Capítulo 21: Charla De Despedida

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El señor Rodríguez se encontraba tranquilo en su hogar cuando decidió ir afuera a revisar la tumba de la señora Capell. Al salir, lo vio claramente. Era él... era Michael Capell.

—¿Muchacho? —dijo Rodríguez, sorprendido al ver al joven.

—Hola, señor Rodríguez —saludó—. Vine a visitar la tumba de mi difunta madre. Le agradezco nuevamente por ayudarnos cuando más lo necesitábamos.

—Me alegra escuchar eso, y también me alegra verte. Ganaste el festival, ¡eso es digno de celebrar! —exclamó—. Ven, pasa. Aquí afuera hace mucho frío, ¿no lo crees?

—Muchas gracias por la invitación, pero me temo que la voy a rechazar —informó—. Aunque le tengo buenas noticias: su hija no tarda en llegar a su hogar. Ella está en excelentes condiciones. No está sola; al contrario, está con muy buena gente. Me tuve que adelantar en el camino, pero al menos puedo quitarle un peso de encima.

—Muchas gracias por tu consideración. Por favor, pasa a nuestra morada; estoy seguro de que ella se alegrará de verte aquí.

—No lo dudo, señor, pero traigo algo de prisa.

—Entiendo.

—Su hija es una persona muy fuerte, quiero que lo sepa. Me ayudó más a mí que yo a ella allá abajo. Por eso quiero pedirle que, cuando ella regrese, se larguen de este maldito lugar. No vale la pena seguir en este Reino; no lo vale.

—Yo también estaba pensando eso. Debí haberlo hecho hace años, pero no sé por qué me aferré tanto a Aldoriah. Creo que llevaré a mi familia a vivir a Cuauhtepec; es mucho mejor que aquí.

Un pequeño silencio invadió el ambiente.

—Tengo mucho frío. Lo raro es que no estamos en épocas heladas —exclamó Rodríguez.

—Bueno, me tengo que retirar. Ha sido todo un placer.

—Muchacho, ¿adónde vas? —preguntó Rodríguez, con algo de curiosidad por la prisa que llevaba consigo Michael.

—Me dirijo a un sitio muy lejano, un sitio al que aún soy muy joven para ir. Sin embargo, ya estoy preparado, aunque no lo haya querido.

—Entiendo... Buena suerte en tu viaje.

—Ah, antes de que se me olvide: cuando lo vea allá, le diré que usted le manda saludos y que se encuentra a salvo. Adiós, señor Rodríguez.

—¿De quién hablas, muchacho?

Michael se fue mientras una enorme niebla lo cubría. Rodríguez no pudo ver nada; aquella niebla vino de repente y cubrió todo el lugar. Al poco tiempo, la niebla desapareció, y el muchacho ya no estaba. Curiosamente, el frío se había ido con él.

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