Capítulo 2

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La noche después de aquel encuentro en la librería me costó conciliar el sueño. El sonido del tráfico en Londres, el constante zumbido de la ciudad que nunca duerme, parecía haberse vuelto más fuerte en mi cabeza. En lugar de sentirme agotada, como debía estar después de un largo turno, mi mente estaba completamente despierta, atrapada en pensamientos que no podía deshacer. Pensaba en él. En su mirada profunda, en la manera en que, a pesar de su seriedad, había logrado despertar algo en mí que había permanecido dormido durante años. Algo que no podía explicarme, pero que me sentía tentada a explorar.

Mi trabajo en el hospital es, en muchos aspectos, mi refugio. Los días se llenan de urgencias y emergencias, y cuando estoy ahí, mi mente no tiene tiempo para pensar en nada más. Solo soy enfermera, y mi único objetivo es ayudar a los demás, mantener la calma, ser un pilar en medio del caos. Pero en las horas en que no estoy trabajando, esa calma desaparece. Es como si todo el ruido de la vida que intento callar se acumulara, y la única forma de encontrar algo de paz es perderme entre las páginas de un buen libro. Pero anoche, el libro quedó a un lado. Mi mente no dejaba de regresar a la librería, a él.

Arthur Blake. Ni siquiera sabía su nombre cuando nos despedimos. Pero sus ojos, esa mirada intensa que no pude apartar, no me dejaban en paz. No podía dejar de pensar en lo que había dicho, en lo que él había transmitido, como si cada palabra que salía de su boca tuviera un peso mucho mayor que cualquier otra cosa que hubiera escuchado en mucho tiempo. Pensé en su seriedad, en su tristeza oculta, y cómo, a pesar de eso, había sido capaz de compartir un instante conmigo, un momento que me hizo sentir como si fuera la única persona en el mundo.

El día siguiente llegó rápidamente, como siempre lo hace, y al principio me sentí atrapada en la rutina. Pero mientras caminaba hacia el hospital, algo dentro de mí me impulsaba a hacer algo diferente. Quizás, por primera vez en mucho tiempo, no quería que mi vida fuera simplemente una sucesión de días sin más. Quería algo que me sacara de la monotonía. Quería saber más sobre él, aunque ni siquiera sabía por dónde empezar.

Pasaron los días y las semanas. Cada vez que regresaba a la librería, lo hacía con la esperanza de encontrarlo allí de nuevo. Pero no lo vi. No había señales de él, y esa sensación de vacío, de estar esperando algo que nunca llegaba, comenzaba a hacer mella en mí. ¿Por qué me importaba tanto? ¿Qué me hacía pensar que, de alguna manera, el destino había cruzado nuestros caminos por alguna razón importante?

Esa noche, cuando salí del hospital, la necesidad de encontrar respuestas me superó. No podía seguir esperando que él apareciera por casualidad en la librería. Tal vez necesitaba tomar las riendas. Así que decidí ir a un lugar más grande, más conocido, donde no hubiera necesidad de esperar el azar. Decidí ir a un café que quedaba cerca del hospital. No sabía si Arthur iría allí, pero tenía que intentarlo.

Al entrar en el café, el aroma a café recién hecho y el bullicio de las conversaciones me recibieron con la calidez que sólo los lugares llenos de vida pueden ofrecer. Mi mirada recorrió la sala rápidamente, y mi corazón dio un pequeño salto cuando vi a una figura familiar sentada en una mesa en el rincón. Arthur. Estaba allí, solo, con un café frente a él y un periódico abierto, aunque parecía más concentrado en el pensamiento que en las noticias.

Por un momento, no sabía qué hacer. Me quedé parada allí, mirando cómo sus dedos pasaban las páginas con una calma calculada. Sus ojos, los mismos que me habían cautivado en la librería, estaban ahora perdidos en algo más allá de las palabras del periódico, como si estuviera pensando en algo que no podía compartir con nadie.

Sin embargo, me armé de valor y me acerqué. No había vuelta atrás. Si quería saber más, tenía que hablar con él.

—¿Te importa si me siento? —pregunté, un poco nerviosa, aunque traté de sonar lo más casual posible.

Él levantó la vista, y al principio, su expresión fue tan impasible que me hizo sentir que había cometido un error. Pero luego, algo cambió. Sus ojos se suavizaron, y una ligera sonrisa apareció en su rostro.

—Claro, siéntate —respondió, apartando ligeramente el periódico.

Me senté frente a él, sin saber muy bien qué decir. La verdad es que no tenía ni idea de cómo empezar. Pero después de unos segundos de incomodidad, me di cuenta de que podía dejar que la conversación fluyera. Quizás no tenía que saber todo en ese momento. Solo quería compartir un poco más de tiempo con él.

—¿Qué estás leyendo? —pregunté, señalando el periódico. Era una manera fácil de empezar.

—Nada interesante —dijo, con una ligera mueca—. Solo lo uso para distraerme. Los titulares de hoy no tienen nada que ver con lo que me ocupa la mente.

La respuesta me intrigó. No era la típica charla ligera de café. Algo en su tono, en la forma en que había dicho eso, me hizo pensar que, tal vez, había algo más profundo en él de lo que me había dado a entender la última vez.

—¿Y qué te ocupa la mente? —pregunté, dejando que mi curiosidad tomara el control.

Por un momento, él me miró, evaluándome, como si estuviera decidiendo cuánto quería compartir. Al final, se encogió de hombros, y su rostro se suavizó ligeramente.

—La vida, las decisiones que tomamos, los caminos que elegimos —respondió, su voz más suave ahora, casi como si se estuviera abriendo conmigo, pero a la vez guardando una parte de sí mismo bajo llave.

Su respuesta me dejó pensando. Las decisiones que tomamos. ¿A qué se refería? ¿Era eso lo que lo traía a Londres? ¿Un cambio? ¿Algo que necesitaba dejar atrás?

La conversación continuó, aunque no fue tan fácil como esperaba. Había algo en él, una barrera invisible que no me dejaba conocerlo del todo. Pero, por alguna razón, sentí que estaba a punto de descubrir algo importante. Y aunque no me lo dijo directamente, algo en sus palabras, en su manera de mirar el café, me decía que todo lo que había entre nosotros tenía un propósito más grande, algo que no era simplemente un encuentro fortuito.

Esa noche, mientras regresaba a mi apartamento, no podía dejar de pensar en lo que había dicho. Las decisiones que tomamos. Las decisiones que él había tomado. ¿Cuáles eran esas decisiones? ¿Y cómo se conectaban con su vida, con el misterio que lo rodeaba?

Algo me decía que las respuestas no llegarían fácilmente, pero estaba dispuesta a buscarlas, aunque eso significara adentrarme en un territorio peligroso y desconocido. Algo en mi interior me decía que Arthur Blake no era una coincidencia en mi vida. Y que, tal vez, nuestra historia estaba escrita mucho antes de que nos encontráramos en esa librería.


Venganza en la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora