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El motor rugía con fuerza mientras Federico y Jean se alineaban en la pista improvisada, cada uno en su vehículo. El sonido de los motores vibraba en el aire, mezclándose con la tensión que flotaba entre los espectadores y el murmullo de las apuestas apresuradas. Federico, con una mirada desafiante y los dedos apretados alrededor del volante, inclinó la cabeza ligeramente para observar a Jean. Jean, con una sonrisa confiada y despreocupada, respondió con un ligero asentimiento. Ambos esperaban el conteo, y cuando finalmente se dio la señal, sus vehículos salieron disparados hacia adelante, el asfalto crujió bajo las ruedas y un rugido ensordecedor llenó el ambiente.

Federico apretó el acelerador con todas sus fuerzas, sintiendo la vibración del motor reverberar a través de su cuerpo. El viento soplaba fuerte a través de las ventanas, desordenándole el cabello, pero él apenas lo notaba, su mirada fija en la carretera y en la figura de Jean al lado. Jean le devolvía la mirada a ratos, con esa expresión que casi parecía una burla. Al divisar la meta a lo lejos, Federico sintió la adrenalina subir, el deseo de ganar ardía en su pecho, un fuego imposible de contener. Pero entonces, Jean hizo algo inesperado: soltó el acelerador. El auto de Jean desaceleró ligeramente, permitiendo que Federico cruzara la línea de meta primero.

Federico frenó su auto con brusquedad y se quedó inmóvil por un momento, sus dedos aún crispados en el volante. La victoria, en lugar de sentirse dulce, le supo a derrota. Salió del vehículo con un aire tenso, el ceño fruncido, y miró a Jean, quien ya se acercaba con una sonrisa fácil en el rostro.

-Muy buena carrera -dijo Jean, riendo como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.

Federico lo miró con dureza, sacudiendo la cabeza. -No es así como me gusta ganar, y lo sabes -le respondió, molesto.

Jean levantó las manos en un gesto de rendición despreocupada, como si todo fuera un simple juego. Antes de que Federico pudiera decir más, dos chicas se acercaron corriendo. Una de ellas, una morena de ojos chispeantes, se lanzó a sus brazos y lo besó en los labios, mientras la otra también se acercaba para felicitarlo. Federico, atrapado en ese torbellino de atenciones, no tuvo tiempo de reaccionar antes de que un auto lleno de paparazzi apareciera en el lugar, las cámaras destellando con un brillo incesante. El príncipe, siempre el centro de atención, ahora era el protagonista involuntario de otro "escándalo real".

Mientras tanto, Leonor llegó al lugar y aparcó la vieja camioneta familiar, deteniéndose un momento para observar el caos que se desarrollaba. Salió apresuradamente, ajustando el vestido lila que se había puesto con esmero, y se acercó a una de sus amigas.

-Cindy, tienes un vestido genial -dijo Leonor, sonriendo mientras admiraba el elegante vestido de su amiga.

Federico finalmente logró liberarse del asedio de los fotógrafos, se deslizó fuera del auto y se dirigió hacia Jean, la mandíbula tensa.

-Sabes que no me gusta ganar así -le soltó con frialdad, el disgusto evidente en su mirada.

Jean se encogió de hombros, como si el asunto no tuviera mayor importancia. Las dos chicas que habían besado a Federico lo felicitaron de nuevo, pero antes de que la situación pudiera complicarse aún más, el sonido de las cámaras continuaba, capturando cada gesto.

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Más tarde, en la boda de Cindy, Leonor se sentó en una de las mesas del elegante salón de fiestas. La música llenaba el aire, y las luces colgantes parpadeaban como estrellas, mientras los invitados bailaban con alegría alrededor de la pista. Cindy, la novia, se movía con gracia, el vestido blanco ondeando mientras bailaba con su nuevo esposo. Leonor observaba la escena con una mezcla de felicidad y nostalgia, sentada junto a Lorena, una de sus mejores amigas de la infancia.

Del Palacio Al Corazón©(UnLibroPorNavidad)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora