Promesa infinita

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Los años en el Olimpo y en la tierra pasaban con una mezcla de calma y maravilla, y cada momento parecía único, eterno. La vida en el Olimpo fue, al principio, un cambio radical para mí, un mundo de poderes y responsabilidades nuevas que me exigían algo distinto a lo que había conocido. Poco a poco, comencé a usar mis poderes con mayor seguridad, cada día más consciente de mis capacidades. A medida que me acostumbraba, también asumí algunas responsabilidades en el Olimpo. La energía de este lugar, la fuerza misma del Olimpo, despertaba algo profundo en mí.

Rea y yo creamos una vida entre ambos mundos. Pasábamos algunos meses aquí, donde ella asumía sus deberes, y luego descendíamos al mundo mortal para mantener ese contacto tan necesario con quienes nos recordaban nuestras raíces. En el Olimpo, con el paso de los años, todo fue cambiando.

Mi relación con Zeus también cambió con los años. Hubo momentos en los que temí que nunca nos aceptaríamos mutuamente, pero poco a poco fuimos construyendo una especie de entendimiento. Aunque siempre sería un hombre de autoridad imponente, entendió que mi amor por Rea era tan fuerte como cualquiera de sus juramentos o promesas. Aprendí a respetar su lugar en el Olimpo y, en cambio, él aprendió a respetar mi existencia como parte de este mundo divino.

Pronto, la comunidad en el Olimpo creció con la llegada de Pandora , hija de Zeus , cuya fuerza y ​​determinación eran tan inquebrantables como su curiosidad por la vida. Poco después, llegó Tritón , hijo de Poseidón , cuya presencia era una mezcla imponente de serenidad y poder marino. Y luego llegó Pan , la hija de Hermes y Penélope , con una energía salvaje y una risa contagiosa que llenaba cada rincón del Olimpo.

Por ahora, éramos solo cuatro semidioses en este reino divino, pero cada uno aportaba algo especial. Pandora y Tritón tenían una sabiduría casi ancestral, mientras que Pan y yo aportábamos algo diferente, algo humano que contrastaba con el aura imponente de los dioses mayores. No éramos muchos, pero éramos una comunidad que entendía el valor de cada mundo al que pertenecíamos.

Los días pasaban, y el Olimpo dejó de ser un lugar lejano y frío para convertirse en un verdadero hogar. Los dioses habían comenzado a aceptarme, y algunos incluso a respetarme. Cada instante en el que aprendimos a convivir entre la divinidad y la humanidad, sentía que el destino había tejido esta historia de una manera que ni yo misma habría podido imaginar.

Tambien con el paso del tiempo y los años de experiencias compartidas, gané un lugar en la asamblea de los Doce Dioses. Cada reunión era intensa y, a veces, complicada, especialmente con Artemisa . Ella nunca había superado la muerte de Apolo y, aunque los años pasaran, siempre me atribuía la culpa con una dureza que ya no me sorprendía.

Estábamos reunidos en el gran salón del Olimpo, y una nueva profecía de Delfos se había convertido en el tema de discusión del día. Hermes , notablemente molesto, se cruzó de brazos y habló con un tono exasperado.

—Estoy cansado de las advertencias de Delfos . Hace unos días lo vi y me dijo algo que ahora no puedo ignorar. —Hizo una pausa, dirigiendo su mirada hacia todos nosotros— Pronto tendremos que prepararnos para la llegada de un ángel caído. Vendrá al inframundo y se proclamará el nuevo rey.

Un murmullo de sorpresa recorrió el salón, y Zeus se adelantó, su voz tronante y llena de incredulidad.

—¡Eso no puede ser posible! Ningún ser ajeno a nuestra orden puede reclamar el inframundo. Es nuestro derecho y nuestro dominio.

Hermes alzó una ceja, con una expresión desafiante, y luego señaló en mi dirección.

—Y tú? —preguntó con una mezcla de reproche e ironía— ¿Qué piensas hacer al respecto?

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⏰ Última actualización: Nov 05 ⏰

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