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Frederick caminó hacia el despacho de sus padres, decidido a enfrentar sus sentimientos. Al entrar, encontró a su madre y su padre, ambos con una expresión solemne y seria, como si ya sospecharan de lo que él iba a decir. Respiró hondo, manteniéndose firme mientras sus palabras se deslizaban con sinceridad.

-Estoy enamorado de Leonor -declaró con valentía, enfrentando la mirada inquisitiva de su madre.

La reina Letizia frunció el ceño, una expresión de incredulidad mezclada con desaprobación pintando su rostro.

-Eso es imposible -replicó ella, fría y tajante-. No puedes estar enamorado de esa chica, Frederick. Además... -su voz adoptó un tono de desdén-, es una plebeya.

Frederick apretó los labios, aguantando su frustración, pero no tardó en responder.

-Es una plebeya, sí, pero eso no cambia nada. Ella me ama, y yo la amo, madre. Eso es lo que importa.

El silencio se apoderó de la habitación mientras su padre observaba en silencio, sin pronunciar palabra, con una expresión indescifrable. La reina, sin embargo, lo miraba con severidad.

-¿Nos ha costado mucho llegar hasta aquí? -preguntó su madre, sin esconder su escepticismo-. ¡A nosotros nos ha costado 1200 años de historia y sacrificio! Dentro de una semana, ocuparás el trono de tu padre. Vas a ser el rey de Dinamarca, y no permitiré que una chica sin estatus ni preparación arruine todo.

Frederick sintió una punzada de ira, pero se mantuvo firme.

-No puedes decirme a quién amar, madre, ni cómo vivir mi vida.

La reina dejó escapar un suspiro exasperado.

-Frederick, en unos días se hará pública la enfermedad de tu padre. Este pueblo necesita estabilidad y seguridad. Debes comprender... no puedes tener a tu lado a una joven que no cumple con las condiciones para reinar.

Él la miró, respirando profundamente mientras se contenía.

-Está bien, haré lo que tú pides, llegaré al trono -respondió finalmente-, siempre y cuando me permitas elegir a mi esposa.

Su madre lo miró con frialdad.

-Eso jamás sucederá. No lo permitiré.

La paciencia de Frederick llegó a su límite.

-Entonces, tal vez deberías considerar a Clarice quién por cierto tiene 12 años, como la próxima reina... o al primo Néstor -dijo, en un tono desafiante.

La reina levantó la voz, enfurecida.

-¡No nos amenaces, Frederick! No es momento para tonterías.

Frederick, con una mezcla de ironía y desafío, agregó:

-¿Tal vez al primo Bartolo? -su tono sarcástico y la expresión de preocupación en el rostro de su padre captaron la atención de la reina.

El rey, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se levantó de su silla, colocándose frente a su hijo con una expresión severa, pero con comprensión en sus ojos.

-Basta, Frederick -intervino con firmeza-. Si esta señorita realmente te hace feliz, y tú la harás feliz a ella, entonces cásate con ella. Pero no te equivoques: vas a ser el próximo rey de Dinamarca. Esa es tu responsabilidad.

Frederick miró a su padre, y una sonrisa de gratitud se dibujó en su rostro. Finalmente, alguien entendía el peso de sus sentimientos.

-Sí, padre -respondió, sincero, con la alegría de saber que al menos contaba con su apoyo.

Del Palacio Al Corazón©(UnLibroPorNavidad)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora