PROLOGO

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El miedo me consumía por dentro, enredándose en mis pensamientos como una sombra implacable, mientras me acurrucaba en el rincón más oscuro de la habitación que había sido mi cárcel durante los últimos dos años. Negué con la cabeza, tratando de sacudir las voces de pánico que se formaban en mi mente. Pero no podía ignorar la realidad.

El eco de los golpes en la puerta resonaba nuevamente, más fuerte esta vez, haciéndome temblar. Él estaba ahí afuera. Cada golpe era una advertencia, un recordatorio de que no había escapatoria. Bum. Bum. Bum. El sonido reverberaba en mis huesos, acompañando la aceleración de mi respiración.

Cerré los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera desaparecer, como si la oscuridad que me rodeaba pudiera protegerme de la persona allá afuera. Mis manos se aferraron a mis rodillas, encogido en ese rincón donde la luz no llegaba, pero el miedo se colaba por todas partes, invadiéndolo todo.

Sabía que no aguantaría mucho más. Estaban cada vez más cerca.

— ¡Abre la maldita puerta Hoseok, si no quieres que te mate ahora mismo!

La voz era un latigazo que me cortaba la piel, cargada de odio, de una furia contenida que parecía a punto de desbordarse. Los latidos de mi corazón se convirtieron en un tambor descontrolado en mis oídos. Mi mente corría en círculos, buscando una salida que no existía.

Bum. Bum. Bum. La puerta tembló bajo los golpes, y yo me encogí aún más, conteniendo el aliento. Mi cuerpo sabía lo que venía antes que mi mente pudiera procesarlo. Había intentado escapar. Había corrido hasta aquí, buscando refugio, pero ahora estaba atrapado, como un animal acorralado.

No podía ver a mi cazador, pero lo sentía, como una presencia que se filtraba por las grietas de la puerta, invadiendo el espacio que me rodeaba.

La puerta finalmente cedió con un crujido seco, y el aire frío de la noche se filtró por la habitación. Escuché el sonido inconfundible de sus zapatos entrando, pesados y decididos, resonando sobre el piso de mármol como si de una bestia se tratase. Sabía que era él.

— Hoseok —su voz era baja, cargada de rabia contenida—Sabes que no puedes esconderte de mí.

Cada palabra caía como una losa sobre mi pecho. Me aferré a mis rodillas, incapaz de moverme, deseando desaparecer en la nada, pero la presión de su presencia se sentía como si me estuviera ahogando. Su respiración era irregular, más por la furia que por el esfuerzo. Pude imaginar sus ojos clavados en mí, su sombra acechante mientras cerraba la puerta detrás de él, dejándome atrapado sin posibilidad de huir.

Avanzó lentamente, sus pasos como un metrónomo de terror. Podía sentir cómo se acercaba, el suelo vibraba ligeramente bajo su peso. El aire en la habitación se tornaba cada vez más denso, cada vez más asfixiante. Sabía que no podía ver nada, pero el olor a cuero y alcohol se hacía más fuerte a medida que él acortaba la distancia entre nosotros.

— ¿Creías que podías escaparte de mí? —dijo, su voz más cerca de lo que me atrevía a aceptar. Una risa fría, vacía, salió de su garganta—Sabes bien lo que pasa cuando intentas huir, ¿verdad?

Mi corazón latía tan fuerte que temía que lo escuchara. Cada músculo de mi cuerpo estaba paralizado por el pánico. Había intentado huir, esconderme en esta habitación del terror, pero todo lo que había logrado era retrasar lo inevitable. Su mano rozó mi hombro, y el simple contacto hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. Sabía lo que venía después.

— Por favor... —Mi voz salió rota, apenas un susurro. No sabía si me había escuchado o si lo había ignorado a propósito.

Él se arrodilló frente a mí, su aliento cálido y agrio golpeando mi rostro. Me incliné hacia atrás, pegándome a la pared, pero no había más espacio al que escapar. Sentí su mano fuerte agarrarme del brazo, obligándome a incorporarme. Mis piernas temblaron al ponerme de pie, casi incapaces de sostener mi peso.

EL DONCEL Y LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora