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La mañana estaba aún en sus primeras horas cuando Leonor y Frederick se encontraron en la biblioteca. Ambos llegaron allí para trabajar en un proyecto de química, y aunque intentaban concentrarse en la tarea, las miradas robadas y la cercanía empezaron a romper la seriedad de aquel lugar. Los libros, los apuntes y las fórmulas parecían desvanecerse cuando Frederick, sin pensarlo, tomó la mano de Leonor. Ella sintió un calor recorrerle las mejillas, mientras su amiga Clere, desde una mesa cercana, notaba la situación y, con una sonrisa cómplice, le escribió en una nota: "Tienes que hacerlo."

Leonor, nerviosa, le hizo señas de que no, tratando de mantener el control, pero las caricias de Frederick en su mano la desarmaban. Fue entonces cuando, en un arrebato de valentía y necesidad de hablar en privado, se levantó de la mesa y, mirándolo con decisión, le dijo en voz baja:

-Ven, necesito hablar contigo un momento.

Ambos caminaron juntos hasta el rincón más apartado de la biblioteca, donde las estanterías cubrían cada rincón en sombras y silencio. Allí, sin mediar palabra, los labios de Frederick buscaron los suyos, y Leonor, sin resistirse, correspondió el beso, sintiendo una mezcla de emoción y vértigo. Frederick se quitó la camiseta, y ella comenzó a dejar besos en su piel desnuda. El mundo exterior desapareció; para Leonor, en ese instante, no existía nada más.

Pero de repente, un ruido cortante los sacó de su burbuja. Luces cegadoras comenzaron a destellar en todas direcciones. Eran paparazzis. Leonor retrocedió, confundida, mientras los flashes se multiplicaban a su alrededor. Uno de ellos le gritó:

-¡Alteza! ¿Es esta su nueva novia?

Leonor, con el corazón latiendo a mil, no comprendía qué estaba pasando. Miró a Frederick, buscando una explicación, pero él solo recogió su camiseta rápidamente y le tomó la mano.

-Corre -le susurró, con el rostro serio.

Los dos comenzaron a correr por la biblioteca, mientras los paparazzis continuaban siguiéndolos, disparando preguntas y más fotos. Uno de ellos insistía:

-¡Príncipe Federico, díganos algo!

El título resonó en la mente de Leonor. ¿Alteza? ¿Príncipe Federico? ¿Qué significaba todo eso? Mientras escapaban, la mente de Leonor comenzaba a hilvanar las piezas, uniendo las señales que había ignorado antes.

Siguieron corriendo hasta salir de la biblioteca, descendiendo las escaleras mientras la lluvia comenzaba a caer con fuerza. Las gotas les golpeaban el rostro y el cabello. Afuera, Leonor se detuvo y, todavía tomada de la mano de Frederick, lo miró directamente a los ojos, exigiendo respuestas:

-¿Por qué te llamaban príncipe? -preguntó, su voz llena de desconcierto y algo más, una herida naciente.

Frederick, mojado y con el rostro lleno de una mezcla de pena y resignación, respondió con calma:

-Porque me llamo así, Leonor.

Ella entrecerró los ojos, procesando lo que él acababa de decir. La verdad le golpeó el pecho como un mazazo. Él era un príncipe. Todo el tiempo había sido alguien a quien el mundo observaba y fotografiaba.

-¿Eres el príncipe...? -preguntó Leonor, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en su voz.

-El príncipe de Dinamarca -admitió Frederick, su voz teñida de un pesar silencioso.

Leonor, sintiéndose engañada, soltó su mano y retrocedió unos pasos, dejando que la lluvia empapara su cabello y su ropa. Cada gota parecía intensificar la herida que sentía en el pecho. Miró a Frederick con dolor y rabia.

Del Palacio Al Corazón©(UnLibroPorNavidad)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora