El departamento de Diego era un remolino de lujosas texturas y aromas embriagadores. La música ambiental, tenue y sensual, se mezclaba con el sonido de sus respiraciones entrecortadas. Una joven, de ojos oscuros y labios carnosos, se acurrucaba a su lado, su piel caliente y húmeda contra la suya.
Diego, con una sonrisa de satisfacción, se movía con un ritmo lento y sensual. Pero de pronto, el sonido de su teléfono lo sacó de su trance. Un mensaje de voz de Mike, su voz fría y pragmática, lo devolvió a la realidad.
"Tengo lo que necesitas. Te espero en la mansión antigua en 20 minutos. Date prisa."
Diego se incorporó de golpe, su cuerpo tenso. La joven, desconcertada, lo miró con ojos inquisitivos.
—Lo siento, cariño. Tengo que irme. Me surgió un asunto urgente.
Se levantó de la cama con un movimiento rápido, sus ojos recorrieron la habitación.
—Cierra bien al salir, ¿de acuerdo?
La joven, aún sin comprender del todo la situación, asintió. Diego se vistió a toda prisa, su mente ya estaba en el plan que había tramado.
El mensaje de Mike lo había despertado. La información que necesitaba estaba a su alcance. Y con ella, el camino hacia su objetivo final.
Diego salió del departamento, dejando atrás el aroma a perfume y la música sensual. El frío viento de la noche lo recibió con un susurro gélido. Se montó en su motocicleta, el rugido del motor resonó en la calle.
La mansión antigua, con sus ventanas oscuras y su fachada desvencijada, lo esperaba en la penumbra.
Mike estaba sentado en las escaleras que daban a la entrada de la mansión, su mirada fija en el camino. Al ver a Diego, se puso de pie con un movimiento ágil y abrió la cerradura con una llave oxidada.
Entraron a la mansión, un lugar que había sido un hogar en el pasado, pero que ahora era un eco de fiestas desenfrenadas. Las paredes, una vez adornadas con tapices y retratos familiares, estaban ahora cubiertas de grafitis y manchas de vino. El polvo se acumulaba en los muebles, cubriendo las mesas de centro, los sillones de terciopelo desgastado y los candelabros con cristales rotos.
El sofá donde se sentaron Diego y Mike era un relicto de la época dorada de la mansión. Su tapicería estaba deshilachada, y las plumas de los cojines se escurrían por las costuras. A su alrededor, se veían vasos y botellas vacías, restos de las últimas fiestas que se habían celebrado en ese lugar.
El aire estaba cargado de un olor a humedad y a alcohol rancio. Las ventanas, cubiertas de polvo, dejaban pasar solo un débil rayo de luz, creando un halo de penumbra en la habitación.
Mike, con una sonrisa maliciosa, se inclinó hacia adelante.
—Tengo todo lo que necesitas. El chico... es un desastre.
Diego, con la mirada penetrante, escuchó a Mike con atención. La curiosidad lo carcomía por dentro. ¿Qué tipo de información tenía Mike sobre Theo?
—Le di órdenes a un tipo de ir a la pizzería y seguir a Theo. El chico... no es nada bueno en el trabajo. Parece que no tiene ni idea de lo que hace. Lo siguió hasta su departamento, está en el tercer piso, número 12.—Mike se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con una mezcla de satisfacción y crueldad. —El tipo me dijo que Theo es un desastre, que no tiene nada en su cabeza. Pero... lo que sí tiene es un teléfono. Y todos sabemos que los teléfonos guardan toda nuestra información.
Mike sacó un pequeño dispositivo de su bolsillo, un teléfono celular evidentemente viejo.
—Mi amigo se lo quitó sin que se diera cuenta. Aquí tengo todo lo que necesitas saber. —Mike tecleó en el dispositivo, y una pantalla iluminó la habitación con una luz fría. —Theo Laurent, 18 años. Fecha de nacimiento: 22 de junio. Parece que dejó la escuela hace poco. Se mudó de un pueblo cristiano, algo así como un lugar de gente aburrida y mojigata. Al parecer, perdió a sus padres, solo le queda su hermano. Lucas Laurent, 27 años. Trabaja en una tienda de ropa.
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Rugido Del Corazón ©
Teen Fiction"El rugido del corazón" es una historia llena de drama, pasión y emociones intensas. Theo y Diego deberán enfrentarse a sus propios demonios y a la complejidad de sus sentimientos para encontrar la verdad y, quizás, una segunda oportunidad para el a...