Capítulo 14. Experimento en la cama

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Empecé con besos delicados sobre sus labios, Constanz me dio la bienvenida sin ningún tipo de rechazo

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Empecé con besos delicados sobre sus labios, Constanz me dio la bienvenida sin ningún tipo de rechazo. Ella se animó a explotar por mis brazos y parte de mi pecho hasta llegar debajo de mi camiseta para subirla; dejé que lo hiciera, la pasó por encima de mi cabeza y me quedé un momento quieto para que observara todo.

Sus ojos se fijaron en mis pectorales y mi abdomen y fue eso lo que la incitó a subir a mi regazo para besarme con más entusiasmo, la intensidad de sus ganas subía como espuma.

—Tienes un cuerpo espectacular, Max.

—Toca todo lo quieras.

—Nunca me había sentido tan excitada como ahora.

Sonreí muy arrogante.

—Sabía que te morías por mí.

Constanz en lugar de tomarlo a mal se rio con ganas y me besó sin miedo, con más confianza que al principio, el temor se desvanecía a cada segundo que pasaba y yo lo disfrutaba como loco; se estaba acoplando a mi ritmo sin preocupaciones.

Bajé los tirantes de su blusa para encontrarme con sus pechos en el aire y tomarlos con mi boca. Ella gimió y sus caderas empezaron a menearse, se movía sobre mi miembro ya erecto. Joder, no podría cansarme de tener sexo y menos con una mujer como Constanz.

—Quiero cogerte.

—Hay que aprovechar que ambos tenemos sangre para hacerlo.

—Si tú estás de acuerdo, yo no pararé.

Constanz pasó sus manos por mi abdomen, apretando, sintiendo y encajando sus uñas con una delicia explosiva para mis sentidos; se tomaba unos segundos para seguir tocando cada parte de mi torso y luego descendió hasta mis pants para llegar justo al lugar que palpitaba por ella. La ayudé a bajar mi prenda y sus ojos se iluminaron al instante que vio mi erección en vivo y en directo.

—¡Max qué grande!

Volví a sonreír con mucho orgullo de mi compañero. No es la primera vez que escucho ese comentario y vaya que peco de presumido porque de verdad mi pene tenía un buen tamaño.

Sin previo aviso, tomé a Constanz por la cintura y la giré sobre la cama para tenerla debajo de mí.

—Necesito cogerte ya, pero quiero lubricarte antes.

Tome el elástico de sus shorts para bajarlo, lo lancé sabrá Dios a dónde y separé sus piernas que mostraban ese lugar tan privado. Qué maravilla de paraíso femenino y en pocos minutos sería todo mío.

Miré cómo se mordía uno de sus labios con esa expresión pervertida.

—Vaya —sonrió—. Sabes cómo hacer que una mujer la pase bien.

Le guiñé el ojo mientras hundía mis codos en el colchón para empezar a comer.

—Te enseñaré lo que sé hacer y no dejarás de pedírmelo.

El heredero de la torturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora