CAPÍTULO 3: MAPIA

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Mapia era una chica joven, con el cabello rubio, los ojos azules y la piel blanca como la nieve. No era muy alta, pero lo que de verdad definía a Mapia era su enorme bondad. Siempre estaba dispuesta a ayudar a la persona que más lo necesitara. También estaba interesada en el resto de especies, ya que cada una de ellas tenía unas características propias que le llamaban mucho la atención. Ella había tenido una infancia complicada, ya que no había nacido en Luminia, sino en Alasiya. Sus padres eran los reyes del reino isleño, pero estalló un conflicto con Antípalos, los cuales tomaron la isla y expulsaron a la nobleza. Como los luminianos y los alasiyenses tenían al mismo enemigo, fueron recibidos cortésmente y alojados en palacio. Allí Mapia pudo llevar una vida tranquila, ajena a los problemas del exterior.

Como Mapia pertenecía a la élite, pronto comenzó a estudiar en el colegio real de Elpiza para niñas, llamado Merakoílades. En este lugar, se hizo muy amiga de Rhostenaga y Ania. Ambas eran alegres y divertidas, por lo que la única forma de diferenciar la una de la otra era su aspecto. Mientras que Rhostenaga tenía el pelo rubio y era de baja estatura, Ania era más alta y con el cabello moreno. Las tres también iban juntas a jugar todas las tardes a los jardines reales, donde había distintas plantas de todo el mundo.

Ania, Rhostenaga y Mapia

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Ania, Rhostenaga y Mapia

Otro ámbito muy importante de la vida de Mapia era su familia, que estaba más unida que nunca desde que tuvieron que huir a Luminia. Aunque quizás tenía más cercanía con su hermana Sophonía, con la que se llevaba dos años de diferencia. A pesar de ser Mapia la mayor, tenía en su hermana su confidente más cercana, ya que desde el exilio habían compartido juntas los momentos difíciles, encontrando el consuelo mutuo.
Sophonía tenía un espíritu aventurero y unas ganas locas de conocer cosas nuevas, a diferencia de Mapia, más tranquila y reflexiva. Tanto era así, que un día le propuso a Mapia visitar los otros barrios de Elpiza. Ella dudó, porque nunca había cruzado las murallas de la zona de los humanos, pero acabó aceptando por la insistencia de su hermana. Juntas se aventuraron en descubrir los otros barrios, y quedaron maravilladas por las diferencias con los magos, druidas y brujas.

En el barrio de los magos, presenciaron en primera persona demostraciones de hechizos asombrosos, luces brillantes y objetos voladores, que desafiaban a la misma gravedad. También les llamó mucho la atención las casas, sobre todo las cúpulas de cristal. En el barrio de ellas, las casas eran muy diferentes, y, salvo el palacio real, no alcanzaban una altura tan alta. Cuando vieron la escuela mágica quisieron entrar, pero un mago anciano, vestido con una túnica azul, se los impidió, ya que ese lugar estaba reservado para los magos aprendices.

Tras la visita al barrio de los magos, Mapia y Sophonía se dirigieron al norte, al barrio de los druidas. Ellas sintieron una gran sensación de paz nada más llegar, ya que era un lugar tranquilo, y tenía una gran conexión con la naturaleza. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir las miradas de odio de sus habitantes. No es que los druidas odiaran a las dos hermanas, pero el trato que habían recibido por parte de los humanos había hecho que guardaran un gran desprecio hacia ellos. Incluso algunos de ellos empezaron a gritar: ¡Fuera, fuera! Ésto hizo que Mapia se asustara tanto, que Sophonía la tuvo que llevar agarrada de la mano hacia el suroeste, llegando al último barrio que les quedaba por visitar.
Nada más llegar al barrio de las brujas, Mapia se puso a llorar. Nunca se había visto amenazada, y esa sensación le había causado muchos nervios. Mientras que Sophonía trataba de consolarla, llegó una bruja llamada Maroa. De apariencia respetable y un cabello oscuro como la noche, se acercó lentamente a Mapia, y le extendió su mano, diciendo:
- No temáis, jóvenes humanas. No todos tenemos odio hacia vosotros. Las disputas que hemos tenido nos ha causado mucho daño, pero no todos nuestros corazones están manchados con la oscuridad del odio.

Ambas asintieron con la cabeza con gratitud. Mapia, mientras se secaba las lágrimas, le pidió a la bruja que les enseñara el barrio, y ella así lo hizo. Así, Mapia vio que no todos eran iguales, y llegó a comprender el motivo por el cual el menosprecio de los humanos hacia las otras especies no estaba nada bien. Una vez volvieron al punto de partida, Maroa les habló de esta manera:
- La historia de este reino está marcada por conflictos y luchas por el poder. Pero también está llena de oportunidades para el cambio. Vosotras habéis visto de cerca la división que existe, pero tenéis en vuestra mano la oportunidad de cambiar la situación.

Mapia, sorprendida por lo que acababa de decir Maroa, la interrumpió, diciendo:
- ¿Cómo va a ser eso posible, si sólo somos dos muchachas? Es más, de no haber sido por mi hermana Sophonía, no me hubiera atrevido a llegar aquí.
- No te preocupes, pequeña Mapia -respondió Maroa-. Ya verás, que de ti dependerá el futuro del reino.

Mapia quería seguir hablando, pero Maroa tenía que irse, y regresaron a su hogar. Desde aquel día, Mapia empezó a interesarse mucho más en las otras especies. La especie que le causó una mayor curiosidad fueron los druidas, porque veía en ellos una gran sabiduría y una profunda conexión con los espíritus de la naturaleza. Es por ello que siempre que podía, al acabar las clases, se acercaba a la biblioteca real para aprender más de ellos. Allí se dio cuenta de que los problemas del reino tenían su origen en la falta de comprensión y cooperación entre las distintas especies.

Pero sus largas horas en la biblioteca afectaron en su amistad con Rhostenaga y Ania. Ellas poco a poco se comenzaron a alejar de ella, e hicieron nuevas amigas. Por eso, Mapia se sentía triste, ya que no sabía cómo reconciliarse con ellas, al mismo tiempo que quería seguir aprendiendo de los druidas. Pero una mañana, en el recreo de las clases en Merakoílades, ellas se acercaron, y le pidieron disculpas a Mapia por haberse distanciado. Ella también les pidió perdón, y les contó cómo había crecido en ella un profundo interés por las otras especies de la ciudad, concretamente por los druidas. Una vez dichas las disculpas, se miraron a los ojos, llenos de lágrimas, y se abrazaron. Se prometieron que jamás se volverían a separar de nuevo, y algunas veces tanto Ania como Rhostenaga comenzaron a acompañarla a la biblioteca.

Una mañana, Ania llegó sobresaltada a la escuela. Como ella no decía ninguna palabra, Mapia le preguntó qué le pasaba, y ella le contestó con voz triste, que estaban talando los árboles del bosque de los druidas, y que se rumoreaba por las calles que se estaba preparando una rebelión. Mapia se enfadó mucho con los humanos, y se comprometió en secreto a ayudar a los druidas, si alguno de ellos necesitaba alguna vez su ayuda.

Esa misma noche Mapia no conseguía dormir, dándole vueltas en su cabeza a la situación. De madrugada, fue a dar una vuelta por el barrio. No había nadie paseando, lo cual dio a Mapia una sensación de inseguridad. Por lo que decidió volver a su hogar por otro camino. Al pasar por palacio, se extrañó al ver que la puerta estuviera abierta tan tarde, y entró. Fue entonces, cuando se dio cuenta de que había la silueta de un pequeño druida, y se alegró de verlo. Quería saludarle y preguntarle muchas cosas, pero recordó que si estaba allí, sería por algo importante. Así que se quedó en silencio durante un largo rato, hasta que ella vio que se acercaban unos guardias. Preocupada por si descubrían al druida y lo encarcelaban, se acercó a uno de ellos, y le dijo que se había perdido, pidiéndole que la llevara a casa a salvo. Junto a su compañero, acompañaron a Mapia hasta su hogar. Una vez allí, ella se fue a la cama, y, agotada, esta vez sí logró dormirse.

Muy de mañana, Sophonía sacudió varias veces a Mapia para que se levantara. Ella, cansada al no haber podido dormir mucho, le preguntó a su hermana qué estaba sucediendo. Sophonía le contestó que habían arrestado a dos druidas, y que se rumoreaba que uno de ellos había estado en el palacio real durante la noche. Ella recordó inmediatamente al pequeño druida, así que fue rápidamente con su hermana hasta la puerta principal de palacio. La multitud allí reunida, para tristeza de Mapia, pedía las cabezas de los druidas. Ella se temía lo peor, pero pronto vio cómo salían, custodiados por un gran número de guardias. Así que, a pesar de escuchar muchos abucheos, comenzó a gritar con mucha energía que ellos eran inocentes, y el guardia le respondió que sólo les estaban llevando hacia su barrio. Por eso Mapia agradeció a los druidas por lo que habían hecho, y les siguió hasta las afueras del barrio, donde los guardias les dejaron libres.

El roble y la doncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora