Capítulo 9

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Eros

Estaba saboreando mi tercera taza de café cuando Isak, irrumpió en la cocina, para mi tranquilidad seguía obsesionado con el fútbol, fervor alimentado por su entrenador que, proclamaba que era el mejor jugador de su categoría. No dudaba del talento de mi hijo, pero esperaba que esos halagos fueran sinceros y no meramente influenciados por nuestro apellido, de lo contrario, tendríamos problemas.

—¡Buenoooos días! —exclamó con ese entusiasmo contagioso que lo caracteriza entre todos sus hermanos—, ¡estoy listo para patear al mundo!

—Buenos días, Isak, antes de patear al mundo, primero debes ponerte el uniforme de tu colegio, no el de fútbol. —le recordé.

—Pero papá —replicó con esa mirada de cachorro arrepentido que todos habían aprendido de Freya. Había aprendido a ser firme después de tantos errores cometidos—, la maestra dijo que debíamos ir disfrazados de nuestra futura profesión.

—Eso fue hace una semana, pequeño campeón. Tenemos un acuerdo —suspiró dramáticamente, si no le funcionaba el futbol podría hacer teatro—. El uniforme de fútbol no puedes usarlo...

—En el colegio —terminó la frase, sentándose a mi lado y apoyando la cabeza en la encimera. Dio varios suspiros y siguió con su expresión dramática—. ¿No puedo simplemente estudiar fútbol? —. Negué con la cabeza—. Es aburrido estudiar, hay que aprender mucho y me duele la cabeza.

—Para eso existen los descansos y todos hemos pasado por la etapa de estudio. Alek está en un nivel más avanzado y lo mismo ocurrirá con cada uno de tus hermanos cuando asistan al colegio.

—¡Sacrilegiooo! —exclamó, repitiendo una de las muchas palabras que Alek soltaba cada vez que descubría algo nuevo en sus lecturas.

—El verdadero sacrilegio será un castigo que resultará en perderte prácticas de fútbol si en —revisé el reloj— diez minutos no estás listo para irnos.

—¡Noooo, ya voy! —saltó tan rápidamente que por poco se cae, pero lo estabilicé y salió corriendo hacia su habitación.

Realizo un repaso mental de la agenda del día, siempre con la esperanza de cubrir todo lo planeado:

1. Dejar a los niños en sus respectivos colegios.

2. Cancelar los gastos del club de fútbol, clases de ballet y pintura.

3. Supervisar la construcción y la remodelación de mi negocio de arquitectura.

4. Contratar un asistente extra.

5. Llevar a Nathan al médico y posteriormente a la guardería.

6. Acompañar a Freya a su clase de ballet (prometí estar presente al menos dos veces al mes; de lo contrario, sería un drama, porque ella es muy exigente).

7. Asistir a la exposición de pintura de Frey, un evento que el kindergarten organiza cada quince días.

8. Organizar una visita a Astrid, asegurándome de que no coincida con Eva.

Evito que el trabajo me absorba por completo, pues la paternidad requiere presencia constante y el tiempo con mis hijos es irremplazable. El trabajo se puede delegar, pero los momentos con los niños son únicos. Tras lo sucedido con su abuelo, comprendí que la confianza es invaluable.

Me costó mucho superar la ansiedad cuando Alek e Isak empezaron el colegio, los mellizos el kínder y Nathan la guardería. La primera semana, llamaba cada hora para asegurarme de que estaban bien; aunque pareciera neurótico, eso me tranquilizaba. Con el tiempo, me fui adaptando, pero, aunque quisiera mantenerlos siempre bajo mi protección, sé que eso no garantiza su seguridad.

Aquello que PerdimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora