Capítulo 8.

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Clarke se limpió la boca con la servilleta y tomó un sorbo de cerveza mientras observaba a Lexa concentrarse en romper la pinza del cangrejo en su plato. Después de provocarla hasta que ella cedió y la besó, quitándole sólo una millonésima parte del deseo que tenía por ella, se obligó y le dijo que se vistiera porque quería invitarla a almorzar.

Lexa la había mirado con sus hermosos ojos verdes, incrédula, excitada, confundida, pero al final se vio obligada a ceder y la siguió fuera de casa.

Ahora estaban en un restaurante junto al mar, comiendo cangrejo y charlando como si en el apartamento no hubiera pasado nada: o, mejor dicho, Clarke estaba llevando la conversación en esa dirección, aunque Lexa seguía molesta y frustrada, lo demostraba la forma en que se ensañaba al romper el caparazón.

—¿Te gusta? —le preguntó después de meterse otro trozo de pulpo en la boca.

La joven la miró por un momento a los ojos, masticando, limitándose a asentir.

—He comido en los mejores restaurantes del mundo, pero el cangrejo que se come aquí no lo he encontrado en ningún otro lugar —añadió Clarke volviendo a comer.

—Interesante —murmuró la otra con la boca aún medio llena.

—¿Habías comido aquí antes?

—No.

—¿Podrías esforzarte en hacer un mínimo de conversación? —suspiró Clarke.

—Estoy haciendo conversación, pero no puedo hablar con la boca llena —respondió después de tragar. Se limpió la boca antes de beber un sorbo de su vaso.

Clarke dejó pasar el comentario y continuó comiendo, sin intención de discutir en público.

Terminado el almuerzo, dieron un paseo por la amplia acera que bordeaba la playa, pero la situación no mejoró, así que regresaron al auto deportivo de Clarke.

Esta última le abrió la puerta a Lexa, manteniéndola entre ella y el auto.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó, colocando una mano en su cadera, provocando que un escalofrío de placer la recorriera.

—¿Por qué? —preguntó Lexa.

—Hay una subasta benéfica en el MoMa, me gustaría que vinieras conmigo.

—¿No crees que es una salida demasiado exigente?

Clarke sonrió con picardía y acercó su cuerpo al de Lexa.

—Si vamos a hacer esto, hagámoslo bien —murmuró.

—Ni siquiera hemos empezado —respondió Lexa, adaptándose a su doble sentido, tratando de ignorar ese cuerpo cálido contra el suyo.

—¿Es por eso que estuviste desagradable durante todo el almuerzo?

—No sé de qué estás hablando —fingió no entender.

Clarke acercó su boca a su oreja.

—¿Estás enojado porque no te follé?

Lexa giró un poco la cabeza hacia ella, para tocar su oreja de la misma manera.

—Sé a quién acudir si quiero que me follen.

Clarke volvió a mirarla a los ojos, las llamas ardían en los suyos nuevamente y Lexa entendió que acababa de sumar un punto a su favor... el cual volvió a perder cuando la boca de su compañera se apoderó hambrienta de la suya. Sus lenguas inmediatamente se entrelazaron en una danza frenética y erótica que los dejó sin aliento. Lexa se aferró a la chaqueta de cuero de Clarke y la acercó más a ella, levantando el rostro para ofrecerse mejor a ese beso de pura lujuria, mientras su pareja le rodeaba la cintura con el brazo y luego le acariciaba el trasero.

Lexa se mordió el labio inferior y luego dejó que su lengua invadiera su boca nuevamente, deleitándose con su sabor y calidez mientras era explorada y acariciada hasta su último aliento.

—Vamos —dijo Clarke cuando se separaron para recuperar el aliento.

***

Lexa suspiró, cerrando los ojos y apoyando su cabeza contra la pared cubierta de azulejos blancos, luego miró su mano manchada de humedad y la pasó bajo el chorro de la ducha sintiéndose más frustrada que satisfecha.

¡Esa hija de puta lo iba a pagar caro!

Después de volver a provocarla cerca del coche, besarla y hacerle creer que una vez en casa se la follaría hasta perder el conocimiento, se fue diciendo que tenía una cita antes de la subasta benéfica que se celebraría esa tarde en el MoMa. ¡Y entonces Lexa se metió en la ducha para masturbarse como una adolescente desesperada, sintiéndose como una completa imbécil!

¿A qué juego estaba jugando? ¿Por qué provocarla hasta el punto de llevarla al límite y luego no satisfacerla? Si pensó que al hacerlo la haría suplicar, ¡estaba muy equivocada! ¡Más bien habría seguido masturbándose sin cesar o habría buscado su satisfacción en otra parte! ¿Creía que era la única mujer follable sobre la faz de la tierra?

Metió la cabeza bajo el agua, cerró los ojos y recordó los ojos azules y traviesos de Clarke. ¡Dios, ella era hermosa y sexy! Y lo que más enojó a Lexa fue el hecho de que esa perra era perfectamente consciente del poder que su encanto tenía sobre los demás, así que lo explotaba a su antojo, ¡consiguiendo siempre lo que quería!

¡Maldito Satán! Pero con Lexa lo habría pasado mal, no habría sido tan fácil conseguir lo que quería y si quisiera follársela, ¡la habría hecho sudar muchísimo!

Lexa gimió bajando la cabeza: ¿a quién quería engañar? ¡Ya moría por caer en sus brazos! ¡Nunca habría podido resistirse a ella, y mucho menos llevar a cabo una venganza que la implicara resistirse hasta el amargo final!

Dios, ¿por qué esa mujer tenía que ser puro sexo? ¿Por qué no podía ser tan aburrida e insignificante como cualquier otra mujer que había tenido la suerte de conocer en su vida?

Y, sobre todo: ¿por qué había decidido justo ahora que Lexa sería su próxima comida?

Levantó la cabeza mirando al frente: sí, ¿por qué después de casi seis años, justo en ese momento, Clarke había decidido probarla? ¿Qué había cambiado? Sin embargo, Lexa seguía siendo la misma.

Cerró el agua y salió de la ducha, envolviéndose en la bata; buscar descubrir el porqué de ese cambio repentino podría ser una distracción del deseo que sentía crecer cada vez más hacia Clarke... tal vez.


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Her the devil (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora