Capítulo 1

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—Bueno, mirá. Podés quedarte a dormir acá, ya preparé tu cuarto, los fines de semana podés invitar a quien quieras, ya que esos días los chicos no están, y vos acá me atendés a mí.—

Margarita estaba sorprendida por tal rigidez, pero asintió con la cabeza, Rey pretendía manejarla a su gusto.

—Los chicos entran al cole a las 08:00, así que el desayuno siempre tiene que estar a las 07:00 servido, yo entro a trabajar también a las 08:00 así que yo los llevo, pero vos tenés que ir a buscarlos y llevarlos a danza y a rugby ¿Sabés manejar? Después yo los llevo con Greta.— Con lo atolondrada y dispersa que era la chica, sintió que esas palabras simplemente fueron dichas y su primera reacción fue reír, dándose cuenta de que el otro no la acompañaba con el gesto, algo estaba mal.

—Sí, porsupollo.— No sabía ni a lo que había respondido, pero algo en mente tenía. —¿Algo más, Juan?— El entrecejo del mayor se frunció ¿Cómo sabía que se llamaba así?

—Sí, no me digas Juan.— Afirmó con dureza, subiendo las escaleras mientras Margarita pensaba en lo pesado e insoportable que parecía ser ¿Así era la vida de su madre cuando trabaja para los... Frinchenchunchen?

Quiso gritar al darse cuenta que estaba trabajando para el hijo del ex de su mamá, un revoltijo bárbaro. Empezó a saltar con la boca abierta formando una "O"

Era el hijo de Federico y Delfina, bueno los hijos. Pipe y Margarita tuvieron la oportunidad de escuchar las anécdotas de esa misma casa cuando eran más chicos, pero cuando Federico murió, ella ya estaba con Máximo y en honor a él, Pipe lleva su nombre.

Tomó su celular rapidísimo para escribirle a su hermano para quién estaba trabajando en realidad, lo guardó rápidamente y se dirigió a la cocina para preparar el desayuno.

Para los nenes estaba preparando unos panqueques con frutos rojos, no sabía bien qué le podría llegar a gustar, pero eso no le fallaría, al igual que la chocolatada y el café para su jefe. También cocinó unos rápidos croissants, con poca fermentación y poco tiempo para el hojaldre había salido cualquier cosa menos un croissant, pero quedaron ricos.

Ordenó el desayunador para que los chicos pudieran posicionarse ahí, al igual que Rey.

Limpió los platos, secó y guardó, subiendo las escaleras para buscar el cuarto de los chicos, abriendo la puerta equivocada y viendo a Rey con la camisa desabotonada. Cerró la puerta inmediatamente, arrugando la nariz y apretando los ojos, yendo a hurtadillas hacia la habitación contraria para despertar a los chicos.

Era inevitable sentirse atraída por Rey, pero ella iba por trabajo, no por amorío.

Los hermanitos Fritzenwalden se despertaron confundidos. —Hola chicos, soy la niñera.— Susurró Margarita, la voz dulce de la chica hizo que se calmaran, sabían que iba a venir una niñera, pero hasta ese momento no tenía un rostro para atribuirle. —Ya está el desayuno, vistanse y bajen.—

Margarita salió del cuarto, chocándose con el rubio mientras inhalaba profundamente, haciendo que sus fosas nasales se agrandaran. No se chocó por equivocación, sabía que se había parado ahí a propósito.

—A mi cuarto no entrás, espero que sepas ubicarte ya.— Espetó y la chica apretó los puños, no podía pegarle, al menos no el primer día, así que decidió comentarle que el desayuno estaba servido.

Ambos bajaron las escaleras, él se sentó dándole un sorbo a su café, que para su sorpresa podía afirmar que era uno de los mejores que había probado, al igual que el croissant y los panqueques. No había nada para reprocharle.

Los chicos bajaron y abrazaron a su hermano mayor, ahí la chica notó una sonrisa sincera, un amor puro y único, que sólo entre hermanos se puede dar.

Comieron veloces y se despidieron de Margarita con la mano, ella estaba enternecida por el trato que Rey le daba a sus hermanitos.

—No te olvides de buscarlos, te dejo la llave del auto.— El rizado se la aventó casi en la cara y la muchacha quería gritar, pero se contuvo, al menos ya se había ido y podía indagar la casa en la que estaría viviendo.

Mar recorrió la casa, ignorando la advertencia de su jefe, entró a su habitación y esta vez adrede.

Observó el cuarto del rubio, no era desordenado, era más que pulcro, vio la mesita de noche y observó una foto con una chica ¿Su novia?

Suspiró y aunque no quisiera, el sentimiento era más fuerte que ella, tenía que stalkearlo y así lo hizo, estaba de novio con una tal Ángela. Su corazón estaba a punto de partirse hasta que se dio cuenta que no debía ponerse mal, era su jefe ¿Qué le importaba?

Se hizo la hora de la salida del colegio, Margarita no sabía manejar muy bien, pero por algún milagro extraño tenía el carnet de conductora.

Se dirigió hacia el colegio, era más grande que el instituto de menores en el que estaba, seguro un aula era más grande que todas las pensiones de sus vecinos juntas.

Estacionó el auto y se bajó para esperar a los chicos, abrió los brazos bien grande cuando los vio, agachándose para recibirlos y ambos correspondieron el abrazo con la misma dulzura. En unas horas ya confiaban en Margarita, la adoraban en todo sentido, su desfachatez, sus rulos, la obra de arte que hizo en la cocina. A leguas se notaba lo amorosa que era y los chicos claramente lo podían presentir fácilmente.

Se subió al vehículo nuevamente, llevándolos a sus respectivas clases y dejando su número de teléfono por cualquier cosa que pasara, aunque Rey los fuera a buscar, ella era la que estaba a cargo de los nenes mientras no estaba.

Volvió a la Mansión y para su sorpresa Rey estaba en medio de una reunión, o lo que parecía serlo.

—¡Hola chicos, un gusto!— Gritó desde la entrada mientras zapateaba para quitarse restos de agua de la calle, Rey se cubrió el rostro, avergonzado.

Se quitó la campera de boca, dejando ver el short y remera que llevaba puesto, a nadie le interesaba esto exceptuando a Merlín. Este se levantó a saludarla, dejando un beso en su mejilla. —Hola bonita, no sabemos tu nombre, bienvenida.—

Margarita se ruborizó por el cumplido y el atrevimiento del chico de besarla. —Soy Margarita ¿Y ustedes?—

Cada uno se presentó a lo lejos, estaban Mei, Otto, Jano, Merlín y alguien que no solía aparecer mucho, pero que claramente existía Ángela, quien la miró con desprecio y ni se molestó en saludarla.

—¡Un gusto chicos!— Exclamó Margarita alegre, dejando sus cosas en el perchero antes de acercarse a la mesa donde se encontraban todos, saludándolos de beso, pero Única, valga la redundancia, fue la única que se apartó.

—Yo me llego a enterar que esta mucamita de cuarta te pone una mano encima y la mando a matar.— Murmuró Ángela en dirección a Rey.

—¿Te pensás que soy tarado, que no sé que me engañás con Alaska?— Ángela tragó saliva, incómoda y esperando que Margarita, la amiga de Alaska, no supiera nada de eso.

Quereme sólo a mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora