. Era probable que la rubia me hubiera prestado una moneda en la lavandería.

Sus risas y voces chillonas enmudecieron al verme con San.

Intercambiaron miradas de asombro y apretaron sus labios como intentando mantenerse en silencio, con gran dificultad. Las puertas se abrieron un poco ruidosas. San se hizo a un lado para dejarnos pasar y, lo juro, ellas se rieron ahogadamente como si tuvieran trece años.

Juego Previo - SanwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora