Capítulo 1

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A veces, me pregunto si la vida realmente tiene algo de especial o si simplemente pasamos de un día a otro, sin detenernos a mirar. A mis veintisiete años, parece que he vivido mil vidas en una sola, pero al final, todo se reduce a lo mismo: trabajo, casa, comer, dormir, repetir. Soy enfermera en el St. Thomas, uno de los hospitales más grandes de Londres. Cada turno es un desgaste emocional y físico. La urgencia, la presión constante, los pacientes que vienen y van, la esperanza y la desesperación que se cruzan en los pasillos... todo se mezcla en un torbellino que me deja agotada al final del día.

Mi nombre es Lucy Evans, y, aunque adoro mi trabajo, no puedo evitar sentir que algo falta. Como si mi vida fuera una lista de tareas que simplemente debo completar, pero no una verdadera historia. La mayoría de los días, la rutina me arrastra como una corriente, pero cuando las luces se apagan y la jornada termina, me gusta desconectarme de todo, de todos. Y lo hago de la manera que siempre me ha dado paz: a través de los libros.

Es curioso cómo las palabras pueden ofrecerte lo que el mundo no sabe cómo darte. Entre las páginas de un buen libro, el ruido y las preocupaciones desaparecen. Puedo encontrar consuelo en las historias de otros, como si pudieran, por un breve momento, llenar el vacío que siento a veces en mi propia vida.

Hoy, después de otro turno interminable, decido hacer lo que hago casi siempre: escaparme a mi refugio personal. La librería de la esquina. Es un lugar pequeño, escondido en una calle tranquila, alejada del bullicio de la ciudad. No tiene el brillo de las grandes cadenas de librerías, pero eso es lo que más me gusta de ella. Es un lugar antiguo, con estantes de madera que huelen a polvo y a historias guardadas en silencio. Un refugio perfecto cuando el mundo exterior se vuelve demasiado ruidoso.

Es tarde, ya está anocheciendo, y la luz de la tarde se cuela débilmente por las ventanas empañadas. La librería está casi vacía, como siempre. El dueño, un hombre mayor con un carácter un tanto gruñón, está tras el mostrador leyendo su periódico. Es un lugar de paz, un lugar donde los demás no importan y el tiempo se detiene, por lo menos para mí.

Al entrar, cierro la puerta tras de mí con cuidado, asegurándome de no hacer ruido. Los estantes están llenos de libros de todo tipo, algunos viejos, otros casi nuevos, pero todos con algo que contar. Mi lugar favorito está en el rincón, donde los libros de poesía se apilan con un desorden encantador. Es aquí donde siempre comienzo a buscar, entre las palabras que otros ya han escrito, esperando encontrar algo que me hable de la misma forma que lo hacen las historias que ya llevo en mi corazón.

Camino entre los estantes, dejando que mis dedos rocen los lomos de los libros, disfrutando de esa sensación familiar de estar rodeada de mundos que no son el mío. Hoy no busco nada en particular, solo quiero sumergirme en algo que me dé respiro. El café humeante en el rincón también ayuda a crear la atmósfera perfecta para dejar que mi mente se desconecte, aunque sea por unos minutos.

De repente, me doy cuenta de que alguien más está aquí. Al principio, no lo noto, pero cuando giro la cabeza hacia la sección de novedades, lo veo. Está de pie, inmóvil, con un libro en la mano, la mirada fija en las páginas. Es un hombre alto, de cabello oscuro y algo desordenado, con una chaqueta de cuero que, en cualquier otro lugar, parecería fuera de lugar, pero que aquí, en este rincón escondido de Londres, no hace más que sumarle un aire misterioso.

Lo observo un instante, inconsciente de que mis ojos se han detenido en él. Él no parece notar mi presencia. Está tan concentrado en su lectura que casi parece estar en otro mundo. La forma en que su rostro se suaviza mientras pasa las páginas, como si el libro le hablara de una manera muy personal, me intriga. Algo en su postura, en la manera en que se sumerge en la lectura, me hace pensar que no es simplemente un lector cualquiera. Hay una intensidad en él que me resulta... algo inquietante, pero a la vez cautivadora.

Mis dedos aún están sobre el lomo de un libro de poesía, pero mi mente está en otro lugar. Es extraño cómo, en solo unos segundos, una presencia puede hacer que todo lo demás desaparezca. De repente, un sonido suave me devuelve a la realidad. Él ha dejado el libro sobre la mesa de novedades y se ha girado hacia mí.

—¿Es de tus libros favoritos? —me pregunta, su voz grave y calmada.

La pregunta me sorprende, y por un segundo, me quedo allí, observándolo. Por alguna razón, su tono de voz hace que me detenga antes de responder. Algo en su manera de hablar es diferente, como si cada palabra tuviera peso, como si hablara con una profundidad que va más allá de una simple conversación casual.

—No lo sé aún —respondo, con una leve sonrisa, intentando parecer tranquila. Pero en realidad, no sé por qué me siento tan nerviosa. Quizás sea la manera en que me mira, o el hecho de que, por un momento, siento que estamos compartiendo algo sin palabras, algo más allá de una simple conversación sobre libros.

—Siempre vengo aquí cuando necesito... desconectar —añado, con una honestidad que no suelo mostrar a las personas. Pero con él, algo en mí se siente impulsado a abrirme, aunque sea un poco.

Él asiente, su mirada pensativa. Hay una pausa entre nosotros, una especie de silencio que se siente cómodo, como si ambos estuviéramos dejando que el momento se alargue sin prisa. Él mira hacia la mesa, luego vuelve a mirarme, y por un momento, nuestros ojos se encuentran y se sostienen. Siento una pequeña chispa de algo, una sensación de conexión, pero no puedo precisar qué es.

—Supongo que todos buscamos respuestas —dice él, de repente, como si le hubiera dado en el clavo.

Sonrío levemente, aunque no estoy del todo segura de lo que él quiere decir. No sé por qué, pero sus palabras resuenan en mí, como si hubiera algo más allá de la simple conversación sobre libros.

—O consuelo —respondo, sin pensarlo demasiado.

Él parece satisfecho con esa respuesta, y un atisbo de una sonrisa se asoma en su rostro, como si por un momento hubiera olvidado la gravedad que lo acompaña. Me doy cuenta de que no es alguien que se muestre fácilmente, y aunque su presencia me desconcierta, también me atrae de una manera que no puedo explicar. Hay algo en él que me hace sentir como si todo lo demás desapareciera, como si el mundo se detuviera por un segundo.

—¿Vas a quedarte mucho tiempo? —me pregunta, rompiendo el silencio.

—No lo sé —respondo, sorprendiéndome por mi respuesta. De alguna manera, siento que el tiempo ya no importa. No quiero que se acabe esta conversación, ni este momento.

Y, sin embargo, él se gira ligeramente, como si el momento estuviera por terminar. Pero antes de irse, dice algo que me deja pensando.

—Siempre es bueno encontrar algo que nos devuelva la calma —dice, con una seriedad que no le había visto antes.

Nos despedimos con una sonrisa. Él sale de la librería primero, y yo me quedo allí un poco más, sintiendo que algo ha cambiado. Tal vez no haya sido gran cosa. Tal vez haya sido solo un encuentro fugaz, como tantos otros. Pero hay algo en la manera en que él me miró, algo en sus palabras que me hace pensar que hay más en este encuentro de lo que parece.

Cuando salgo de la librería, el aire fresco de la noche me recibe, pero aún llevo algo de esa extraña sensación en mí, esa sensación de que algo está por cambiar, que de alguna manera, él y yo volvemos a cruzarnos por alguna razón más grande.


Venganza en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora