El demonio y la golondrina:

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En ocaciones la violencia no necesita más incentivo que la pasión, que el amor a un arte que es destructivo por naturaleza, hermoso y terrible a partes iguales, elegante y refinado, una disciplina como ninguna otra, pero que carga sobre sus hombros el peso de la muerte, de la sangre derramada y vidas desperdiciadas en su persecución.

Y por encima de aquel mundo, de aquella montaña de cadáveres que era la historia de la espada misma, se alzaban dos hombres que superaron a todos los demás, uno de finales del Periodo Sengoku y principios de Edo, el otro de finales del Periodo Edo y la restauración Meiji.

—¿Estás listo?—preguntó sonriente Sasaki Kojirō, maestro del estilo Ganryū.

Okita Sōji, capitán de la primera división del Shinsegumi, usuario del estilo Ten'nen Rishin-ryū, respondió a la sonrisa de su adversario con una propia, apuntando su katana al tiempo que sus ojos relucían con un bello rojo carmesí.

—Por supuesto que sí, señor Kojirō.

Sasaki desenvainó su hoja, una larga ōdachi con el nombre de Monohoshizao, y se puso en guardia con un brillo desafiante en su mirada.

—Por favor, concédeme el honor de ver tu técnica.

Uno se coronaba como el destajador de humanos más fuerte, el otro era el perdedor más grande, nacidos en un mismo país, criados en contextos distintos, pero unidos por una única afición, el camino de la espada.

Sin mediar más palabra, Okita se abalanzó sobre su rival, el viento rugiendo a su paso conforme su veloz figura cerraba las distancias entre ambos hombres. Sasaki se preparó para recibirlo, su sable enfrente, guardia en alto.


¡¡ONIKO: NIÑO DEMONIO!!


Para sorpresa del anciano, su pequeño adversario desapareció de su vista en menos de un parpadeo, sólo para mostrarse ya sobre él al siguiente instante, trazando un mortal arco de destrucción con su espada. Sasaki abrió los ojos de par en par, retrocediendo con un salto para ponerse a salvo.

Okita, sin dar tregua alguna, inmediatamente saltó para golpear una vez más. El veterano samurai bloqueó el embate con su sable, sonriendo sin poder evitarlo, gotas de sudor nervioso deslizándose por su rostro.

—Vaya...

Sasaki hizo el intento de empujar, aprovechando la masa y peso superior de su ōdachi, sacándose a su adversario de encima antes de buscar contraatacar. El sonriente niño demonio se mantuvo imperturbable, esquivando con un nuevo salto mientras alzaba la espada por sobre su cabeza, golpeando desde arriba una vez más.

El viejo perdedor bloqueó el embate una vez más, arrojando a su adversario lejos con un fuerte balanceo de su arma. Okita aterrizó a pocos metros más atrás, sonriendo de oreja a oreja, el brillo de sus ojos dando un tinte aterrador a su rostro.

—Es divertido, ¿cierto?

El joven espadachín desapareció, moviéndose a través del campo de batalla como un rayo, rodeando a su adversario con acelerados saltos en busca de su punto ciego. Sasaki inhaló y respiró profundamente, afinando sus sentidos, enfocándose en la imagen mental que había estado visualizando en el interior de su cabeza.

Con un leve movimiento esquivó el siguiente golpe de su rival, alzando su sable listo para responder, sólo descubrir como se encontraba ahora en el interior de un cerco giratorio que se movía a su alrededor, su oponente apareciendo y desapareciendo antes de avanzar y lanzar un golpe a su garganta. Sasaki se las arregló para bloquearlo, cada vez con mayor facilidad, percatándose de que el mero movimiento de Okita sería capaz de partirlo por la mitad.

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⏰ Última actualización: Nov 12 ⏰

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