Capítulo Doce

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Cuando oyó la voz de Ohm en el pasillo una hora después, Fluke había decidido pedirle el divorcio. Se había hecho el fuerte delante de Carl, pero no quería ser el premio de consolación para nadie.

Podía quedarse con el rubio y que fuera feliz. Fluke no iba a competir por los favores de ningún hombre.

—¡Y espero que se hagan felices el uno al otro! —masculló, con los dientes apretados.

Pero cuando él entró en el salón diez segundos después, había cambiado de opinión. ¿Por qué iba a darle la libertad? ¿Por qué iba a ponerle las cosas tan fáciles a aquel horrible modelo?

Por su hijo, al menos debería luchar. Además, por irritante que fuera Ohm, de verdad pensaba que se merecía algo más que aquel frívolo y cruel rubio.

Ohm tardó dos segundos en descubrir que algo no iba bien. El tormentoso brillo en los ojos azules lo dejaba bien claro.

—Ah, vaya, por fin apareces. Supongo que debería estarte agradecido.

—¿Qué he hecho ahora?

—Nada, absolutamente nada —murmuró Fluke.

—¿Vas a contarme qué ha pasado, caro?

—Que mientras estabas fuera he decidido pedir el divorcio.

La expresión de Ohm seguía siendo inescrutable.

—¿Vas a explicarme por qué?

No era fácil pensar cuando sus ojos negros se clavaban en él de esa manera.

—No tengo por qué darte explicaciones.

—Considerando que acabamos de volver de nuestra luna de miel, ¿no te parece un poco prematuro? ¿Y qué te hace pensar que yo te daría el divorcio?

Fluke se encogió de hombros.

—Da igual lo que digas, he tomado una decisión.

—¿Y puedo saber qué he hecho para merecer ese castigo? —suspiró él.

—¡No me hables en ese tono tan paternalista!

Ohm se acercó en dos zancadas para tomarlo por los hombros.

—¿Y qué tono debo usar cuando mi esposo me anuncia que quiere el divorcio? ¿Tú sabes lo que duele eso?

Fluke apretó los puños, pero en cuanto cerró los ojos su rabia se convirtió en tristeza y un sollozo escapó de su garganta.

—¿Fluke...?

Incapaz de responder, Fluke negó con la cabeza.

—No soy feliz —logró decir.

Esas palabras fueron como un cuchillo en el corazón de Ohm, un órgano que nunca antes le había dado ningún problema, y juró que haría lo que tuviera que hacer para que la persona que lo había despertado a la vida fuera feliz.

¿Aunque eso significara dejarlo ir?

Ohm, el primero en admitir que no era un santo, se negaba a contemplar esa posibilidad. La idea de que otro hombre lo tocase lo hacía temblar de ira.

—Cambiaré.

—No...

—¿No crees que pueda hacerlo?

—Creo que puedes hacer todo lo que te propongas —le confesó Fluke—. ¿Pero por qué ibas a querer cambiar?

A Fluke ya le parecía perfecto y no sería Ohm Thitiwat si no fuera ridículamente orgulloso y obstinado.

Amor ciego, OhmFluke.Where stories live. Discover now