CAPÍTULO 8: CAMINOS SEPARADOS, FINALES DIFERENTES

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El sol despuntaba en el reino de Luminia, iluminando los restos de un palacio parcialmente destruido y los terrenos donde antes estaba el roble sagrado. Ahora, la magia de Luminia parecía haber perdido su fuerza, pues ya no existía la protección del antiguo árbol. Sin embargo, todas las especies (humanos, druidas, magos y brujas) se unieron en la plaza central de Elpiza, con un profundo deseo de paz y reconciliación. El ambiente estaba cargado de tristeza, pero también de esperanza.

Mientras tanto, Drus Ágathos se había marchado lejos, a un bosque solitario donde nadie lo molestara. Allí se quedó convertido en roble, sin hablar ni moverse. Solo pensaba en lo que había hecho y en lo que había perdido. Se arrepentía de sus actos, pero no sabía cómo remediarlos. Se sentía solo y triste.

Ese día, una joven bruja llamada Nirea llegó al bosque, buscando hierbas y flores para sus hechizos. Vio al roble y se acercó a él, sintiendo una extraña atracción. Le habló con dulzura, pero no obtuvo respuesta. Le tocó la corteza, pero no sintió calor. Le miró las hojas, pero no vio vida.

Nirea se dio cuenta de que el roble era en realidad un druida encantado, que sufría por algún motivo. Decidió ayudarlo a romper el hechizo, aunque no sabía cómo. Se quedó junto a él, esperando que reaccionara. Al principio, a Drusito le molestó que lo interrumpiera en su soledad. Pero pronto le intrigó que se interesara por él. Entonces, el hechizo se rompió. Drus Ágathos volvió a ser un druida, joven y guapo como antes. Nirea lo vio y se alegró mucho por él.

 Nirea lo vio y se alegró mucho por él

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Drusito y Nirea

Entonces, volvieron juntos a la ciudad. Cuando vieron la multitud, Drusito se arrodilló junto al lugar donde estaba el roble milenario. Con voz tranquila, anunció su decisión de transferir sus poderes al árbol caído, renunciando a la magia que había sido parte de él para siempre. Nirea se acercó a él, mostrándole su apoyo en un momento tan decisivo. Con un profundo suspiro, Drusito extendió las manos hacia lo que quedaba del árbol, y una luz brillante lo envolvió mientras sentía cómo la energía lo abandonaba, convirtiéndose en un druida sin poderes. De esta manera, el árbol volvió a su esplendor, volviéndose a establecer la barrera mágica.

Leapissa se dirigió a Drus Ágathos con palabras sinceras de agradecimiento. Le ofreció el puesto de consejero real, sabiendo que su experiencia y compasión serían esenciales para el futuro de Luminia. Drusito, sin embargo, declinó el ofrecimiento con humildad, expresando que necesitaba encontrar su propio camino, libre de ataduras políticas.

Antes de partir, Drusito buscó a su amiga Trachys, con quien había compartido años de aventuras y amistad. Trachys, al encontrarlo, lo miró con una mezcla de ternura y melancolía.
- Drusito- le dijo suavemente. -Llega un momento en que debemos seguir adelante y descubrir quiénes somos fuera de la sombra de otros. Tu destino está allá afuera, en los caminos que aún no has explorado. Busca tu propia paz, tu propio hogar.

Drusito asintió, agradecido, y se despidió de ella con un abrazo sincero, sabiendo que sus palabras lo acompañarían siempre. Junto a Nirea, partieron de Elpiza.

Caminaron juntos hasta un claro en el bosque donde el sol apenas penetraba entre los árboles, y allí decidieron construir un refugio para viajeros de todas las especies, un lugar de paz en medio del reino. En este nuevo hogar, plantaron un pequeño bosque con un roble en medio, símbolo de esperanza y reconciliación, y un recordatorio de que incluso en la renuncia y la soledad puede surgir una nueva vida.

Mapia, en cambio, decidió quedarse en la ciudad para ayudar a sanar las heridas del reino. Con cada amanecer, participaba en los esfuerzos de reconstrucción y en las reuniones que buscaban restaurar la paz entre las especies. Su espíritu generoso y compasivo hizo de ella una figura de unión y esperanza, un recordatorio de que la reconciliación era posible incluso en tiempos de desolación.

Mapia volvió a dedicar muchas horas en la biblioteca, recopilando historias de las cuatro especies y compartiendo el conocimiento con todos los habitantes del reino. Creía que el entendimiento mutuo era la clave para evitar los errores del pasado. Con el tiempo, abrió una escuela en la que humanos, druidas, magos y brujas aprendían juntos, explorando sus diferencias y encontrando maneras de coexistir.

Aun con esta vida llena de propósito junto a Plaisio, el recuerdo de Drus Ágathos nunca desapareció del corazón de Mapia. Sabía que él había sido una chispa en su vida, la fuente de su amor por todas las especies de Luminia y la inspiración que la guiaba cada día. A menudo se aventuraba hasta los límites del bosque, esperando encontrarse con alguna señal de su viejo amigo. Aunque Drusito no regresó, Mapia comprendió que él debía seguir por un camino, y ella debía recorrer el suyo propio.

Así, Mapia continuó su camino en Elpiza, donde su presencia inspiraba a cada especie a trabajar unida. Vivió como guardiana de la memoria de Luminia, dedicada a la enseñanza, al recuerdo y a la esperanza de un futuro donde la paz fuera inquebrantable. Y en los días más tranquilos, cuando el atardecer teñía de dorado los muros de la ciudad, Mapia miraba hacia el bosque y sonreía, convencida de que, aunque distantes, Drusito y ella compartían el mismo horizonte, ese en el que el reino de Luminia florecería en una paz permanente.

El roble y la doncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora