Capítulo 1: El Último Adiós.

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La ciudad nunca fue lo que creímos. Si alguien me hubiera dicho que Beacon Hills acabaría siendo un lugar desmoronado, lleno de ruinas y recuerdos rotos, no lo hubiera creído. Pero hoy sé que todo lo que creía sobre este lugar fue una mentira. Y el culpable de eso, soy yo.

El teléfono sonaba en mi mano, pero mis dedos temblaban tanto que no podía responder. Ya lo sabía, incluso antes de que me lo dijeran. La voz al otro lado de la línea me lo confirmó: "Stiles... tu padre no lo logró." Y ahí, en ese momento, la tierra bajo mis pies se volvió inestable. No era como las otras veces, cuando él me había salido al rescate; esta vez, no había vuelta atrás. El sheriff Stilinski ya no estaba.

Es extraño cómo la muerte puede hacer que el mundo se sienta tan vacío. El dolor no llega de inmediato, es algo que crece, algo que te consume sin que te des cuenta. Al principio, solo era una sensación de frío, un vacío en el pecho. Pero pronto se transformó en algo más, algo mucho más oscuro, algo que no quería dejar de crecer.

Me quedé ahí, con el teléfono pegado a la oreja, sin poder procesarlo. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no podía llorar. Algo dentro de mí había muerto también, y ese algo era capaz de detener todo sentimiento. Y aunque el dolor era insoportable, había una parte de mí que comenzaba a aceptar que mi padre ya no estaba. Ya no habría más llamadas en medio de la noche, ya no habría más bromas, ni consejos. El lugar que él había dejado era un vacío absoluto, un espacio que nada ni nadie podría llenar.

Intenté buscar consuelo, intenté encontrar alguna clase de consuelo en la manada, pero no funcionó. Ellos no entendían. Claro, intentaban. Scott, Derek, todos querían ayudar. Pero sus palabras no llegaban a mí, no podían atravesar esa barrera de desesperación que ahora me rodeaba. No era culpa de ellos, lo sabía, pero me sentía tan solo... tan jodidamente solo. Como si, de repente, el mundo entero hubiera decidido darme la espalda.

El dolor me invadió, y como siempre, lo dejé crecer, lo dejé adueñarse de mí. Me acostumbré a la sensación de vacío, a esa angustia que me apretaba el pecho. Y en ese entonces, me di cuenta de algo que no podía ignorar: ya no quería ser salvado. Ya no quería que alguien me dijera que todo iba a mejorar. ¿Cómo podrían saberlo si ni ellos mismos sabían cómo manejar el dolor?

Me alejé, sin decir una palabra. La manada intentó seguirme, intentó acercarse, pero yo solo sentía su presencia como una presión más, como si cada uno de ellos fuera una cadena que me ataba más al sufrimiento. Nada me hacía sentido, nada me calmaba. Mi padre ya no estaba, y esa era la única verdad que podía aceptar.

Me alejé sin rumbo, cada paso resonando en mi mente. No tenía idea de a dónde iba, pero no importaba. La ciudad estaba igual de perdida que yo. Mis pensamientos se desvanecían con cada paso que daba, el aire frío me cortaba la piel, pero no sentía nada. El mundo seguía girando, pero yo me había detenido en el tiempo. La sensación de estar atrapado en un presente que no podía escapar era asfixiante.

La gente pasaba a mi lado, sus vidas seguían adelante, pero yo me sentía invisible. Nadie me veía. No quería que me vieran. No quería que nadie intentara alcanzarme, no quería que me hablaran, porque sabía que no podría escucharles. Ni siquiera sabía si tenía fuerzas para seguir caminando, pero lo hacía. No por mí, sino porque no podía detenerme.

Era difícil incluso respirar. Cada respiro me recordaba que mi padre ya no estaba, y con él, una parte de mí también se había ido. No quedaba nada que pudiera reemplazarlo. Mis pensamientos se apoderaban de mí y me arrastraban cada vez más hacia un lugar oscuro, y aunque intentaba liberarme, algo dentro de mí me decía que no estaba listo para salir de ahí. Algo me mantenía pegado a esa oscuridad, como si fuera lo único que realmente conocía ahora.

Cada esquina, cada calle, todo lo que alguna vez fue un refugio, ahora me parecía ajeno. Era como si Beacon Hills hubiera dejado de ser mi casa hace mucho tiempo, como si nunca hubiera sido mío. Todo en esta ciudad estaba roto, todo lo que alguna vez había significado algo para mí estaba desmoronándose lentamente, y no podía hacer nada para detenerlo.

La manada no entendía, y tampoco yo lo hacía. Había pasado tanto tiempo luchando por todos, por salvarlos, por mantenernos unidos, y al final, no quedaba nada. Solo quedaba la soledad. Ellos estaban bien, de alguna manera, pero yo ya no era parte de ellos. Ya no quería serlo. Si no podía salvar a mi padre, ¿cómo iba a salvar a alguien más? ¿Cómo podía seguir siendo el mismo Stiles que había siempre? La respuesta era clara: no podía. Ya no era el mismo, y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.

El sonido de mis pasos en las calles vacías me resultaba más fuerte de lo que realmente era. El eco de mi soledad resonaba en cada rincón de esta ciudad muerta. Cada calle parecía más lejana, más ajena. Cada rostro que cruzaba mi camino me parecía una sombra, alguien de otro mundo, alguien que no tenía nada que ver conmigo.

El viento soplaba con fuerza, arrastrando las hojas secas por el suelo, pero no podía sentirlo. No podía sentir nada. El frío me envolvía, pero no era suficiente para hacerme despertar de mi letargo. Todo me parecía lejano, incluso la vida misma. Mis pensamientos se atropellaban unos a otros, chocando, pero ninguno me ofrecía consuelo. Ninguno tenía la respuesta a mi dolor. Solo me quedaba seguir caminando, seguir siendo una sombra entre las sombras, perdido en un lugar donde ya no existía esperanza.

Me detuve frente a una de las casas vacías, las ventanas rotas, la puerta tambaleante. Todo a mi alrededor era un recordatorio de lo que había sido, de lo que ya no era. No podía mirar atrás. No podía volver. Pero tampoco podía seguir adelante. Estaba atrapado en un limbo, suspendido en un lugar donde el tiempo no existía, donde el futuro se desvanecía con cada paso que daba.

El dolor era como una sombra que me perseguía, y aunque intentaba esconderme, no podía escapar de él. La muerte de mi padre no era solo una pérdida; era el final de todo lo que conocía, el fin de la vida que había tenido. Y con esa muerte, todo se había desmoronado. La ciudad, la manada, mi propia vida. Nada quedaba. Nada.

El teléfono en mi bolsillo vibró de nuevo, interrumpiendo mis pensamientos, pero no lo saqué. Ya no importaba. Ya nada importaba. Lo único que quedaba era este vacío, este eco en mi pecho que se alzaba cada vez más fuerte. Y aunque sabía que tenía que tomar el teléfono, aunque sabía que alguien al otro lado esperaría una respuesta, no podía. No podía seguir jugando el juego. No podía seguir siendo el Stiles que todos querían que fuera.

Entonces, en silencio, me di la vuelta y seguí caminando. No importaba hacia dónde. No importaba nada. Sólo me quedaba la soledad, la oscuridad y una ciudad que ya no era mía.

Fin del capítulo.

Oscuridad y Sacrificio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora