El Parque de los Maniquíes

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En un pequeño pueblo, los rumores sobre un parque oculto en el bosque comenzaron a circular entre los jóvenes. Se decía que, a unos kilómetros del pueblo, había un lugar donde los maniquíes cobraban vida durante la noche. La curiosidad y el deseo de aventura llevaron a un grupo de amigos Ana, Marco, Lucía y David a planear una expedición para encontrarlo.

Una tarde de otoño, cuando las hojas comenzaban a caer, se adentraron en el bosque. Tras horas de caminata, encontraron un sendero apenas visible cubierto de maleza. Sin pensarlo, decidieron seguirlo. Después de algunos minutos, llegaron a un claro. Allí, en medio de la penumbra, se encontraba el parque.

Era un lugar extraño, lleno de atracciones oxidadas y bancos cubiertos de hiedra. Pero lo que más les llamó la atención fueron los maniquíes. Estaban esparcidos por todo el parque, cada uno con un rostro inexpresivo y gélido. Algunos estaban sentados en los bancos, otros colgaban de los columpios, y unos más estaban parados en la entrada, como si fueran los guardianes del lugar.

-Esto es... raro

Dijo Lucía, sintiéndose incómoda.

-Es solo un viejo parque, vamos a explorar

Respondió Marco, desafiando el ambiente inquietante. El grupo decidió separarse un poco para investigar. Ana se quedó cerca de los maniquíes, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

Mientras examinaba uno de ellos, notó que tenía una mancha oscura en el vestido, como si hubiera sido manchado por algo. Fue en ese momento que escuchó un leve susurro que parecía provenir de un maniquí.

-Ayúdanos...

Decía la voz, casi imperceptible. Ana se estremeció y se dio la vuelta, pero no había nadie cerca. Mientras tanto, David y Marco estaban en la zona de juegos.

-¿No te parece que estos maniquíes son un poco... inquietantes?

Preguntó David, intentando bromear, pero su risa sonó forzada. Marco, que estaba revisando un viejo columpio, respondió:

-Solo son maniquíes. Vamos, no hay nada que temer.

En ese instante, un fuerte viento sopló, y los maniquíes parecieron moverse ligeramente, como si estuvieran a punto de cobrar vida. El grupo se reunió de nuevo y comenzó a sentir la tensión en el aire.

-¿Deberíamos irnos?

sugirió Ana, aún afectada por el susurro.

-No, no hemos encontrado nada emocionante. Vamos a quedarnos un poco más

Dijo Marco, y los demás accedieron a seguir explorando. Mientras caminaban, notaron que la luz del sol comenzaba a desvanecerse, y una extraña neblina se formaba alrededor del parque.

De repente, una risa aguda resonó en el aire, y los amigos se detuvieron en seco.

¿Escucharon eso?

Preguntó Lucía, con los ojos muy abiertos.

-Sí, parece venir de aquella dirección

Respondió David, señalando hacia un grupo de maniquíes que estaban un poco más alejados.

Al acercarse, comenzaron a ver que los rostros de los maniquíes estaban manchados, como si estuvieran cubiertos de algo. Pero lo más inquietante era que, a medida que se acercaban, parecían más realistas, casi como si respiraran.

Esto es realmente extraño

Murmuró Ana, sintiendo un nudo en el estómago. Fue entonces que uno de los maniquíes se giró lentamente, su rostro inmutable ahora mirando directamente a Ana. Su corazón se detuvo un momento.

-¡Retrocedan!

Gritó David, pero ya era demasiado tarde. La niebla se espesor de repente, y los maniquíes comenzaron a moverse, saliendo de sus posiciones con un crujido inquietante. Las risas resonaban más fuerte, y los amigos se dieron cuenta de que estaban rodeados.

-¡Corran!

Gritó Marco, y los cuatro comenzaron a correr hacia la salida del parque. Pero cada vez que intentaban escapar, parecía que el bosque se cerraba alrededor de ellos, el camino se volvía confuso y los maniquíes los seguían, moviéndose con una gracia perturbadora.

Desesperados, comenzaron a gritar, pero el eco de sus voces se perdía en la neblina. Ana tropezó y cayó, y cuando se dio la vuelta, vio que uno de los maniquíes estaba justo enfrente, su rostro ahora distorsionado en una mueca siniestra.

-¡Ana!

Gritó Lucía, y en un instante, el maniquí se lanzó hacia ella. Pero antes de que pudiera ser atrapada, Marco se lanzó hacia su hermana, empujándola a un lado.

-¡Levántate, tenemos que irnos!

Ordenó, mientras se levantaban y continuaban corriendo.

Finalmente, lograron llegar al borde del bosque, pero el parque parecía extenderse indefinidamente detrás de ellos. Al mirar hacia atrás, vieron que los maniquíes se habían detenido, mirando en silencio. La risa ahora era solo un eco lejano.

-¿Estamos a salvo?

Preguntó Lucía, temblando.

-Sí, parece que los hemos dejado atrás

Respondió David, aunque todos sentían que la oscuridad del parque aún los acechaba. Al regresar al pueblo, el grupo nunca volvió a hablar de esa noche. Pero cada vez que pasaban cerca del bosque, una sensación inquietante los envolvía. Sabían que, en algún lugar entre los árboles y la niebla, los maniquíes aún los observaban, esperando su próxima visita al parque oculto, donde los rostros inexpresivos guardaban secretos oscuros y risas aterradoras.


Fin


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