Siempre he sido una persona que cree en el amor verdadero. Las películas de romance me hacían pensar que todo era posible si lo deseabas con suficiente fuerza. Pero la vida real no funciona así. Las historias de amor perfectas no siempre terminan con un "felices para siempre", y a veces, lo que parece ser perfecto en el papel esconde mentiras que duelen más que la verdad.
Y así fue mi historia con Rúben.
Lo conocí en una gala benéfica en Lisboa, una de esas noches llenas de estrellas donde las luces deslumbran y las conversaciones son solo una fachada. Rúben era uno de los jugadores más admirados de la noche, y yo estaba allí por mi trabajo en una fundación de caridad. No estábamos en la misma liga, ni de lejos. Él brillaba en el mundo del fútbol, mientras yo trataba de hacer mi camino en un sector tan lejano del suyo.
Pero cuando me miró, algo cambió.
—Hola, soy Rúben —dijo con una sonrisa que parecía querer iluminar toda la sala.
— _______, encantada —respondí, casi sin poder creer lo que estaba pasando.
La química entre nosotros fue inmediata. No hablamos mucho esa noche, pero sus palabras me quedaron grabadas. Su mirada, cálida y confiada, parecía decirme todo lo que necesitaba saber. No era el típico futbolista arrogante. Era diferente. O eso pensaba yo.
Después de aquella noche, comenzó a escribirme. Lo nuestro comenzó como algo ligero, nada serio. Solo mensajes que se volvían cada vez más largos, cada vez más frecuentes. En pocos días, quedamos para tomar un café. Y ese café se convirtió en una cita, y esa cita en muchas más.
Rúben me trataba como si fuera especial. Me hacía sentir única, como si yo fuera la prioridad en su vida, algo que nunca había experimentado antes. Él, el futbolista famoso, el hombre con mil compromisos, parecía ponerme en primer lugar.
Cada vez que nos veíamos, me decía cosas que me hacían sentir única:
— ______, tú eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
—Contigo todo es diferente, sabes.
Sentía que mi vida había dado un giro de 180 grados. Estaba con un hombre que parecía tenerlo todo, y yo lo tenía a él. Pero había algo en su mirada que no encajaba del todo. Algo que no podía poner en palabras.
Todo parecía perfecto. Pasábamos tiempo juntos en Lisboa, él viajaba a Barcelona para verme y yo viajaba a Manchester para verlo, y él me hacía sentir como si yo fuera su mundo. Pero mientras más tiempo pasaba con él, más veía que las cosas no eran tan simples como me las pintaba.
Las dudas comenzaron a surgir cuando empecé a notar pequeñas mentiras.
Una tarde, cuando salimos a cenar, Rúben me dijo que había tenido que viajar por trabajo el fin de semana. Pero esa misma noche, vi una foto de él en las redes sociales, en un evento con su equipo. No me mencionó nada de eso.
—¿Por qué no me dijiste que tenías un evento con el equipo? —le pregunté, sentándome frente a él con una ceja levantada.
—Porque no era importante. —Me respondió, esquivando mi mirada.
Esas pequeñas mentiras empezaron a acumularse. Al principio, las dejé pasar. Pensé que estaba sobrepensando las cosas, pero lo que antes me parecía una casualidad, empezó a parecer una constante.
La gota que colmó el vaso fue una conversación que tuvimos una tarde, justo antes de un partido importante. Habíamos quedado para vernos, pero él canceló a último momento.
— _______, tengo que prepararme para el partido, no puedo verte hoy. —Me dijo con tono suave, como si fuera algo inevitable.
—Está bien. —Respondí, tratando de entenderlo. Pero algo en mi interior me decía que no era todo.
Esa misma noche, me encontré con su foto en las redes, no en el vestuario del club, como me había dicho, sino en una fiesta con sus compañeros, sonriendo y pasándola bien.
Entonces, finalmente entendí.
—Rúben, ¿por qué me mentiste? —le dije, con la voz rota, cuando nos vimos días después. —No entiendo por qué sigues escondiéndome cosas, ¿por qué no eres honesto conmigo?
Él me miró con esa sonrisa que siempre tenía, pero algo en sus ojos ya no estaba allí.
— ______, sabes cómo son las cosas. Mi vida no es tan simple. Es complicado, ¿entiendes? Todo lo que te digo es porque intento protegerte. —Su voz sonó firme, pero mi corazón ya no lo creía.
—¿Protegerme de qué? ¿De la verdad? —Le respondí, sin poder aguantar las lágrimas que se acumulaban en mis ojos.
Lo peor de todo no era que me mintiera. Lo peor era que yo le creía. Sabía que me estaba mintiendo, pero me aferraba a su perfección en el papel. No quería admitir que la persona que pensaba que conocía ya no era la misma.
Rúben era perfecto en todo. En sus gestos, en su apariencia, en sus palabras. Pero detrás de esa fachada, había algo que no encajaba. Algo que no podía ignorar. Él me estaba mintiendo a la cara, y yo me estaba permitiendo seguir creyendo en él.
Al final, ya no importaba lo que me decía. Porque yo ya sabía que el amor que me estaba ofreciendo no era el que yo necesitaba. Y cuando lo dejé ir, algo dentro de mí se liberó.
Rúben era perfecto en papel, pero sus mentiras fueron lo que lo destruyó todo. Y al final, cuando me miré al espejo, me di cuenta de que yo también necesitaba ser honesta conmigo misma.
Un día, después de un largo silencio entre nosotros, nos sentamos a hablar.
—Creo que esto no va a funcionar, ______ —me dijo, con la mirada baja, sabiendo que sus mentiras ya no podían sostenerse.
—Lo sé. Ya no puedo vivir en esta burbuja. No quiero que me mientas más.
Nos miramos por última vez, sin palabras que decir. Nos habíamos prometido algo que nunca pudimos cumplir. Yo quería que me amara por quien soy, y él solo sabía darme promesas vacías.
Me levanté y me fui, esta vez sin mirar atrás.
Ahora, cuando escucho canciones de amor, me doy cuenta de que el amor verdadero no se construye con mentiras, no se edifica sobre promesas vacías. El amor real es sincero, aunque duela, aunque nos rompa en pedazos. Y por mucho que me duela, sé que me merezco algo más que un "perfecto en papel".