Capítulo 4: El Final y la Promesa.

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Era la oscuridad lo único que me rodeaba. La misma oscuridad que se apoderaba de mis pensamientos cada vez que cerraba los ojos. Todo lo que alguna vez conocí, lo que alguna vez me hizo sentir vivo, ya no existía. Mi padre ya no estaba. La manada no podía salvarme, y yo ya no quería ser salvado.

Mi respiración era irregular, como si cada intento de aire fuera una carga más que debía soportar. El Nemeton estaba ante mí, como siempre lo había estado, pero ya no tenía el mismo significado. El árbol, que alguna vez fue un refugio y un punto de conexión, ahora parecía solo una representación de todo lo que se había perdido. No quedaba nada aquí que valiera la pena. Nada.

Las ramas del Nemeton se estiraban hacia el cielo negro como garras, esperando absorber cada fragmento de mí. Sentí el peso de su presencia, pero ya no lo vi como algo protector. Lo vi como un abismo, un vacío que me esperaba para tragármelo por completo.

Lo sabía. Este era el final.

No había más razones, no había más excusas. La desesperación me había consumido tanto que ya ni siquiera sentía miedo. La sensación de vacío se había vuelto parte de mí. No sentía el peso de las lágrimas que caían de mis ojos, ni el ardor de mi piel. Estaba completamente drenado, como si todo lo que me quedara fuera una carcasa vacía.

Me acerqué al Nemeton, sin pensarlo dos veces. En mi mano, la cuchilla que había encontrado en mi bolsillo era tan fría como mi corazón. La presión de mi propia angustia me había llevado a este punto, y no veía salida. No había nada que pudiera salvarme.

"Adiós, Beacon Hills", susurré para mí mismo. Mi voz era apenas un murmullo, como si mi alma estuviera dejando de existir. "Te maldigo. Te maldigo por todo lo que me hiciste. Todo lo que me quitaste."

Con esas palabras, la cuchilla entró en mi piel, y la oscuridad me envolvió, finalmente, de manera total.

La hoja cortó con facilidad, como si ya supiera lo que debía hacer. El dolor, en un principio agudo, pronto se desvaneció, como si el propio Nemeton absorbiera cada queja, cada grito. El vacío en mi interior era ahora mucho más profundo que el sufrimiento físico, y eso me dio una extraña sensación de alivio. Por un segundo, todo se detuvo, como si el tiempo mismo hubiera dejado de existir.

La sangre, caliente y espesa, se deslizaba por mi piel, un recordatorio de que aún estaba aquí. Pero no por mucho más. El dolor había comenzado a apagarse, y con él, todo lo que alguna vez fui. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Cuándo dejé de ser la persona que conocía? Todo se disolvía, y la oscuridad parecía ser la única verdad que quedaba. Pero había algo más.

Fue cuando el silencio me rodeó completamente que sentí una presencia. No fue la manada, ni ningún otro ser que hubiera conocido. No. Era algo mucho más antiguo, más profundo. Podía sentir su poder en el aire, como una corriente eléctrica que recorría cada fibra de mi ser. Miré hacia arriba, y aunque no podía verlo claramente, sabía que el Nemeton estaba respondiendo a mi desesperación.

"¿Qué quieres?" susurré, con la voz débil, casi inaudible. No sabía si me escuchaba, si era real o solo la fantasía de un cerebro agotado. Pero ahí, en el silencio más absoluto, algo comenzó a surgir. No era una respuesta directa. Era más una sensación, un susurro profundo que se arrastraba por mi mente.

"Lo que has hecho no puede deshacerse tan fácilmente", resonó una voz dentro de mí, no en mis oídos, sino en lo más profundo de mi ser. "Beacon Hills no te ha dejado. Y tú no has dejado a Beacon Hills. Tu muerte no es el final."

Mis manos temblaron alrededor de la cuchilla, que ahora parecía un objeto extraño, algo que había olvidado por completo. ¿Acaso había alguien más allí? ¿Era el Nemeton el que hablaba? O quizás algo mucho más grande, mucho más oscuro. Todo lo que pensaba que sabía sobre el lugar en el que viví, sobre todo lo que me rodeaba, ya no tenía sentido.

La fuerza con la que me hablaban me hizo temblar, pero no de miedo, sino de una energía, una oscuridad que me resultaba familiar. Sentí una presión en mi pecho, una fuerza que me obligaba a mirar hacia el árbol, como si esperara algo más. Como si me pidiera que no abandonara todo tan fácilmente.

"No me quedan fuerzas", susurré, mi voz rasgada y quebrada, como si las palabras estuvieran hechas de nada más que desesperación. "¿Qué más puedo hacer?"

En ese momento, sentí una ráfaga de aire frío rodeándome. No era el viento común que solía barrer las colinas de Beacon Hills. Era una fuerza más poderosa, más densa, como si la misma esencia de la ciudad me estuviera abrazando, o mejor dicho, arrastrándome de regreso.

Fue cuando comprendí que la maldición que había lanzado sobre Beacon Hills no había sido algo que pudiera deshacer. En mi desesperación, me había condenado a una existencia sin fin. Al maldecir este lugar, al maldecir mi vida, me había atado a él aún más fuerte.

Ya no estaba sólo huyendo de mis demonios. Ahora, mis demonios estaban ligados a este lugar, a este árbol, y al mismo tiempo, a mí. Mi alma ya no me pertenecía. Beacon Hills no me había dejado. Y no lo haría, no sin una lucha mucho más profunda que lo que había imaginado.

El frío me envolvía, pero no sentía nada. No había sensación de mi cuerpo, no había forma de moverme, solo estaba atrapado en la oscuridad. El Nemeton, que alguna vez fue un lugar de recuerdos y sentimientos, ahora era simplemente una extensión del vacío. Yo estaba dentro de él, pero también fuera. Ya no importaba si respiraba, si sentía o si pensaba. Nada de eso tenía relevancia.

Mi cuerpo ya no reaccionaba. Había hecho lo que tenía que hacer. Había roto el último lazo que me quedaba con la esperanza. Ya no podía soportarlo más.

Sentía el peso del mundo sobre mi pecho, y con cada latido de mi corazón, la desesperación aumentaba, como si me arrastrara más y más hacia un pozo profundo y sin fin. Cada pensamiento que pasaba por mi mente se convertía en un cuchillo más, clavado en mi alma. La oscuridad era mi único refugio. No había nada fuera de ella.

"¿Qué más podría hacer?" me susurraba la voz en mi cabeza. No era una voz que buscara consuelo. Era una voz que solo preguntaba por qué seguir, por qué luchar si todo había terminado. "¿Qué más hay después de esto?"

Nada, respondí, ya no quedaba nada. El dolor ya no tenía forma, solo era una extensión interminable que me rodeaba. Y la culpa, la maldita culpa, no dejaba de invadir cada rincón de mi ser. Todo lo que había hecho había sido inútil, todo lo que había intentado... en vano.

Las voces de la manada flotaban en mi mente, pero no me alcanzaban. Sus palabras eran como ecos lejanos, distorsionados, vacíos. No entendían. No podían entender. Nadie podría comprender lo que había sentido, lo que había perdido. Y era inútil buscar ayuda en quienes no podían salvarme. No más.

La cuchilla estaba ahí, fría en mis manos, como un recordatorio de lo que había decidido hacer. No me arrepentía. No aún. No cuando el dolor era tan grande, tan envolvente, tan profundo. No podía arrepentirme de lo que me liberaba, de lo que me sacaba de este abismo de oscuridad.

"¿Por qué seguir?" me pregunté, con los ojos cerrados, la garganta apretada. "¿Por qué seguir en un mundo que ya no existe?"

Me sentí caer, pero no importaba. Ya nada importaba.

Y ahí, en esa oscuridad infinita, me sumí completamente. El viento ya no susurraba. El Nemeton ya no estaba ahí. No había más. Ya no había nada más.

Fin del Capítulo.

Oscuridad y Sacrificio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora