Ser la lectora beta de Arnar resultó lo más entretenido que me había pasado en años. Nuestras conversaciones nocturnas iban desde las mayores tonterías, hasta los debates más profundos sobre nuestros escritos.
Él nunca tomaba mis consejos en el momento pero unos días después, como si fuera su propia idea brillante, los aplicaba igual.
Me hacía sentir como si tuviera diez años menos, no sólo por la manera en que me trataba; sino por la libertad que sentía al hablar con él. Esa libertad pronto se convirtió en confianza y, sin darnos cuenta, terminamos confesándonos cosas que no le habíamos dicho a nadie más.
Para ser sincera eso me daba pánico. Mostrar mi vulnerabilidad no estaba en mis lista de talentos y ahora Arnar tenía información que, si quisiera, podría usar para hacerme pedacitos en segundos. Había algo en él que me hacía sentir cómoda, como si estuviera segura de que nunca lo haría. Era raro.
El mundo de alguien poco sociable como yo tiene sus reglas. No hablar con mucha gente me daba paz y guardar mis secretos sólo para mí era una especie de escudo.
Cada vez que me veía obligada a compartir algo sobre mis sentimientos o experiencias, me quedaba con un dolor de estómago digno de maratón y el nudo se hacía peor cada vez que lo recordaba. Con Arnar nada de eso pasaba. Con él no existía ese maldito nudo. A veces le decía que me daba vergüenza hablar de ciertas cosas y, aún así, terminaba soltándole todo. Era como si una parte de mí supiera que estaba bien confiar en él.
Así fue como Arnar conoció la historia con mi ex, a quien él no tardó en bautizar como "el Cucaracho". Le conté sobre mi relación con mi hija, lo que nos llevó a romper, y cómo ese tipo me menospreciaba haciéndome sentir que nunca era suficiente. También compartí historias de mi trabajo, mi familia de origen y la eventual mudanza que estaba planeando. De alguna forma, con él todo parecía fácil de contar.
Poco a poco, fui descubriendo más cosas sobre él. Vivía solo y tenía dos gatos rescatados que adoraba como si fueran sus hijos peludos. Me contó que había recibido una beca para estudiar su maestría en música gracias a sus excelentes calificaciones. Aunque trabajaba de supervisor —algo que no tenía nada que ver con su profesión de historiador,— también escribía por afición, como yo. Además, hablaba inglés a la perfección ya que había vivido muchos años en el extranjero.
«¿Era posible que este hombre fuera más interesante cada vez que abría la boca?», pensaba a medida que me contaba todo eso.
Con el tiempo, fui juntando todas estas piezas de su vida. Arnar, al igual que yo, parecía mantener una prudente distancia emocional. Soltaba detalles de su pasado como si estuviera armando un rompecabezas pero sin las esquinas. Algunas piezas simplemente no encajaban, como si las estuviera guardando en otro cajón, ahí fue cuando me di cuenta de algo inquietante: lo que no me decía pesaba más que todo lo que compartía.
Fue entonces cuando empecé a dudar.
Ese lunes nos vimos en la cafetería de la facultad. Arnar se veía tan atractivo que me costaba concentrarme. No sabía si él no se daba cuenta de lo mucho que me gustaba o simplemente pensaba que yo era demasiado mayor para fijarme en él.
Su forma de hablar, sus chistes, cómo me hablaba de música y escritura...Todo en mí se revolucionaba cada vez que reía pero no me atrevía a confesarle nada. Me sentía como una idiota.
Ese día tuvimos una discusión tonta. Empecé a hacerle preguntas cada vez más incómodas, y sus respuestas se volvían más evasivas a medida que avanzaba.
—Cada vez que intento acercarme más me pones un muro —dije frustrada—. Es como si no quisieras que te conociera de verdad.
—No comparto mis sentimientos con nadie, no he tenido las mejores experiencias cuando me he abierto con las mujeres.
CZYTASZ
Efecto Arnar
RomansaBrida es una escritora aficionada que, empujada por la insistencia de su amiga, decide unirse a un club de lectura universitario. A medida que las sesiones avanzan y su talento literario florece, también lo hacen sentimientos inesperados. Enfrentánd...