—Hola, Fax —la voz pacífica, suave y calmada de la psicóloga, llegó a mis oídos e hizo que saliera de mi ensoñación.
Al final, mi tía me había jalado de la oreja obligándome a entrar al auto a la fuerza, no había tenido otra opción que asistir, había fracasado incluso antes de haber empezado.
El lugar en el que me encontraba, no era tan malo como lo había imaginado; era amplio, me daba la sensación de seguridad, aunque la paleta de colores era algo sobria, de grises a crema, de crema a marrón, de marrón a blanco, exceptuando los cuadros que adornaban las paredes, aquellos, aunque en menor medida, eran más coloridos, con figuras tan abstractas, que me llegaban a marear si me les quedaba viendo mucho tiempo.
Había un ventanal del techo al piso, de pared a pared, con vista a la ciudad, que abría las oportunidades a la luz exterior, frente a él, estaba situado un delicado, aunque simple, escritorio de madera color caoba, con una silla negra giratoria y distintas cosas puestas encima de la superficie, lo que más resaltaba, era un marco blanco que se paraba sobre sí mismo, pero estaba de espaldas a mí, no veía su contenido. El piso tenía cerámicas cuadradas color blanco, y encima de él, estaba posicionada, en una esquina, una librería en la que resaltaban títulos tales como "El amor en los tiempos del cólera" y distintos libros de psicología, un sillón color crema suave enorme en el centro del lugar, pero muy cómodo en el que estaba sentado yo y uno de cuatro personas color rojo en el que estaba sentada la doctora, justo al frente del mío.
Su cabello era de un castaño muy claro, su tez era de un tono amarillento y su piel, que apenas estaba expuesta en su cuello y piernas, se veía tan suave como la de una muñeca de porcelana, sus ojos eran de marrón oscuro y no tenía lentes, no sabía si era un mito o no que todas los tenían, pero ella, efectivamente, carecía de ellos. Estaba vestida con una falda de tubo azul oscuro y una camisa de botones con un floreado naranja, su mirada, aunque calmada, no sabría decir si me incitaba a hablar o simplemente esperaba que el silencio se rompiera por sí solo.
Decidí saludar, más por obligación que por cortesía.
—Hola, doctora.
—Dime Anelisse —abro los ojos con una mirada sarcástica, no me importaba su nombre—. ¿No tienes ganas de estar aquí, Fax? —empieza a escribir algo en la libreta que sostenían sus manos, eso me puso nervioso porque simplemente había hecho un gesto...
—No, para nada —ella asiente y escribe de nuevo en la libreta mientras que se acomoda en su lado de la estancia. Me remuevo incómodo.
—¿Quieres contarme el por qué? —me debato entre decirle la verdad o no, ¿debería? Ya estoy aquí, no quiero perder el tiempo.
—¿Cómo le explico? —ladeo la cabeza de un lado a otro—, no creo que la necesite a usted —vuelve a escribir en su libreta y yo me enderezo en mi asiento—, pero me perturba un poco que escriba por cada cosa que diga o haga —ella ríe mientras echa su cabeza un poco hacía atrás.
—No eres el primer muchacho que me dice eso —ese comentario me tranquilizó un poco e hizo que mis hombros cayeran, volví a recostarme del espaldar del sillón y pensé que otros habían pasado por lo que yo, no era diferente—. Piensas que no me necesitas y por eso no quieres estar aquí, eso es normal en una persona con problemas, principalmente, no admitir que los tienen —vuelvo a arrugar las cejas, me sentía atacado.
—Disculpe, pero no creo conveniente que usted me diga eso.
—Si no soy yo, ¿quién más? —sonríe—. Quiero ayudarte, pero para hacerlo, primero tienes que ayudarme tú a mí, ¿te parece? —niego con la cabeza y ella, con un suspiro calmado, deja la libreta de un lado—. Empecemos de nuevo —se inclina y me tiende la mano—, mi nombre es Anelisse Bokar, más que una psicóloga, quiero ser tu amiga, y te prometo que si dentro de tres sesiones más, no me ves de esa manera, yo misma te suspenderé las citas y no nos veremos más nunca, ¿aceptas? —asiento y empezamos la sesión.
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Hasta que la muerte llegue
Romance"El amor no reclama posesiones, sino libertad" Él amaba a su chica. Ella no se amaba ni a ella misma. Él creía que moriría por su chica si se lo pidiera. Ella aguantaría todo lo malo solo para que él sobreviviera. Dicen que cada uno tiene sus demoni...