Tren hacia la muerte
La negrura lo cubría todo, una negrura que helaba la sangre aún más que el mismo frío. Liam frotaba sus manos, las llevaba a la boca de tanto en tanto para calentarlas con un poco de su aliento. Cheryl buscaba calor debajo de la chamarra que Liam le había prestado, con la mirada perdida en una de las líneas del tren, apenas visible por la tenue luz de la linterna de Calrion, que iba con Elianor a la cabeza. Liam subió a la viga de hierro que corría paralela y extendió las manos para equilibrarse. Miró a su amiga y ella, de reojo, le devolvió la mirada.
—Te vas a caer —dijo en voz baja.
—Por favor, tengo buen equilibrio —respondió Liam, más animado que de costumbre.
—Tienes razón —respondió, la voz tan baja que apenas Liam logró escucharla.
—¿Es en serio? —exclamó él con entusiasmo y se rió con un leve bufido—. ¿No vas a llevarme la contraria?
Cheryl se encogió de hombros. Quería hacerse pequeña, esconderse, desaparecer en medio de la penumbra. Su amigo guardó silencio, pensó que se había equivocado, no era el momento para acercarse, pero lo era, solo que la vida aun no le había enseñado a leer las contradicciones de su amiga.
«Háblame una vez más, por favor, para que pueda rechazarte y sentirme mejor», pensó Cheryl, aunque ni siquiera ella entendiera por qué deseaba hacerle eso a su mejor amigo, siendo ella la culpable de la vergüenza y el enojo que sentía hacia sí misma. No debió golpear al vendedor, pero la invadió el terror, un miedo marcado a fuego en su pasado. No debió apuñalar al guardia, pero la adrenalina nublaba su juicio y sin juicio el instinto era lo único que le quedaba. Sabía que esas razones no eran más que excusas, pero no podía evitar aferrarse a ellas como si fuera la única parte de sí que le quedara, como si fueran la única forma de no sentirse mal por aquello que realmente importaba: ir hasta Elianor, mirarla a los ojos y ofrecerle una disculpa sincera.
¿Qué le diría su padre? Nunca había deseado tanto poder escuchar su consejo. Avanzó con pasos lentos y pesados, hundida en sus pensamientos. En el fondo, la única esperanza que la impulsaba era encontrarse con él y, juntos, rescatar a la madre de Liam. Quizá eso bastaría para disculparse. O, al menos, para dejar de sentir el peso de sus errores sobre sus hombros
Todo quedó a oscuras. Calrion le dio un par de golpes a su linterna y después de varios parpadeos, las líneas de hierro volvieron a dibujarse sobre el camino de piedra. Sentía que volvía a ser útil, que nuevamente formaba parte de algo y que a pesar del augurio de muerte que los acechaba, había podido encontrar su lugar en el mundo. Pocos niños habían tenido su suerte, aunque quizás, era por los pocos que nacían en el Bastión del Cuervo.
—¡Nada! —exclamó Elianor, impaciente.
Calrion la miró de reojo brevemente. El chico le había ofrecido su abrigo siguiendo el ejemplo de Liam, pero la joven duquesa se negó, con un gesto de agradecimiento, opacado por un comentario sobre el olor de la gente de Bastión del Cuervo. No se sintió ofendido. Estaba acostumbrado a ese tipo de cosas gracias a convivir, desde su infancia, con lores que no les quedaba más remedio que pasar por la ciudadela, si querían traspasar el portal de la montaña.
Maldición —susurró la duquesa, frustrada.
Tenía las manos separadas a la altura del pecho, como si sostuviera una esfera invisible, repitiendo en voz baja una frase, un hechizo, como si fuera un mantra. Elianor se mordió el labio, frunció el ceño y por fin, con el peso de su apellido, de su puesto, de su casa sobre ella, dejó caer los brazos. Las miradas de los chicos la acechaban. Después de todo era la genio, la maravilla, la que debía cumplir con lo que todos esperaban. Pero no podía. A pesar de tantas horas de entrenamiento. Elianor no podía hacer magia.
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LIAM LUNA Y LA BRÚJULA DEL REY CUERVO
FantasíaLiam Luna, un joven heredero del legado de los Guardianes, se enfrenta a un desafío inesperado cuando su madre desaparece en el enigmático mundo de Eiralis. Con la ayuda de su amiga Cheryl, Liam se embarca en la búsqueda de la legendaria Brújula del...