Un lápiz y un block de dibujo eran las únicas cosas que me mantenían sana en ese lugar. Ser la hija de un exalcalde me otorgaba ciertos beneficios, aunque a menudo me los retiraban por lo que los guardias llamaban "mi comportamiento rebelde". Realmente no me importaba. Nadie podía darme lo único que verdaderamente anhelaba desde el momento en que crucé esas puertas: mi libertad.
La luz que se colaba por la pequeña ventana me sugería que tal vez era mediodía. Cuando no estaba dibujando o cumpliendo con los deberes que los guardias me asignaban, me gustaba mirar hacia el exterior. A veces, si me esforzaba lo suficiente, podía engañarme y sentir que estaba de vuelta en casa, cuando todo era normal.
Mi vida había sido perfecta, al menos la parte que recordaba. Ahora, esa perfección parecía un sueño tan distante como imposible.
Todo cambió el día que mi hermano mellizo murió.
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5 de junio, 2012
El grito desgarrador de mi madre retumbó en cada rincón de la casa. Ese grito que se había quedado tan impregnado en mi mente que era imposible olvidarlo, algo que me atormentaría por el resto de mis días.
Lo demás viene como un recuerdo borroso. Contuve la respiración y cerré los ojos, me mantuve lo más quieta posible. No podía aceptarlo. No era cierto. Él no podía estar muerto.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas incontrolablemente. Los gritos en la planta baja continuaban, y en un intento de bloquearlos, me giré hacia un lado, presionando mi cara contra la almohada.
La imagen de Jason, mi mellizo, estaba grabada en mi mente, como si fuera la última escena de una pesadilla interminable. Sentía como si me hubieran arrancado algo vital desde lo más profundo de mí. Desde el momento en que nací, Jason siempre había estado allí, y ahora me lo habían arrebatado sin advertencia alguna. Nunca había estado en un mundo sin Jason y tener que aprender a vivir sin el, tenia que ser de mis peores pesadillas.
Había presenciado la muerte en múltiples ocasiones. Abigail Larson, la primera de mi curso en morir, había visto como la vida desaparecía de sus ojos. Luego, Stacey Jones. Después, Jackson Reed. Y un mes después, la mitad de mi curso estaba muerto. Incluso la reciente muerte de mi mejor amiga, Caire Stewart.
Pero nada en el mundo podría haberme preparado para perder a Jason.
Fue en ese momento cuando comprendí que no habría vuelta atrás. La muerte de mi mellizo, causada por la ENIAA, había cambiado mi vida para siempre.
Cuando surgieron los primeros casos de ENIAA, mis padres me aseguraron que todo estaría bien, que nada nos pasaría mientras estuviéramos juntos. Pero esta enfermedad superaba cualquier medida de protección que pudieran ofrecerme.
La ENIAA, que por aquel entonces se conocía como enfermedad de Everhart, en honor a Michael Everhart, el primer niño que había muerto víctima de la misma, después alguien decidió ponerle el nombre correcto: enfermedad neurodegenerativa idiopática aguda en adolescentes, o ENIAA. Pero no solo había afectado a Michael. Nos estaba afectando a todos.
Mis padres, desesperados, decidieron mantenernos en casa, lejos de los campamentos, convencidos de que así estaríamos a salvo. Sin embargo, cuando Jason murió, se dieron cuenta de que quizás la única forma de salvarme era enviarme a esos mismos campamentos, a un lugar donde me "curarían".
Pero ahora que la enfermedad me había arrancado a mi compañero de vida, también estaba a punto de arrancarme a mi familia. Ahí fue donde comenzó mi verdadero infierno.