Brahim Díaz

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Amar a Brahim fue como saltar al vacío sin mirar abajo. Al principio, no entendía del todo lo que significaba estar con alguien como él, pero cada paso que daba me empujaba más y más dentro de su mundo. Y yo lo hacía sin dudar, porque cuando estaba con él, todo parecía tener sentido. Ahora que lo pienso, hice tantas cosas por él, cosas que nunca imaginé hacer, solo para poder decir que era mío, aunque fuera por un rato.

Todo comenzó con pequeños sacrificios. Brahim y yo vivíamos en mundos opuestos. Mientras él jugaba en estadios llenos de gritos y luces, yo seguía una vida sencilla en Valencia, entre mis estudios y mis intentos por terminar una novela que llevaba años postergando. Pero desde el momento en que él entró en mi vida, todo giró en torno a él.

Recuerdo la primera vez que lo seguí hasta Madrid para verlo jugar. No se trataba solo de verlo en el campo; era mi forma de demostrarle que estaba dispuesta a apostar por nosotros. Me colé en un tren de última hora, sin decírselo, y esperé pacientemente en un bar cerca del estadio hasta que terminó el partido. Cuando finalmente nos vimos, su rostro se iluminó.

—¿Has venido hasta aquí solo para verme? —me preguntó, abrazándome.

—Claro que sí. Quería sorprenderte.

Sonrió, pero en su mirada había algo más. Era una mezcla de gratitud y culpa, como si no pudiera creer que alguien hiciera algo así por él. En ese momento no lo entendí, pero ahora sé que, para Brahim, nuestro amor siempre fue un acto de equilibrio: su mundo y el mío tratando de encajar, aunque sabíamos que no pertenecían al mismo puzzle.

Con el tiempo, los sacrificios se volvieron más grandes. Dejé de lado mis clases para adaptarme a sus horarios; mentí a mis amigos para justificar las noches que pasaba con él en habitaciones de hotel, lejos de las cámaras. Incluso me alejé de mi familia. Ellos no entendían por qué una chica como yo se enredaba con alguien como él.

— ______, no puedes vivir detrás de él —me dijo mi madre una noche, cuando llegué tarde a casa después de estar en Madrid todo el fin de semana.

—No estoy viviendo detrás de nadie. Él me ama, mamá.

Ella suspiró, con esa mezcla de preocupación y decepción que solo una madre puede transmitir. Pero yo no quería escucharla. Brahim me había hecho sentir algo que nadie más había conseguido, y estaba dispuesta a todo para conservarlo.

Pero nuestro amor no era perfecto. Había momentos en los que lo sentía tan cerca que me faltaba el aire, y otros en los que parecía estar a un millón de kilómetros de distancia. Las semanas en las que viajaba con el equipo eran las peores. Me quedaba sola, revisando nuestras fotos una y otra vez, buscando señales de algo que me asegurara que lo nuestro no era solo un capricho pasajero.

A veces, cuando me llamaba después de un partido, parecía distraído. Le preguntaba cómo estaba y respondía con monosílabos, como si tuviera prisa por colgar.

—¿Estás bien, Brahim? —le pregunté una vez, incapaz de ocultar mi inseguridad.

—Sí, ______. Solo estoy cansado. Hablamos mañana, ¿vale?

Pero el "mañana" a menudo se convertía en días, y cada día que pasaba sin escuchar su voz se sentía como una eternidad.

Un día, decidí enfrentar mis miedos. Habíamos quedado en vernos en un pequeño apartamento que alquilaba en Valencia cuando venía a verme. Era nuestro refugio, lejos de las cámaras y los rumores. Esa noche, mientras cenábamos, dejé caer el tenedor sobre la mesa y lo miré directamente a los ojos.

—Brahim, ¿soy suficiente para ti?

Él dejó su copa de vino y me miró, sorprendido.

—¿De qué estás hablando?

—De nosotros. De todo lo que hago por ti. Viajo para verte, cambio mis planes, me escondo... Todo para que podamos estar juntos. Pero a veces siento que no es suficiente. Como si estuvieras aquí, pero no del todo.

Hubo un largo silencio. Finalmente, se levantó y se acercó a mí, arrodillándose frente a mi silla.

— ______, tú eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Y sé que no te lo demuestro como debería. Pero mi vida no es fácil. Hay tantas expectativas, tanta gente que espera cosas de mí... A veces siento que no tengo nada más que dar.

—¿Y yo? ¿Qué pasa conmigo? Yo también tengo expectativas, Brahim. Expectativas de ti, de nosotros.

Sus ojos se llenaron de culpa, y por un momento pensé que iba a decir algo que lo cambiaría todo. Pero en lugar de eso, me abrazó. Un abrazo cálido, lleno de amor y, al mismo tiempo, de despedida.

No fue de un día para otro, pero las cosas entre nosotros empezaron a desmoronarse. Cada vez me costaba más justificar todo lo que hacía por él, todo lo que estaba dispuesta a sacrificar. Y aunque todavía lo amaba con todo mi corazón, algo dentro de mí empezó a quebrarse.

Cuando finalmente vi las fotos de él con otra chica en las redes sociales, fue como si alguien me arrancara el aire de los pulmones. Ella era perfecta, con su sonrisa brillante y su vida que encajaba con la de él como una pieza que yo nunca pude ser.

Quise odiarlo. Quise gritarle. Pero en el fondo, sabía que yo también había sido cómplice de nuestra tragedia. Lo había dado todo por él, olvidándome de mí misma en el proceso.

Ahora, mientras escribo estas palabras, me doy cuenta de que Brahim nunca fue realmente mío. Pero eso no significa que lo que tuvimos no fuera real. Él fue el error que volvería a cometer una y otra vez, porque a pesar de todo, me hizo sentir viva.

Y aunque todavía duele, también sé que aprenderé a vivir sin él. Porque, al final, los amores imposibles nos enseñan más sobre nosotros mismos que sobre la otra persona. Y aunque me cueste, estoy empezando a entender que el amor no debería ser un sacrificio constante. 

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora