Once

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-Cariño, no vayas a alejarte mucho, ¿entendido?

-No, mami.

La niña de tal vez ocho años, caminaba por la banqueta de su casa, cruzando a la acera de enfrente, luego regresando a su banqueta y así sucesivamente mientras comía aquella paleta de fresa que su madre le había obsequiado.

Su familia acababa de mudarse a ese vecindario, habían estado ocupados con la mudanza desde temprano y, ahora siendo casi media noche, estos seguían ocupados en lo mismo, bajando los últimos muebles del camión de mudanzas que habían rentado.

Había un par de casas a los costados, es decir que la nueva casa de la pequeña Misuk era la tercera en la cuadra. Era emocionante para ella, siempre había soñado con mudarse. Ahora su inocente deseo se cumplía.

"¿Habrá más niños aquí?" Se preguntó dentro de su cabecita.

Observaba las oscuras casas a su alrededor, era tarde y los vecinos seguramente ya estaban dormidos, pues al día siguiente era recién miércoles y había actividades por hacer. Ella también iría a un nuevo colegio, uno muy cercano a su nuevo domicilio. Estaba nerviosa por conocer y hacer nuevos amigos.

A lo lejos, vio a su madre discutir con uno de los hombres encargados de transportar la mudanza. Entraron a la casa, con su madre alegando por delante, los dos empleados y su padre siguiendoles por detrás, dejando a la niña sola en la calle. Misuk observó hacia un lado, siendo su atención llamada por un pequeño perrito que estaba parado a la esquina de la cuadra, como buscando algo.

La niña no tardó en acercarse, emocionada por el cachorro. Corrió hasta él, poniéndose en cuclillas para acariciarlo.

–Hola, perrito, ¿qué haces aquí sólito?, ¿cómo te llamas?– su mano pasaba por el suave pelaje, completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor.

En la esquina estaba un auto negro estacionado, con los vidrios oscuros sin dejar ver quién se hallaba al interior. Misuk no le tomó importancia, había muchos otros autos sobre la acera.

Pero no sabía que justo ese le daría fin a su corta vida.

-Disculpa pequeña, ese cachorro es mío, ¿podrías devolvérmelo, por favor?– dijo la persona al interior del vehículo tras abrir su puerta. Su rostro cubierto con una mascarilla y gorra negras.

–Oh, creí que se había perdido– dijo la niña, acercándose un poco.

–No me di cuenta cuando bajó del auto, debió salirse cuando bajé a buscar algo en la cajuela. Es mi cachorra, incluso tiene mis datos en su collar, si es que quieres asegurarte que soy su dueño– una fabulosa mentira, pero convincente en su tono de voz tan amable que sin más, la pequeña le creyó y terminó por acercarse.

–Aquí tiene, señor.

En un fugaz movimiento, el hombre en ese asiento trasero jaló a la niña hacia el interior.

El auto arrancó.

Por más que sus padres gritaron su nombre, Misuk no apareció. Esa noche fue la última vez que sus padres vieron a la niña.

A las pocas horas un cartel de desaparición ya se difundía por todos los medios.

–No importa cuánto busquen, deberían saber que su Misuk no regresará– dijo viendo el anuncio en la televisión.

Le dió un gran mordisco al trozo de carne cruda qué acababa de cortar, sin importarle que la sangre salpicara a sus mejillas y que sus fluidos siguieran ahí.

El brillo de la televisión era lo único que iluminaba la habitación. Había sangre esparcida por todos lados y un putrefacto olor que se expandía por todo alrededor. Taehyun lo había dejado solo en el departamento que ambos compartían, pues según él, tenía unos pendientes qué hacer. Así que Yeonjun se encontraba solo.

𝐓𝐡𝐞 𝐊𝐢𝐥𝐥𝐚 - 𝐒𝐨𝐨𝐣𝐮𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora