Capítulo 3

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Al otro día Margarita se despertó con el timbre, bajó en pijama y se fijó la hora: las 15 horas. Ya era muy tarde para volver a cambiarse, por suerte era Pipe a quien recibió con alegría y amor, envolviéndolo en un fuerte y largo abrazo del cual ninguno quería desprenderse.

—¡Ey! ¿Te llevaste mi campera?— Preguntó el castaño, levantando la campera del suelo y ambos rieron.

Rey desde la sala de estar observó la secuencia ¿Quién era este boludazo y qué hacía en su casa?

Lo invitó a pasar, notando la presencia de Rey que antes le había sido indiferente. —Este es mi hermano Pipe.— El más bajo fue a saludarlo con un abrazo, pero el contrario lo detuvo para sacudirle la mano y palmearle el hombro, manteniéndose distante. —Me trajo el resto de mi ropa.— El rubio vio la porquería de maletín que trajo, era diminuto, pero no opinó.

—Bueno Margarita, acordate que hoy, por más que sea tu día libre, tenés que ayudarme a mí y a Ángela con el evento de esta noche.— Asintió, sumisa y el mayor se retiró, dejando que Pipe y Margarita se pusieran al día.

—Qué se yo a este tipo qué le pasa, es re chinchudo, a veces me pudre, pero me estoy resistiendo a partirle la cara de una trompada.—

—Ay, Mar no seas así, ya fue no le des ni cinco.— Tenía razón, al fin y al cabo era su jefe, quien le daría comida, trabajo y dinero todos los días y no tenía que importarle nada más que eso.

—¿Vos sabés que esta es la casa de los Frinchenchunchen? Es el hijo del ex de mamá.— El chico se cubrió la cara, sorprendido de poder ponerle un rostro al menos a un Fritzenwalden. Las historias que les contaba su madre a veces resultaban fantasiosas, pero todo era igual a lo que alguna vez Florencia les había contado.

Se quedaron conversando un rato antes de que Pipe fuera interrumpido por una llamada de Daisy, su novia.

—Andá Piponcito, cuidate no vaya a ser que te quieran robar la billetera.— Bromeó mientras lo estrechaba entre sus brazos, caminando hacia la salida.

Margarita tomó el maletín y subió las escaleras, dirigiéndose a su cuarto y sorpresivamente encontrando a Rey.

—¿Qué hacés acá, Rey?—

No respondió, dejó disimuladamente la foto que estaba viendo de nuevo sobre la mesita de noche.

—Ey, te estoy hablando.— Chasqueó los dedos, pero no obtuvo respuesta, sólo un pequeño empujón cuando caminaba fuera de su cuarto. —Nah, bueno, lo que me faltaba...—

Ordenó las pocas prendas de ropa que tenía y se cambió en un vestido hermoso que había heredado de su madre, un vestido azul. No quería quedar desarreglada frente a los invitados de Rey, por más que estuviera trabajando allí quería sentirse una más, incluida.

Rey, por su parte, estaba ahora en su habitación, puteando casi inaudiblemente. Algo tenía la chica que lo atrapaba y lo llenaba de ira, nunca se había sentido así por nadie y que una pobre chica salida de los yuyos le revolviera el mundo, después de estar tanto tiempo con Única, lo hacía replantearse las decisiones que había tomado.

Llegó la noche y Margarita se estaba volviendo loca por todas las ocupaciones que tenía que tomar, abrir la puerta, servir canapés, verificar que todos tengan su respectiva bebida.

Por más que se haya vestido con su vestido favorito, con el vestido más elegante que tenía, no encajaba. Estaban todos de negro, todos sin vida como los consideraba ella.

Una vez que tuvo un minuto de paz, se sentó en una silla, pero la paz no le duró ni un segundo más cuando Merlín se le acercó

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Una vez que tuvo un minuto de paz, se sentó en una silla, pero la paz no le duró ni un segundo más cuando Merlín se le acercó.

—Hola, bonita. No me diste un besito cuando entré.— Revoleó los ojos, molesta, pero se paró y depositó un beso en su mejilla, manchándolo con su labial.—Ah bien, ahora me gusta más.—

La rizada rió y se acercó al parlante de la sala para subir un poco más la música que traía a todos distraídos.

El castaño posó ambas de sus manos en sus caderas cuando se dio vuelta a hacer aquello, mirando por encima de su hombro.

—¡Qué toquetones andamos!— Exclamó la chica, dándose vuelta para ver los ojos oscuros del contrario quien la traía más a su cuerpo.

Rey se estaba mordiendo las mejillas desde el interior al ver la escena, no aguantaba que nadie más la tocara, divisó con la poca luz que había la marca del labial en el cachete de Merlín y estaba decidido a ir a enfrentarlo, pero su novia lo detuvo.

—Yo espero que vos no estés haciendo lo que pienso que estás haciendo, Rey.— Inhaló enojado, él tenía novia y tenía que respetar aquello que había elegido para su vida.

Merlín había estado observándola, bajando la mirada a sus labios de vez en cuando mientras hablaban, sus manos todavía apretando las caderas de la menor.

—¿Y qué onda Rey? ¿Siempre fue así de tarado?—

El chico rió mientras asentía con la cabeza. —Pero es buen pibe, nomás que perder a tus padres no es fácil.— Y Margarita no era quién para refutar aquello, sabía exactamente el sentimiento de quedarse varado a causa de la muerte de tus padres, pero al menos él había nacido en cuna de oro.

Margarita se apartó. —Disculpa, tengo que seguir trabajando.— Explicó, pero Merlín la atrajo apretujando su cintura y ella se dejó atrapar, riendo divertida mientras el contrario la colocaba contra una pared.

—¿Te parece un besito primero?— Margarita aceptó, el mayor con su mano libre sostuvo su mejilla antes de inclinarse para besarla. Las manos de la chica buscaron su espalda, empujándolo y atrayéndolo más hacia ella mientras correspondía el beso.

A Rey le hervía la sangre, no podía despegar los ojos de ella, de ellos por lo que comenzó a comerse las uñas.

—¿Qué tanto te importa la huerfanita de cuarta?— Cuestionó Ángela y al rubio se le rompió el corazón, él también era huérfano y oír esas palabras tan crueles provenir de una boca tan conocida le causó disgusto.

Quereme sólo a mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora