Capítulo 2. Sueño de sangre

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Después de los capuchinos ya no volvimos a clase. Fuimos a Central Park a relajarnos y charlar un rato.
Nos sentamos cerca del lago y todo estaba muy tranquilo.
La verdad es que no puse atención a su platica. El recuerdo de aquel tipo nuevo de la clase me dejó muy paranoica. Sentia como si me estuviera viendo en ese mismo momento.
-... y es por eso que empiezo a creer que Kathleen ya no me ama- dijo Aiden dándose cuenta que me importaba un bledo su conversación.
- Disculpa, ¿qué dijiste?-. Me sentía realmente confundida, como si...
Mis ojos se cerraron y me caí sobre el hombro de Aiden
- ¡Kathleen, despierta!- escuchaba que me gritaba Vanessa.
Me habia desmayado. Veia todo nublado y los sonidos parecían venir de muy lejos.
¿ Quién eres? 》 susurraba una voz masculina dentro de mi cabeza. No era la voz de Aiden y mucho menos la voz de Jackson.
Abrí los ojos y las caras de todos parecían haber visto un alien.
- ¿ Estás bien?- me preguntó Jackson ayudándome a incorporarme.
- Si, pero realmente quisiera regresar a mi casa- dije levantándome del césped.
- ¿No quieres ir al doctor? - insistió Aiden.
- No, no. Sólo fue un desmayo- les dije mientras tomábamos camino al auto-. Me siento bien, de verdad.
Llegamos al auto y en el reflejo de la ventana vi a Andrew. Mi cuerpo se paralizó. Andrew nos había seguido hasta Central Park. Vanessa me abrió la puerta del coche y entré tan rápido como pude. Ella parecía no haberlo visto.
Los chicos comentaban sobre los planes para la playa, pero yo solo podía pensar en Andrew. Su forma de mirarme. ¿La voz en mi cabeza sería su voz?
Cuando vi mi casa a lo lejos, sentí un alivio profundo. Me despedí de todos, prometí que me sentía bien y bajé del auto.
Entré a mi casa y las preguntas de mi madre no se hicieron esperar.
- ¿ Qué haces aquí?- fue su primer pregunta-. ¿Te sientes mal, Kath?
No quise preocupar a mi mamá, así que solo le dije: - Me dolió mucho la cabeza, así que los chicos me trajeron a la casa.
-Sube a tu recámara y ahorita te llevo algo para que se te baje el dolor- dijo mi mamá y no puse ninguna objeción.
Una vez en mi cuarto me cambié la pijama y me recosté en la cama. No me sentía mal físicamente, era algo más bien emocional.
Mi madre llegó unos minutos después con una taza de té y unas galletas de chocolate. Cómo amaba a mi mamá.
Me terminé el té y me quedé profundamente dormida.

Estaba en una casona muy vieja y abandonada. Las paredes eran de piedra y hacia un frío de ultratumba.
Caminaba por un pasillo que parecía no tener fin. Y de lejos se escuchaba un murmullo.
Seguí caminando hasta que vi a un hombre parado ante mí. No podía verle el rostro.
Hiba vestido de un traje blanco, pero estaba machado de un líquido rojo carmesí.
Quise moverme pero algo ajeno a mí me lo impedía. El hombre me sujetó de los brazos y me besó en los labios, plantando en mí el sabor a sangre.

Desperté en medio de un mar de cobijas. Solo había sido una pesadilla. Me levanté y fui al baño a lavarme la cara, pero cuando me vi al espejo mis labios estaban tintados de un color rojo carmesí. Y yo no tenía labiales rojos.

El arte de perder Donde viven las historias. Descúbrelo ahora