Capítulo 2: El sabor de la libertad

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El motor de la Harley ronroneaba como un felino hambriento, la vibración recorriendo el manubrio y zumbando en sus manos. Diego, piel canela tostada por el sol canadiense, cabello negro azabache peinado hacia atrás, recorría las calles de Toronto con la misma seguridad con la que se movía en cualquier ámbito de su vida. Era un hombre de confianza, de sonrisa fácil y mirada penetrante que, a sus 25 años, ya había acumulado un historial envidiable de conquistas y una reputación de "chico malo" que le abría puertas en cualquier fiesta.

Nacido en Canadá, hijo de inmigrantes coreanos, Diego había crecido rodeado de la cultura pop de la ciudad, el sonido de las sirenas, el ritmo de los pasos apresurados en las aceras, y la música que lo acompañaba en su día a día. Su banda sonora era un cóctel de hip hop, rock clásico y las melodías melancólicas de la escena indie, pero siempre con un toque de nostalgia, como la canción "The Scientist" de Coldplay, que le recordaba a su infancia en un pequeño pueblo de Ontario.

Un pueblo que, a diferencia de Toronto, no podía ofrecerle el ritmo frenético y la adrenalina que buscaba. En Toronto, Diego era un pez en el agua. Su posición privilegiada, heredada del éxito de sus padres en el negocio de la importación de productos asiáticos, le permitía moverse con libertad en un mundo de fiestas, viajes y mujeres hermosas. Su Harley, una joya personalizada con un diseño único, era su extensión, un símbolo de su rebeldía y su deseo de vivir la vida al máximo.

Las curvas de la ciudad se convertían en una pista de carreras en su mente, cada semáforo era una prueba de velocidad que debía superar. Su estilo de vida, un torbellino de noches de fiesta y romances fugaces, era tan vibrante como el neón de las marquesinas que se extendían a su alrededor.

Pero bajo la superficie de su vida de chico cool y exitoso, Diego ocultaba un vacío, una sensación de que algo le faltaba. Su vida era una película en blanco y negro, con momentos de color, pero sin la profundidad de una historia real.

Diego estacionó su Harley frente a la casa de Mike, una antigua mansión victoriana convertida en un antro de fiestas y reuniones clandestinas. El sonido del motor resonó en la quietud de la noche, un rugido que se mezclaba con el débil sonido de la música que salía desde el interior.

Bajó de la moto, estirando sus piernas y sintiendo la adrenalina recorriéndole las venas. Se acomodó la chaqueta de cuero, una sonrisa burlona jugando en sus labios. No era la primera vez que visitaba la casa de Mike, y sabía que esta noche prometía ser una de esas noches que se quedaban grabadas en la memoria, llenas de excesos y emociones intensas.

Se acercó a la puerta principal, la madera oscura y desgastada por el tiempo, y golpeó con los nudillos. Un instante después, la puerta se abrió y Mike, con su rostro regordete y su cabello rubio despeinado, apareció en el umbral.

-Diego, ¿qué te trae por aquí? - preguntó Mike, con una sonrisa pícara. -Pensé que estabas en tu tour de conquista por el centro.

Diego se encogió de hombros, su sonrisa aún más amplia.

-Un hombre necesita un descanso de vez en cuando, amigo. ¿Qué se cuece por aquí?.

Mike lo miró con complicidad, sus ojos brillando con una luz peculiar.

-Te tengo una sorpresa. -Se hizo a un lado, dejando que Diego entrara. -Mercancía nueva.

Diego frunció el ceño, su curiosidad despertada.

-¿De qué hablas?

Mike cerró la puerta tras él, susurrando:

-Nueva partida, de la buena. Te va a encantar.

Diego sintió una oleada de emoción recorriéndole el cuerpo. La adrenalina, que ya estaba a flor de piel por la velocidad de la moto, se intensificó. Mike era su contacto, su proveedor de "diversión" para las noches de desenfreno. Y Diego sabía que cuando Mike decía "nueva partida", se refería a algo especial.

-¿Qué es?- preguntó, su voz apenas un susurro.

Mike le guiñó un ojo, con una sonrisa que prometía una noche llena de locura.

-Te lo voy a mostrar.

Diego sintió cómo su cuerpo se tensaba, la anticipación llenándolo de una energía electrizante. La música que salía de la casa se intensificó, invitándolo a un viaje hacia la oscuridad.

Mike condujo a Diego por un pasillo oscuro y polvoriento, el sonido de la música se atenuaba a medida que se alejaban de la fiesta. El aire se sentía denso, cargado de un aroma a humedad y a algo más, un aroma que Diego reconocía, un aroma que le hacía vibrar la sangre.

Llegaron a una puerta al fondo del pasillo, una puerta de madera maciza con un candado oxidado. Mike sacó un pequeño llavero de su bolsillo y, con un movimiento ágil, abrió la cerradura. La puerta crujió al abrirse, revelando una habitación pequeña y oscura, iluminada por una única bombilla de bajo voltaje.

En el centro de la habitación, sobre una mesa de madera tosca, había un pequeño arsenal de objetos que Diego conocía bien: jeringas, pipetas, polvos de colores y un pequeño arsenal de pastillas. El aroma a químicos se intensificó, llenando la habitación con una atmósfera de peligro y excitación.

-Te dije que te iba a encantar,- dijo Mike, con una sonrisa de satisfacción. -Nuevo lote, directo de Colombia. Lo mejor que hemos tenido en meses.

Diego se acercó a la mesa, sus ojos recorriendo cada objeto con una mirada experta. Sus dedos acariciaron la superficie de un pequeño frasco de cristal, lleno de un polvo blanco que brillaba bajo la luz tenue.

-Es puro,- dijo, su voz apenas un susurro. -Se nota en el aroma.

Mike asintió, orgulloso.

-Te dije que te iba a gustar. Y esta vez, hay algo especial.- Sacó una pequeña caja de metal de su bolsillo y la colocó sobre la mesa. -Esto es para ti, amigo. Un regalo.

Diego abrió la caja con cuidado. En su interior, encontró una pequeña pastilla de color azul intenso, con un diseño en forma de espiral.

-¿Qué es esto?- preguntó, su curiosidad despertada.

Mike se encogió de hombros, con una sonrisa enigmática.

-Es algo nuevo. Un producto que aún no hemos probado. Pero dicen que es increíble. Te va a volar la cabeza, Diego.

Diego sintió una oleada de adrenalina recorriéndole el cuerpo. La curiosidad, la sed de nuevas experiencias, la necesidad de romper sus propios límites, lo impulsaban a probarlo.

-Vamos a hacerlo,- dijo, su voz firme. -Vamos a probarlo.

Mike sonrió, satisfecho.

-Eso me gusta escuchar. Ahora, ¿qué te parece si vamos a la fiesta? Hay mucha gente esperando por ti.

Diego asintió, su mirada fija en la pastilla azul. La noche prometía ser inolvidable.

Diego tragó la pastilla azul de un solo golpe, sintiendo cómo se deslizaba por su garganta. Un sabor amargo y metálico le invadió la boca, un sabor que le recordaba a la tinta de las plumas estilográficas de su padre.

Mike le ofreció un vaso de agua, pero Diego lo rechazó con un gesto de la mano. No necesitaba agua, necesitaba sentir la energía que la pastilla le estaba inyectando al cuerpo.

-¿Te sientes bien?- preguntó Mike, observándolo con una mezcla de curiosidad y expectativa. -No te preocupes, es normal que te sientas un poco raro al principio. Es la primera vez que pruebas algo así.

Diego asintió, sintiendo una calidez inusual recorriéndole el cuerpo. Sus sentidos se agudizaron, la música que venía de la fiesta ahora era un torrente de sonido que lo envolvía por completo. Las luces de colores que se proyectaban desde el techo parecían bailar a su alrededor, creando un espectáculo hipnótico.

-Estoy bien,- dijo, con una sonrisa que se extendía de oreja a oreja. -De hecho, me siento increíble.

Mike sonrió, satisfecho.

-Te dije que te iba a gustar.

Caminaron de regreso a la fiesta, con el ritmo de la música guiándolos. Diego sentía cómo la pastilla comenzaba a hacer efecto, su cuerpo se sentía ligero, como si flotara sobre el suelo. Sus pensamientos se aceleraban, una corriente de ideas y emociones lo inundaban.

Se adentraron en la fiesta, una explosión de colores, música y cuerpos en movimiento. Diego sintió una oleada de energía, un deseo de ser el centro de atención, de vivir la noche con la máxima intensidad.

Se abrió paso entre la multitud, saludando a conocidos con efusividad. Las chicas se acercaban a él con una sonrisa, atraídas por su aura de seguridad y misterio. Diego se dejaba llevar por la corriente, bebiendo tragos de tequila y bailando con una energía que no podía controlar.

La música se convertía en un latido constante, cada nota lo hacía vibrar, cada ritmo lo impulsaba a moverse. El mundo se había transformado en un espectáculo vibrante y lleno de posibilidades.

-Diego, ¿estás bien?- una voz familiar le llegó al oído. Era Grace, una de sus amigas, una chica de ojos verdes y sonrisa pícara que siempre lo había atraído.

Diego la miró, su sonrisa se amplió, sus ojos brillaban con una intensidad que no podía ocultar.

-Estoy mejor que bien, Grace. Esta noche es mágica.

Grace lo miró con una mezcla de curiosidad y atracción.

-Pareces diferente. Más... intenso.

Diego se acercó a ella, su cuerpo vibrante de energía.

-Estoy viviendo la vida al máximo, princesa. No quiero desperdiciar ni un segundo.

Grace se dejó llevar por su aura, sintiendo la energía que emanaba de él.

-Te creo. - susurró, dejándose llevar por el torbellino de emociones que Diego le transmitía.

La música se intensificó, Diego y Grace se perdieron en el ritmo, sus cuerpos se movían al compás de la música, sus miradas se cruzaban, sus emociones se intensificaban, Diego tocaba cada parte del cuerpo de la chica mientras la besaba intensamente, de un momento a otro llevo su mano dentro de la ropa interior de la chica.

La pastilla azul, un regalo de Mike, había abierto una puerta hacia un mundo de sensaciones intensas, un mundo donde los límites se diluían y la realidad se distorsionaba.

Rugido Del Corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora