Quereme sólo a mí.

Margarita

Estaba muy emocionada, emocionadísima, por esta nueva oportunidad de trabajo y encima podía salir de la pensión donde estábamos con Pipe.

Desde que fallecieron nuestros padres, hemos estado de orfanato en orfanato y por fin pudimos escapar, lejos de las instituciones, pero alguien debía pagar por eso y a Pipe le costaba más conseguir trabajo, esta sociedad no permite niñeros, ni hombres que limpien ¡Injusticia total!

Me vestí con una camisa blanca y un short negro, poniéndome una campera de boca que le había robado a mi hermano, porque yo no tenía una propia limpia.

—Chau usurpador de útero.— Gruñé mientras dejaba un beso en su frente y él se quejaba por haberlo despertado temprano.

Tenía muchas ganas de trabajar, tuve mucha experiencia con nenes gracias a mi estadía en estos institutos de menores y también cocinando, planchando, lavando, ordenando, limpiando ¡Bue! Hacía de todo al final, pero esta vez me pagarían.

Empezó a llover y apreté los puños, refunfuñé mientras caminaba a la parada de colectivo ¡En Palermo iba a conseguir trabajo la nena de zona sur!

El colectivo pasó a mil por hora, empapándome por la salpicadura al estacionar de golpe y con fuerza. —Pero la que los p...— Musité mientras me subía, pagando mi boleto y yéndome a sentar en la parte de atrás con mi mochila pegada a mí.

Saqué el celular y me tomé una foto para mi grupo de amigos con la leyenda "¿Quién pudiera ir en un Mercedes Benz al laburo?" Bromeando por la marca del colectivo.

Cuando llegué me bajé en el barrio más, pero más concheto de todo Buenos Aires y me tocó tocar timbre en una mansión enorme, enrejada y para qué si estaba abierta la reja, así que esperé afuera de una gran puerta blanca.

Me quedé embobada ¿Bombonazo a la vista?

—Sí, soy Margarita ¿Usted quién es?—

—Rey Fritzenwalden, tu jefe.— Tragué saliva con nerviosismo, me invitó a pasar y yo me saqué la campera mojada e intenté arreglar mi cabello.

Qué farolitos más bellos, no podía creer lo que mis ojos miraban.