Algunas noches se quedan contigo para siempre, no porque todo haya salido perfecto, sino porque marcan el comienzo de algo que nunca imaginaste. Aquella noche en Londres fue así para mí. No estaba buscando nada, ni siquiera estaba segura de por qué había aceptado la invitación de mi prima Marta para salir. Pero fue esa noche, en un bar lleno de extraños, donde mi vida cambió para siempre.
Marta vivía en Londres desde hacía años. Yo había viajado desde Madrid para visitarla, aprovechando unas vacaciones después de terminar mi máster en Historia del Arte. Necesitaba un descanso, y Londres parecía el lugar perfecto para desconectar.
—No puedes estar aquí solo para encerrarte a leer libros, _______. Ven conmigo esta noche, vamos a un bar donde siempre va gente interesante —me dijo Marta mientras se arreglaba frente al espejo.
No tenía muchas ganas, pero Marta siempre tenía una forma de convencerme. Me puse un vestido negro sencillo y una chaqueta para enfrentar el frío londinense. Cuando llegamos al bar, el lugar estaba abarrotado. Había música en vivo, una banda tocando canciones melancólicas que se mezclaban con el murmullo de la multitud.
Fue allí, entre el caos y la música, donde lo vi por primera vez. Lucas estaba en un rincón del bar, con un grupo de amigos, riendo y hablando animadamente. No sabía quién era en ese momento; para mí, era solo un chico más, aunque algo en su energía destacaba.
—¿Lo conoces? —me preguntó Marta, al notar que mi mirada se había quedado fija en él.
—No, solo me llamó la atención.
—Ese es Lucas Bergvall. Juega en el Tottenham.
—¿Fútbol? No me digas que también estás en su lista de admiradoras.
—¡Por favor! Solo lo reconozco porque siempre sale en las noticias deportivas. Aunque, tengo que admitir, es bastante guapo.
No pensé mucho en ello. Me giré hacia la barra y pedí una copa de vino, tratando de sacarlo de mi mente. Pero poco después, sentí una presencia a mi lado.
—¿Eres nueva por aquí? —preguntó una voz suave, con un ligero acento sueco.
Era él.
No recuerdo exactamente cómo empezó nuestra conversación, pero una vez que comenzamos a hablar, fue como si el resto del mundo se desvaneciera. Lucas tenía una manera de escuchar que hacía que me sintiera importante, como si lo que decía realmente le interesara.
—¿Historia del Arte? Eso suena fascinante. ¿Qué te trajo a Londres? —me preguntó.
—Un poco de todo. Visitar a mi prima, desconectar... y ahora, parece que esta conversación contigo.
Se rió, y su risa era contagiosa. Pasamos horas hablando, sobre nuestras vidas, nuestras pasiones y los caminos que nos habían llevado a estar en ese bar esa noche. Él me contó cómo había dejado Suecia para perseguir su sueño de ser futbolista, lo difícil que había sido adaptarse a una vida tan pública, lejos de su familia.
—¿Y tú? —me preguntó en un momento, mirándome directamente a los ojos. —¿Qué estás buscando?
La pregunta me tomó por sorpresa. No tenía una respuesta clara, pero algo en su mirada me hizo sentir que, tal vez, estaba buscando exactamente esto: una conexión real, aunque fuera fugaz.
La noche continuó, y cuando la banda tocó una canción lenta, Lucas me tendió la mano.
—¿Bailamos?
—No soy buena bailarina.
—Yo tampoco, pero creo que podemos fingirlo juntos.
Tomé su mano, y mientras nos movíamos torpemente al ritmo de la música, sentí una mezcla de alegría y vulnerabilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Era como si, por primera vez en años, me permitiera vivir el momento sin pensar en lo que vendría después.
Cuando la noche terminó, él me acompañó a la puerta del bar.
—No quiero que esto sea solo una noche —dijo, con una honestidad que me desarmó.
—Ni yo —admití, aunque no sabía cómo podía funcionar algo entre nosotros.
Los días siguientes fueron un torbellino. Lucas me invitó a cenar, y luego a caminar por el río Támesis. Cada momento con él se sentía como un sueño del que no quería despertar. Hablábamos de todo y de nada, compartiendo nuestras inseguridades y esperanzas.
Pero no tardaron en aparecer las complicaciones. Su vida estaba llena de compromisos: entrenamientos, partidos, eventos. Y la mía estaba anclada a Madrid, donde pronto tendría que regresar. Cada vez que pensaba en el futuro, sentía un nudo en el estómago.
—Esto no será fácil —le dije una noche, mientras paseábamos por un parque.
—Nada que valga la pena lo es —respondió, tomando mi mano.
Quería creerle, pero el miedo seguía ahí.
Finalmente, llegó el día en que tuve que regresar a Madrid. Nos despedimos en el aeropuerto, y aunque prometimos mantenernos en contacto, ambos sabíamos que la distancia sería un desafío.
Al principio, hablábamos todos los días. Mensajes, videollamadas, incluso cartas. Pero con el tiempo, las conversaciones se hicieron menos frecuentes. Lucas estaba cada vez más ocupado, y yo intentaba enfocarme en mi carrera.
Un día, mientras miraba una foto de los dos que había tomado en Londres, me di cuenta de que lo extrañaba más de lo que podía soportar.
—¿Qué estamos haciendo? —le pregunté durante una llamada.
—Luchando por algo que vale la pena —respondió.
Su respuesta me dio esperanza, pero también me hizo cuestionarme si realmente estaba dispuesta a seguir luchando.
-Pasaron meses antes de que volviera a verlo. Fue él quien tomó la iniciativa de visitarme en Madrid.
—No puedo seguir viviendo entre partidos y entrenamientos sin verte —dijo, cuando apareció en mi puerta con una maleta en mano.
Lo abracé, y en ese momento, todas las dudas desaparecieron.
Ahora desde nuestro apartamento en Londres, sé que esa noche en el bar cambió mi vida para siempre. No fue solo el comienzo de una historia de amor, sino de un viaje lleno de desafíos y descubrimientos.
Lucas y yo no somos perfectos, pero lo que tenemos es real. Y cada vez que escucho esa canción que tocaba la banda aquella noche, recuerdo cómo comenzó todo y me siento agradecida por haber tenido el valor de tomar su mano y bailar, aunque no supiera los pasos.
Fue, y siempre será, la noche en que nos conocimos.