La primera vez que vi a João Félix fue en Madrid, durante una fiesta en casa de unos amigos en común. No era una noche particularmente memorable hasta que él entró. No lo reconocí al principio, aunque había oído su nombre mil veces. Era el João Félix del Atlético de Madrid, el prodigio portugués, la estrella en ascenso. Pero para mí, esa noche, era solo João: un chico con una sonrisa encantadora y una risa que iluminaba todo el lugar.
No sé cómo terminamos hablando, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, fue como si el resto del mundo desapareciera. Era fácil estar con él, como si nos conociéramos de siempre. Nos quedamos hablando hasta que la música bajó y la gente empezó a marcharse.
—¿Siempre hablas tanto con desconocidos? —le pregunté, con una sonrisa juguetona.
—Solo con los que hacen que quiera quedarme más tiempo —respondió, con esa mezcla de confianza y vulnerabilidad que lo hacía tan único.
Y así empezó nuestra historia.
Durante los primeros meses, todo parecía un sueño. João estaba completamente entregado a nosotros, a pesar de su agenda caótica y la presión constante de ser quien era. Yo, por mi parte, me esforzaba por mantener un equilibrio entre mi trabajo en una pequeña agencia de marketing y los momentos que compartíamos.
Nos refugiábamos en los rincones más tranquilos de Madrid. João adoraba pasear por el Retiro, donde podía pasar desapercibido, solo otro chico más con la gorra bajada. Me llevaba a cenas tardías, a mirar las estrellas desde la azotea de mi edificio, donde hablábamos de sus sueños y los míos.
—A veces siento que no puedo respirar —me confesó una noche—. La gente espera tanto de mí, pero contigo... es diferente.
Yo también sentía que con él todo era diferente. Pero no tardé en darme cuenta de que nuestra burbuja era frágil.
João estaba constantemente viajando, y aunque tratábamos de mantenernos conectados, la distancia empezó a hacerse sentir. Las llamadas se volvieron más breves, los mensajes más espaciados. Y luego llegó la noticia que lo cambió todo: João había sido cedido a el FC Barcelona.
—Es una gran oportunidad para mí ,________. Lo sabes, ¿verdad? —me dijo, tratando de leer mi expresión.
—Lo sé, João. Pero... ¿qué pasa con nosotros?
Él no respondió de inmediato. Y ese silencio fue todo lo que necesitaba escuchar.
Intentamos mantener la relación a pesar de todo. Me prometía que vendría a verme siempre que pudiera, y yo volaba a Barcelona cuando mi trabajo lo permitía. Pero la distancia se volvió una carga demasiado pesada. Me dolía verlo a través de una pantalla, sentir que nuestras conversaciones eran más sobre logística que sobre amor.
Finalmente, una noche, después de una discusión que no llevaba a ninguna parte, decidimos dejarlo.
—No quiero perderte, João, pero no sé cómo seguir así —le dije, las lágrimas cayendo libremente.
—Yo tampoco quiero perderte, ______. Pero te estoy haciendo daño, y no lo soporto.
Esa fue la última vez que nos vimos.
La vida siguió adelante, aunque hubo días en los que el vacío que dejó João era imposible de ignorar. Me centré en mi carrera, aceptando una oportunidad en Londres que me llevó lejos de todo lo que me recordaba a él. Me enamoré de la ciudad, de su ritmo frenético y su energía.
Por supuesto, veía a João en los titulares, primero en Barcelona y luego en el Chelsea. Londres era lo suficientemente grande para que nuestros caminos no se cruzaran, y me aferré a esa distancia como una forma de protegerme.
Pero incluso años después, en los momentos más inesperados, lo recordaba. Su risa, sus ojos brillando bajo las luces de Madrid, la manera en que solía acariciar mi mejilla cuando pensaba que no estaba mirando.
Una tarde cualquiera, mientras paseaba por un mercado en Camden, lo vi. Estaba de pie junto a un puesto de libros antiguos, con una bufanda del Chelsea alrededor del cuello. Mi corazón se detuvo.
João Félix.
Parecía más mayor, pero seguía siendo el mismo chico que había amado, con esa mezcla de calma y nerviosismo en su postura. Antes de que pudiera darme la vuelta y desaparecer, me vio.
— _______.
Mi nombre en sus labios hizo que todo el aire se esfumara de mis pulmones.
—João... Hola.
Nos quedamos mirándonos, sin saber qué decir. Finalmente, él dio un paso hacia mí.
—¿Tienes tiempo? Me gustaría hablar contigo.
No pude decir que no. Terminamos en un pequeño café cercano, sentados frente a frente, como si el tiempo no hubiera pasado.
—No esperaba verte aquí —dijo, rompiendo el silencio.
—Trabajo en Londres ahora. ¿Y tú? ¿Cómo... cómo estás?
—Bien. Bueno, lo intento. Pero hay algo que no he podido dejar atrás.
Su mirada me atravesó, y supe exactamente a qué se refería.
—João... —empecé, pero él me interrumpió.
—Te he echado de menos, ________. Más de lo que puedo explicar.
El nudo en mi garganta creció, pero me obligué a hablar.
—Yo también te he extrañado. Pero no sé si podemos volver a lo que éramos.
—No quiero que volvamos a lo que éramos. Quiero algo mejor, algo más fuerte.
Sus palabras me desarmaron. Quería creerle, pero también temía que todo volviera a romperse.
—¿Y si fallamos otra vez?
—¿Y si no? —respondió, con una pequeña sonrisa—. _______, lo siento. Siento no haber luchado más por nosotros antes. Pero no puedo seguir fingiendo que estoy bien sin ti.
Las lágrimas se acumularon en mis ojos, y finalmente dejé que cayeran.
—Yo también te echo de menos, João. Y lo siento. Por no haber sabido cómo sostenernos.
Nos quedamos en silencio, dejando que todo lo que no habíamos dicho en años se asentara entre nosotros. Finalmente, él tomó mi mano.
—Dame otra oportunidad, _______. No prometo que será fácil, pero prometo que lo intentaré.
Miré su mano sobre la mía y, por primera vez en mucho tiempo, sentí esperanza.
—Está bien. Intentémoslo.
Mientras caminábamos juntos por las calles de Londres, supe que, a pesar de todo, el amor que habíamos compartido nunca había desaparecido. Y esta vez, estábamos dispuestos a luchar por él.