Regresar al club de lectura era igual a subir al edificio más alto de la ciudad a sabiendas que tenía vértigo.
La idea de reencontrarme con Arnar me tenía los nervios de punta. Me había prometido dejar lo que sentía por él bien guardado en un cajón con llave y todo. Con solo imaginarlo, ese cajón se transformaba en una ridícula caja de cartón mojada, a punto de desmoronarse.
Esa tarde, el club estaba lleno de risas y conversaciones que se mezclaban con el cálido aroma a madera. Gretta no estaba pues una gripe fuerte la había dejado fuera toda la semana. Entré y saludé a mis compañeros rápidamente pero mis ojos no podían evitar buscar a Arnar. Cuando lo vi al fondo, en su esquina de siempre, nuestras miradas se encontraron y una complicidad silenciosa llenó el lugar, como si el mundo se redujera solo para nosotros.
—Hola, Brida —dijo acercándose con esa sonrisa que desarmaba cualquier defensa—. Me alegra verte por aquí.
—Hola —respondí intentando que mi voz sonara tranquila.
La atracción entre nosotros era obvia y aunque trataba de mantener mi resolución, sentí mi corazón acelerarse.
La reunión se desarrolló en un ambiente ligero, lleno de buena onda, aunque flotaba una latente tensión en el aire. Arnar se sentó a mi lado y, cada vez que nuestros brazos se rozaban, un escalofrío me recorría como si tocara una corriente eléctrica.
Mientras charlábamos sobre el libro del mes, sus comentarios y la forma en que su mirada se iluminaba al hablar sobre literatura e historia me hacía olvidar todo.
La idea de mantener distancia se volvía cada vez más difícil. La conexión entre nosotros era tan fuerte que, por más que intentara, no podía evitar sentirme cada vez más cerca de él.
Sin embargo, había algo incómodo: la mirada de muñeca diabólica que me daba Maya. No pestañeaba ni un segundo observando cada vez que sonreía o hablaba con Arnar. Su atención era milimétrica y eso me molestaba.
Llegó el momento del sorteo de las parejas para el intercambio de lectura y Maya aprovechó la ocasión para obligarme a ponerme de pie y ser la anfitriona de la tómbola, sentarse junto a Arnar e impedir que volviésemos a conversar.
Fue así como me tocó con Silvestre esa semana y comencé a conocerla mejor, a descubrir mi gusto por las novelas policiales sobre asesinos en serie y a entender su historia con Aaron.
Con su cabeza mitad rapada y su ropa desgastada que gritaba "punk" por todos lados, Silvestre parecía ruda pero, en cuanto abría la boca, sus palabras siempre tenían una dulzura inesperada. Era una chica con un corazón enorme, que, simplemente por vestirse como quería y amar a quien amaba, había sido rechazada por su familia.
Aaron, su novio, era trans y la familia de Silvestre nunca aceptó la relación. Ante la negativa de su hogar, decidieron fugarse juntos y ambos vivían en la Universidad trabajando medio tiempo en un McDonald's para poder costear sus cosas. De esa forma iban armando su propio camino, algo muy valiente y digno de admirar.
Al terminar la sesión, me quedé conversando con ambos sintiéndome extrañamente tranquila mientras Arnar y Maya organizaban unos libros al fondo del auditorio.
De repente, la puerta del auditorio se abrió de golpe y tres figuras entraron al salón sin previo aviso. Sus chaquetas lo decían todo: eran jugadores del equipo de fútbol de la universidad.
—¡Ey, tropa de nerds, necesitamos este lugar, así que largo! —soltó el líder del trío, un tipo alto y bastante guapo con una expresión de "aquí mando yo".
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CZYTASZ
Efecto Arnar
RomanceBrida es una escritora aficionada que, empujada por la insistencia de su amiga, decide unirse a un club de lectura universitario. A medida que las sesiones avanzan florece un sentimiento inesperado. Enfrentándose a sus propios miedos y heridas, Brid...