Definitivamente odiaba ese lugar. Todos lo hacíamos. La única ventaja era que, algún día, saldríamos de ese campamento completamente curados y estaríamos listos para retomar nuestras vidas. O al menos, eso era lo que nos decían. Quería creerlo, deseaba que fuera verdad, pero después de tantos años en el campamento, la esperanza empezaba a desvanecerse.
Por supuesto, nunca lo decía en voz alta. Esa esperanza era el motivo por el que muchos niños seguían adelante en un lugar tan horrible como el campamento. Para ellos, aferrarse a esa ilusión era fundamental para no volverse locos.
Yo tenía otros motivos para mantenerme firme. Uno de ellos era una niña de doce años, Suzume. Me gustaba llamarla Zu. Desde el momento en que llegó al campamento, me dediqué a protegerla. Cuando yo llegué a Caledonia, Zu era la única niña en ese lugar. Desde ese momento se aferró a mí como si pudiera salvarla de todo aquello, y yo hice todo lo posible para que nada le pasara. Me mantenía fuerte por ella. Después de todo, ella me había dado una razón para continuar.
El timbre sonó, indicando la hora de la comida. Era el único momento en que podíamos reunirnos todos en un mismo lugar. La cafetería era lo suficientemente amplia para no mezclarnos; nos dividían por colores. A los amarillos nos sentaban al fondo, lejos de cualquier aparato eléctrico. Los verdes en otra mesa y luego estaban los azules. Algunos días, se les permitía a los verdes y azules mezclarse, pero siempre bajo la mirada vigilante de los guardias.
Esto era algo impensable en mi campamento anterior. Jamás nos habrían permitido a todos en un solo lugar. Incluso si lo hubieran hecho, habría sido imposible en Black Rock, éramos demasiadas personas. Era un alivio haber sido trasladada a otro campamento. Aunque odiaba Caledonia, nada se comparaba con lo mucho que detestaba Black Rock; ese lugar era una verdadera prisión, especialmente para los amarillos.
Aquí en Caledonia, solo éramos siete amarillos. Me senté junto a Zu y un chico llamado Michael. Él también había sido uno de los transferidos desde el otro campamento. No hablábamos mucho, pero apreciábamos la compañía del otro. Después de tantos años encerrados en los mismos edificios, aprendimos a valorar la presencia de el uno al otro.
Las voces de los verdes y azules resonaban en el comedor; hoy era uno de esos días en los que se les permitía sentarse juntos. En la mesa de los amarillos, en cambio, casi nadie hablaba; todos comíamos en silencio. Afortunadamente, nuestra mesa estaba junto a un gran ventanal que ofrecía una vista de los campos de cultivo y de las altas rejas que rodeaban el campamento. De repente, el comedor se quedó en completo silencio al ver cómo las rejas eran abiertas, dejando pasar un camión con al menos diez personas a bordo. Todos en la cafetería siguieron el movimiento del camión con la mirada; habían pasado meses desde la última llegada.
Era mi momento favorito, porque solo entonces podía averiguar qué día era. Cada vez que los camiones llegaban, solían anunciar la fecha. Unos minutos después, el megáfono resonó anunciando la llegada del camión número 52. Y solo entonces pude averiguar que el día era 5 de mayo de 2017.
Me quedé procesando el tiempo que había pasado desde la última vez, era sorprendente lo rápido que se iba. Deje de prestar atención a mi comida y me enfoque en hacer cuentas del tiempo que llevaba encerrada en campamentos.
Unos minutos antes de terminar el descanso, los nuevos ingresaron a la cafetería.
Todos llevaban el uniforme de su color correspondiente. No había ningún amarillo a la vista. En realidad, no tenía ningún interés en seguir observándolos, pero de pronto sentí una mirada fija en mí. Al levantar la vista, mis ojos se encontraron con los de un chico, y mi corazón dio un vuelco. Mi mente se nubló y, de repente, olvidé cómo respirar. Dios mío, era Liam. Liam Stewart. ¿Qué hacía aquí?
Un guardia tuvo que empujarlo para que siguiera caminando, porque él también se había quedado paralizado, con la mirada fija en mí.
⭑
Liam's pov:
Hace tan solo unos minutos estaba frustrado, pensando en cómo después de tantos años finalmente habían logrado atraparme. Pero ahora, después de verla, no podía imaginar un lugar mejor en el que estar. Todos estos años y Juliette seguía teniendo ese efecto sobre mí. No me importaba si estar junto a ella significaba estar atrapado en este espantoso lugar.
Ahí estaba, a unas mesas de distancia, con la mirada perdida en la nada. La hubiera reconocido desde cualquier distancia. Seguía igual a como la recordaba, aunque el tiempo había dejado algunas huellas en ella. Las pecas casi habían desaparecido, dejando solo un rastro delicado en sus mejillas. Su cabello era más oscuro y un poco más corto, y unas leves ojeras bajo sus ojos le daban un aire de agotamiento, como si llevara noches sin dormir. También era raro verla sin aquella sonrisa que siempre la caracterizaba. Aun así, me era imposible apartar la mirada; había algo hipnótico en ella, que me dejaba sin palabras. Mis pies se negaban a avanzar, y ahí estaba yo, con una sonrisa boba, inmóvil en medio del pasillo.
De repente, ella levantó la cabeza, como si hubiera sentido mi mirada clavada en ella. Sus ojos se encontraron con los míos, y en un instante cualquier rastro de agotamiento desapareció de su rostro. Sus ojos se iluminaron de una manera que podría deslumbrar a cualquiera. Esa sensación en mi pecho me recordó cuánto la había extrañado durante todos estos años. No hubo un solo momento en que la hubiera olvidado.
En ese instante, supe cuál era mi propósito. Encontraría una forma de salir de este lugar, y me llevaría a Juliette conmigo.