CAPÍTULO 10

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Llevaba días intentando entender qué había cambiado entre Arthur y yo. Desde aquella última vez en la librería, él se había mostrado frío y distante, como si una pared invisible se hubiera levantado entre nosotros. Aunque intentaba actuar con normalidad cuando estábamos juntos, cada palabra, cada gesto suyo tenía una carga de tensión que me hacía cuestionarlo todo. ¿Había perdido el interés? ¿Había algo en mí que lo alejaba? El pensamiento de que quizá sólo yo estaba tan involucrada me atormentaba.

Pasaba los días con la misma rutina, atendiendo pacientes en el hospital, manteniendo conversaciones superficiales con mis compañeros y tratando de ocultar la tristeza que se iba asentando en mi pecho. En mi tiempo libre, me refugiaba en mi apartamento, rodeada de libros y en compañía de Watson, mi gato, que parecía el único ser en el mundo capaz de percibir mi estado de ánimo sin hacer preguntas. Él se acurrucaba a mi lado en el sofá, ronroneando suavemente mientras yo intentaba encontrar consuelo en las páginas de alguna novela. Pero incluso las historias que solían transportarme a otro mundo parecían vacías ahora.

Una noche, mientras intentaba concentrarme en un libro, mi teléfono vibró, rompiendo el silencio en la habitación. Al ver el nombre de Arthur en la pantalla, mi corazón dio un vuelco. Dudé unos instantes, preguntándome si debía responder o si sería mejor ignorar la llamada y seguir adelante. Pero la curiosidad y el deseo de entender lo que estaba pasando pudieron más que el orgullo. Respondí.

—¿Arthur? —mi voz sonó más insegura de lo que esperaba.

—Hola, Lucy. —Su tono era calmado, casi formal, como si estuviera midiendo cada palabra—. ¿Estás en casa?

—Sí, estoy en casa. ¿Pasa algo?

Hubo una pausa al otro lado de la línea, como si estuviera decidiendo qué decirme.

—Quería verte... y hablar. ¿Puedo pasar?

Mi corazón latía con fuerza. Había esperado esta conversación, pero ahora que estaba a punto de suceder, me sentía inquieta.

—Claro —dije, tratando de sonar despreocupada—. Te espero.

Colgó sin añadir nada más, y durante los minutos que tardó en llegar, mi mente se llenó de pensamientos contradictorios. Me preguntaba si venía a explicarme su repentina frialdad o si, por el contrario, esta sería la conversación final, donde me dejaría claro que lo nuestro no iba a ninguna parte.

Unos minutos después, escuché su llamada en la puerta. Me levanté y fui a abrir, encontrándome con su figura en el umbral. Arthur parecía cansado, como si hubiera pasado noches sin dormir. Había algo vulnerable en su expresión, una sombra en sus ojos que me hizo sentir que, quizás, también estaba luchando con algo que yo no podía entender.

—Pasa —le dije suavemente, haciéndome a un lado.

Arthur entró, y ambos nos quedamos en silencio por unos instantes. La tensión en el ambiente era palpable. Decidí romper el hielo.

—Arthur, ¿qué está pasando? —le pregunté, incapaz de mantener la duda dentro de mí por más tiempo—. Te has estado comportando de forma... distante. No sé si he hecho algo para incomodarte o...

Él negó con la cabeza rápidamente, interrumpiéndome.

—No, Lucy, no es eso. Tú no has hecho nada mal. —Suspiró y se pasó una mano por el cabello, como si buscara las palabras adecuadas—. He tenido... muchas cosas en la cabeza últimamente.

—Lo noto. —Intenté mantener mi voz neutral, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago—. No tienes que contarme si no quieres, pero al menos dime si... si lo que pasó entre nosotros fue real para ti.

Arthur me miró con una mezcla de sorpresa y dolor. Dio un paso hacia mí y, para mi sorpresa, tomó mi mano. Su toque era cálido, firme, y al instante sentí una corriente de electricidad recorrer mi piel.

—Lo que pasó entre nosotros fue muy real, Lucy. —Sus ojos se clavaron en los míos, y pude ver la sinceridad en su mirada—. Nada de lo que he sentido contigo ha sido una mentira. Eres... eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

Su confesión hizo que mi corazón se desbocara. No sabía si sentir alivio o si dejarme llevar por el torbellino de emociones que su cercanía me provocaba. Pero aún había algo que no encajaba.

—Entonces, ¿por qué te has estado alejando? —insistí, queriendo entender.

Arthur miró hacia el suelo, como si le costara admitirlo.

—Hay cosas de mi pasado que... —Hizo una pausa, como si estuviera escogiendo cuidadosamente sus palabras—. Hay heridas que aún no han sanado, y a veces siento que esos fantasmas del pasado se interponen entre nosotros.

Sentí una mezcla de compasión y frustración. Quería ayudarlo, quería que confiara en mí lo suficiente como para compartir sus miedos y sus heridas.

—Arthur, yo estoy aquí. No tienes que cargar con todo tú solo —le dije en un susurro, apretando suavemente su mano.

Él alzó la mirada y sus ojos reflejaron una intensidad que me dejó sin aliento. Antes de que pudiera decir nada más, dio un paso hacia mí y me envolvió en sus brazos, atrayéndome hacia su pecho. Mi respiración se aceleró, y sentí cómo sus dedos se entrelazaban en mi cabello, mientras sus labios se posaban suavemente sobre mi frente.

—Gracias, Lucy —susurró—. Gracias por estar aquí, por ser tú.

Permanecimos en silencio, abrazados, dejando que las palabras sobraran. Sentía que, de alguna manera, esta reconciliación silenciosa, esta cercanía, era más poderosa que cualquier explicación que él pudiera darme. Sabía que había sombras en su vida, cosas que aún no estaba listo para compartir, pero también sabía que, en ese momento, estaba allí conmigo, y eso era suficiente.

Pasamos las horas hablando de cualquier cosa, riéndonos de recuerdos triviales y compartiendo pequeñas historias de nuestras vidas. Arthur comenzó a abrirse, a mostrarme fragmentos de sí mismo que hasta ahora había mantenido ocultos. Me habló de su infancia, de cómo solía pasar las tardes en el jardín de su abuela, y de cómo ese lugar era su refugio cuando las cosas se volvían difíciles.

Al final de la noche, cuando estaba a punto de marcharse, me miró con una expresión que parecía cargar el peso de mil promesas no dichas.

—Te veré pronto, Lucy —dijo con una leve sonrisa, y antes de que pudiera responder, se inclinó y rozó mis labios con los suyos en un beso suave, lleno de ternura.

Arthur era un misterio, sí, pero estaba dispuesta a descubrirlo, a su ritmo, sin prisa. Porque en el fondo, sabía que él también luchaba contra sus propios demonios y que, de alguna manera, juntos podríamos encontrar la luz.


Venganza en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora