Capitulo 3

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Nayana

Desperté despacio, tomando un momento para orientarme, la luz de la mañana me pegaba super fuerte en la cara, miro a mi al rededor recordándome que había pasado la noche aquí, me tapo la cara pensando en las conversaciones de anoche, en especial ESA conversación.

Me levanté, y empecé a saltar en el trampolín para despertar a Kenay.

Él rapidamente se levanta  asustado y un poco, bueno, bastante dormido aún, no puedo evitar reírme.

— Tonta, por qué hiciste eso?

Me dice con el ceño fruncido, y con sus ojos entrecerrados por el sol.

— Diversión — 
Sonreí maléfica mente.

El tomó su iPad y bajó del trampolín.

— A dónde vas?

— A buscar que desayunar, ya que alguien por aquí decidió despertarme.

— Voy contigo —
Él me ignora pero igualmente lo sigo llevándome mi celular.

Estando en la enorme cocina, me siento en el desayunador, mientras él parece preparar un café.

— Yo no quiero café.

— Y quien te está haciendo uno? —
Dice riendo levemente, yo le hago una mueca.

— Voy a desayunar una barrita de cereal —
Digo mientras me dirijo a su alacena buscando las barritas de cereal.

— Eso no te llenará —
Dice y me da una mirada rápida.

— No tiene por qué hacerlo.

— Naya...

— ¿Qué? Sabes que casi no como en las mañanas, me dan náuseas.

— Espero sea eso.

Fué un error haberle dicho sobre mi reciente problema con la comida, ahora todo lo relacionará con ello.

Al terminar de comer mi "desayuno" subo a bañarme.

Al salir del baño de su habitación, abrí mi maleta para sacar la ropa de equitación, me puse los pantalones de montar beige y luego me abotoné la camisa de algodón blanco de manga larga, dejando que el material se ajustara cómodamente contra mi piel.

Mientras me vestía, escuché algunos ruidos al otro lado del pasillo, el sonido de una puerta cerrándose y luego un murmullo leve.

Sabía que era Kenay, probablemente ya listo y poniéndose su chaleco de seguridad, imaginé su gesto de concentración mientras luchaba con los broches, como siempre le ocurría. Sonreí para mí misma.

El tiempo pasaba rápido, así que busqué mi propio chaleco y me lo coloqué, asegurándome de que quedara bien ajustado, me agaché para ponerme las botas altas de cuero, y al terminar de abrocharlas, sentí esa familiar sensación de firmeza en las piernas.

Finalmente, tomé el casco, me lo coloqué y ajusté la correa bajo mi barbilla.
Mientras hacía esto, la voz de Kenay resonó a través de la puerta.

— ¿Ya estás lista? —
Su tono despreocupado, pero atento, me hizo sonreír.

— Dame solo un minuto —
Respondí, alisando el último pliegue de la camisa y asegurándome de que todo estuviera en su lugar, me miré en el espejo un momento, tomando una respiración profunda antes de abrir la puerta.

Ahí estaba él, recargado contra la pared del pasillo, con su propio casco en la mano y esa sonrisa que parecía que solo la usaba para los momentos de calma entre nosotros.

Lo que callan los amigos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora