Capítulo 22: El Inicio De Un Nuevo Reino

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La velocidad y elegancia con la cual el Basilisco se dirigía volando al gran castillo no tenían precio. La familia real llevaba haciendo cosas terribles desde hace siglos, pero lo peor que hicieron fue despertar la ira de Kurt Capell. Su furia estaba tan arraigada a sus experiencias vividas en Aldoriah; la mayoría eran negativas, y todo eso se debía a una cosa: la familia real.

Él no conocía sus caras y mucho menos sus motivos, aunque eso no lo desmotivaba. Al contrario, gracias a su odio tenía claro lo que buscaba: venganza.

¿Pero cómo conseguiría la venganza? ¿Robándoles? No, Kurt no quería dinero. ¿Poder? Tampoco; el joven no buscaba poder. Lo que él buscaba era una sola cosa... y esa era: sus cabezas. Él sabía que su deseo era algo muy arriesgado; cualquier error y se veía muerto a sí mismo. Solo tenía una oportunidad y no podía fallar.

Tenía una ventaja: el castillo estaba algo alejado del reino. Es verdad que el castillo estaba custodiado por cientos de soldados, pero la mayoría de ellos estaban en el reino.

Las potentes llamas del Basilisco no eran cualquier cosa. Su fuego no solo era intenso, sino abundante. Podía fulminar a un ejército entero si se lo proponía.

Kurt se preguntaba por qué el Basilisco no lo había calcinado la primera vez que lo conoció. Fácilmente podía haberlo hecho, sobre todo si se tiene en cuenta que estaban en un pasillo algo pequeño.

Recordó a Gerard y Arthur, los dos chicos que venía persiguiendo el Basilisco. También recordó cómo murieron, siendo el banquete del gran dragón Trugsa, todo gracias a la avaricia de los jóvenes.

Mientras tanto, en el castillo real.

—Le traigo noticias, su majestad —exclamó un soldado real.

—¿Quién te crees para mostrarte así ante mí? ¿No sabes que yo soy el rey de toda esta tierra? ¡Arrodíllate ante mí! Los únicos que son libres de no hacerlo son mi familia —dijo el rey de Aldoriah.

—L... lo siento mucho, su ma... majestad.

—Ay, cariño. No seas tan duro con él, ¿no ves que apenas es un niño?

—¡No lo defiendas, María! —exclamó el rey.

—Al menos deja que nos diga las noticias.

—Está bien —dijo el rey algo molesto—. Ya escuchaste a mi esposa, cuenta lo que traes para nosotros.

—Majestad, nuestros soldados han avistado a una gran ave salir volando por el pozo que lleva a las mazmorras subterráneas. Algunos afirman que un chico está montado sobre ella, aunque solo son teorías.

—Eso es curioso —señaló el rey—. Aún no hemos tenido ganadores este año.

—¿Un chico montado sobre un ave? ¿Sobre qué clase de ave estamos hablando? —preguntó la reina.

—No se sabe qué clase de ave es, su majestad.

—Para que un chico pueda montarla, debe ser enorme —señaló el rey.

—¡Majestad! —Otro soldado entró en la sala. Estaba sudando mucho y se notaba asustado—. ¡Te... tene... tenemos problemas en el castillo!

—¡No puede seeeer! ¡Ya estoy harto de que entren sin arrodillarse! —El rey estaba furioso por la actitud de sus soldados.

—¡Leonardo, controla tu actitud! —La reina estaba harta de la actitud tan infantil de su marido.

—Está bien, solo porque eres mi esposa lo voy a aceptar —dijo—. Dime sobre los problemas, soldado.

—Claro que sí, su majestad. Hace exactamente siete minutos, un tipo que se hizo llamar Kurt Capell llegó al castillo volando sobre un Basilisco.

—¿Y qué hay con eso? Solo ejecútenlo y ya. Nadie puede entrar al castillo sin nuestro permiso —señaló el rey.

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