CAPÍTULO 6: EN EL SANATORIO MÁGICO

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Drusito abrió los ojos en un lugar que no había visto antes. Las paredes eran blancas, la cama era blanca, el suelo era blanco… todo era blanco. Pero estaba solo, y esa sensación le preocupó bastante. Cuando estaba por irse de ese lugar, sonaron unas trompetas desde la lejanía, cada vez más y más fuerte. Entonces, Drusito, con un gran miedo, volvió a perder el conocimiento.

En el otro lado de la sala, se encontraba Leapissa. Su padre había construido este sanatorio para los humanos que tuvieran problemas mentales, pero, ante esta situación fuera de lo normal, también fue Drus Ágathos. Por mandato de su padre, tenía que conseguir información sobre las intenciones del druida. Así que, con la ayuda de los guardias, conectaron una máquina a su cabeza, con la cual le podían hacer preguntas, y Drusito sólo podía, en sueños, decir la verdad. La princesa alzó la voz, diciendo las siguientes palabras:
- Drusito, te habla Leapissa, tu princesa. Te ordeno que me digas qué pretendías hacer con Mapia, de sangre pura.
- Yo sólo quería ayudar a unir de nuevo Luminia…-dijo entre lágrimas el druida.

Drusito respiraba con dificultad, y, temiendo que él se durmiera para siempre, Leapissa conectó otra máquina a su cabeza, con la que se conectó a sus sueños. Ella esperaba encontrarse con sus deseos más profundos, pero todo se veía oscuro. Resonaban estas palabras en su mente: “Mira la verdad”. En ese preciso instante, alcanzó a ver un lago, donde imágenes de las cuatro especies se juntaban en el centro, formando un corazón.

Drusito y Leapissa

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Drusito y Leapissa

La princesa no entendía nada, pero la misma voz de antes dijo: “Drusito decidirá tu futuro”. Y ella despertó. Recordando el sueño de Drusito, recordó que, desde hace mucho tiempo, se había dicho que un joven druida, emparentada con los fundadores de Luminia, decidiría el futuro del trono real.

Leapissa despertó sobresaltada, las palabras de aquel sueño resonaban en su mente: “Drusito decidirá tu futuro”. ¿Qué significaba eso? Aún confundida, la princesa se apartó de la máquina que había conectado a los pensamientos de Drus Ágathos y se acercó a una ventana para aclarar sus ideas. El sanatorio estaba en silencio, un lugar aislado donde nadie sospecharía que un druida estaba bajo custodia. Leapissa había crecido escuchando historias sobre la paz y la unión entre especies en el reino de Luminia, y ahora, después de ver la visión de Drusito, comenzó a preguntarse si él realmente representaba esa esperanza que una vez se había perdido. Aún absorta en sus pensamientos, escuchó un susurro. Era Drusito, que volvía en sí, murmurando palabras en elvish mientras su cuerpo temblaba débilmente.
- Paz… necesitamos paz -decía con los ojos cerrados y la respiración agitada.

Leapissa se acercó a él, tratando de comprender si sus palabras eran auténticas o una especie de truco para ganar su compasión. Drusito abrió los ojos lentamente y, al verla junto a él, susurró:
- Princesa… ¿cómo es posible que tú no veas lo que yo vi? ¿No sientes que el dolor de Luminia nos afecta a todos? Cada tala, cada guerra… ¿no es un golpe para el alma de nuestro pueblo?

Leapissa sintió una extraña mezcla de inquietud y curiosidad. No podía ignorar lo que el druida le transmitía. Había en su voz una verdad y una tristeza que, a pesar de sus dudas, le tocaban el corazón.
- Drus Ágathos, ¿crees que puedes resolver el conflicto entre nuestras especies? -le preguntó con voz firme pero atenta.
Drusito la miró fijamente, sus ojos reflejaban determinación, pero también el cansancio de haber luchado tanto.
- No soy yo quien pueda resolverlo - contestó suavemente-. Pero sí creo que puedo encender una chispa. Las raíces del roble y el alma del reino están conectadas. Y sé que en mi destino está encontrar ese equilibrio, aunque me cueste la vida.

Leapissa, aún insegura, volvió a la máquina. Quería saber más, quería explorar la conexión de Drusito con el trono de Luminia, una historia antigua que solo había escuchado en fragmentos.Mientras ajustaba la máquina, una chispa de compasión brotó en ella. Por primera vez, Leapissa dudó sobre las decisiones de su padre. La visión que había experimentado le hacía dudar de todo lo que creía saber sobre el rol de cada especie en Luminia.

De repente, Drusito tuvo un espasmo y, en su trance, habló en una voz profunda y desconocida, casi como si otro ser hablara a través de él:

- El trono pertenece a quien escuche el latido de Luminia, no a quien lo quiera solo para sí. Solo quien tome su lugar junto al roble será digno de proteger su corazón.

Leapissa retrocedió, atónita por las palabras. Recordó las leyendas sobre un druida que, al sentarse en el trono real, revelaría su conexión con los antiguos reyes. ¿Podría Drusito ser ese druida? Y si era así, ¿qué papel tendría ella en el destino de Luminia? Sintiendo un peso en el pecho, se acercó de nuevo a Drusito, quien parecía estar despertando. Cuando él abrió los ojos, le dijo:
- Drus Ágathos, aunque nunca confíe del todo en ti, intentaré ver Luminia como tú la ves. Pero aún no comprendo por qué el futuro del trono depende de ti.
Él la miró con calma y le respondió:
- Quizás, princesa, porque en cada uno de nosotros hay una parte del otro. Humanos, druidas, magos y brujas… somos hojas de un mismo árbol. Lo que me ocurre a mí, nos ocurre a todos. Tú tienes que entender eso, Leapissa, o nunca habrá paz.

Ella se quedó en silencio. Las palabras de Drusito, un druida considerado enemigo, habían plantado en su corazón una semilla de duda, pero también de esperanza. Al recordar las leyendas, pensó en las pruebas antiguas, aquellas que, según la tradición, solo quien estuviera verdaderamente destinado a reinar podía superar. Impulsada por la incertidumbre y la curiosidad, decidió llevar a Drusito hacia las pruebas. Quizás, si él las superaba, habría una respuesta más clara para el destino de Luminia.

Guiada por un propósito firme, Leapissa condujo a Drusito a través de los pasadizos oscuros que llevaban a las profundidades del palacio. Finalmente, llegaron al inicio de la primera prueba: el río subterráneo. En la oscuridad, las aguas parecían susurrar secretos antiguos. Drusito no dudó, y sin esperar la aprobación de la princesa, se sumergió en el agua helada. La corriente lo arrastró, mostrándole visiones de un reino unido en paz. De pronto, las aguas parecían alzarse para rodearlo en un abrazo ancestral, y Drusito sintió que el río lo aceptaba, llevándolo suavemente hasta la otra orilla.

Leapissa lo observó con asombro. La primera prueba había sido superada, y ahora quedaba el siguiente desafío: el trono real. Drusito avanzó hasta la sala del trono, donde generaciones de gobernantes habían dejado su legado. Se sentó en el trono sin dudar, y, de inmediato, una baldosa bajo sus pies comenzó a moverse, llevándolo suavemente por la sala. Leapissa, impactada, comprendió que el trono reconocía al druida como un posible líder de Luminia.

Después de este asombroso evento, Drusito fue llevado al siguiente reto: el túnel sumergido. Se decía que quien lograra atravesarlo recibiría la aceptación del pueblo. El agua estaba helada y la presión era intensa, pero Drusito avanzó con una determinación inquebrantable, recordando las palabras que él mismo le había dicho a Leapissa sobre la paz. Al llegar al otro lado, sintió un profundo sentido de conexión con todos los habitantes de Luminia, como si hubiera adquirido un nuevo vínculo con ellos.

Finalmente, la última prueba lo llevó al jardín sagrado, donde un imponente tronco se alzaba hacia el cielo. Varios herederos observaban en silencio, convencidos de que nadie sería capaz de escalar hasta la cima. Sin embargo, Drusito, cansado pero decidido, comenzó a trepar. La corteza lisa del árbol dificultaba cada avance, y él sentía que el peso de cada especie de Luminia recaía sobre sus hombros. Recordó las visiones del río y la importancia de la paz, y con un último esfuerzo, alcanzó una de las ramas más altas y la sostuvo firmemente.

Un destello de luz envolvió el tronco y todos los presentes, incluidas las personas que lo observaban, sintieron una energía profunda. El árbol sagrado lo había aceptado, y en ese momento, Drusito entendió que su destino no solo era unir a las especies, sino guiar a Luminia hacia una era de paz. Leapissa, que había presenciado cada una de sus pruebas, sintió cómo el respeto y la duda se convertían en una fe sincera. Drusito no era un druida común; él era la chispa de cambio que el reino necesitaba.

El roble y la doncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora